Capitulo extra 🫦

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Alexandro

Ya habían pasado cinco años desde que me casé con Aria. Cinco años. Y sin embargo, cada vez que pensaba en ella, parecía que todo era nuevo, como si me hubiera enamorado de ella por primera vez. Mi mujer. Y solo mía. Nadie más la tendría. Nadie más tendría la oportunidad de poseerla, de amarla de la manera en que yo lo hacía.

La cosa nostra, nuestra familia, nuestro futuro, todo lo que habíamos construido juntos, dentro de unos años quedaría bajo el control de nuestros hijos. Pero, joder, esa idea me aterraba. No podía mentir. Era la realidad, y aunque me llenaba de orgullo, también me daba miedo. El hecho de que, algún día, el poder de todo lo que habíamos creado se deslizara de mis manos... Bueno, me hacía sentir que no tenía el control absoluto, y eso era algo que me resultaba extraño. Porque yo era el que estaba al mando. Siempre lo había sido.

Pero Aria... Aria era el centro de mi mundo, y no importaba lo que sucediera. No importaba cómo cambiaran las cosas con el paso del tiempo. Ella era mi vida, mi amor, mi todo. Y mientras ella estuviera a mi lado, nunca tendría miedo de nada.

Desperté, sumido en mis pensamientos, cuando sentí su respiración junto a mí. El suave roce de su piel contra la mía me trajo de vuelta al presente. Era temprano, la luz del amanecer comenzaba a filtrarse por la ventana, bañando su rostro con una luz cálida. Me quedé allí, quieto, observándola con una sonrisa que no pude contener.

Aria siempre había sido hermosa, pero con el tiempo, su belleza se había vuelto aún más profunda para mí. La conocí cuando apenas éramos dos desconocidos, después de aquella noche en el parque al salir de la discoteca. Recuerdo cada detalle como si hubiera sido ayer: sus ojos brillando bajo las luces de la ciudad, su risa llena de vida y esa energía que me cautivó de inmediato. La hice mía esa noche, y desde entonces, no pude dejar de hacerlo.

La seguí conquistando a lo largo de los años, y cada vez que la miraba, sentía que era más mía que nunca. No solo por el hecho de que estuviera casada conmigo, sino porque había algo en su mirada que me decía que, al igual que yo, ella también había aprendido a necesitarme, a quererme en la misma magnitud. Era mía.

En ese momento, mientras observaba su rostro tan sereno mientras dormía, no podía evitar sentirme completamente abrumado por el amor que sentía. Sabía que mi vida no tendría sentido sin ella. Cuando finalmente abrió los ojos, se encontró con mi mirada, una que siempre estaba llena de esa devoción hacia ella, y sus labios se curvaron en una pequeña sonrisa, seguida de una mirada de confusión.

—¿De verdad estás observándome? —dijo con su voz suave pero cargada de ese tono tan característico de ella, como si fuera un reproche, aunque sus ojos brillaban con cariño.

Sonreí de forma traviesa, sintiendo cómo mi corazón latía más rápido solo por verla despertar, tan perfecta y real frente a mí.

—Lo siento, es solo que... no puedo dejar de mirarte. —Me incliné hacia ella, besando su frente suavemente. —Es imposible no admirar cada detalle de ti, Aria.

Ella levantó una ceja, un gesto tan suyo que me hizo reír en voz baja. Aria, siempre tan fuerte, tan independiente. Pero yo conocía cada rincón de su alma, y sabía que debajo de esa fachada, debajo de su sarcasmo y su dureza, ella también sentía lo mismo. No me necesitaba para vivir, pero aún así... Yo era su refugio. Y ella era el mío.

—¡Eres un psicópata! —Me dijo, pero su tono no tenía malicia, solo una ligera burla que sabía que ocultaba una sonrisa.

—Lo que tú digas, pero soy tu psicópata. —Le di un beso en los labios, uno suave, lleno de cariño. Uno que le recordaba lo mucho que la amaba, aunque mis palabras a veces no fueran suficientes para expresar todo lo que sentía.

El rostro del enemigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora