Capitulo 18

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Aria

No paraba de darle vueltas al asunto de Ethan. Después de ese día, había vuelto a irse, y yo no había encontrado el momento para hablar con él. Estoy tan sumamente convencida de que él tiene que ver con algo de esto, pero no sé qué hacer. Es mi hermano.

La mañana siguiente transcurrió entre el ruido lejano de la ciudad y mi propia mente, que no dejaba de repetir las palabras de Ethan. "No siempre es sabio hacer las preguntas correctas." Su tono me había inquietado, pero más me inquietaba la idea de que pudiera estar involucrado en las amenazas. ¿Por qué no estaba alarmado como yo?

Suspiré y me acerqué a la ventana de mi oficina. Desde ahí, la ciudad se extendía como un laberinto caótico, pero en ese momento, no encontraba consuelo en su familiaridad. Había algo en la forma en que Ethan me miró esa noche, algo que no podía sacarme de la cabeza. Era como si supiera exactamente qué era lo que yo iba a enfrentar, pero no estuviera dispuesto a decirme más.

El teléfono vibró en mi escritorio. El nombre de Sharpey, mi asistente, apareció en la pantalla.

—¿Qué ocurre? —pregunté, esforzándome por sonar tranquila.

—Llegaron otros paquetes. No quise abrirlos sin tu permiso. Pero... hay algo más.

El tono de su voz hizo que mi corazón se detuviera por un momento.

—¿Qué es?

—Un hombre vino esta mañana preguntando por ti. No dejó su nombre, pero insistió en que sabía algo sobre... la amenaza.

El escalofrío que recorrió mi espalda fue inmediato.

—¿Qué aspecto tenía?

—Era alto, delgado, con barba. Llevaba un abrigo oscuro. No quiso decir más, solo que "estabas en peligro."

El nudo en mi estómago se apretó.

—Gracias, Sharpey. Que nadie toque los paquetes. Iré enseguida.

Colgué y me apoyé en el escritorio, intentando controlar mi respiración. El miedo empezaba a mezclarse con frustración. No podía quedarme quieta esperando respuestas, pero tampoco podía sacarme de la cabeza la posibilidad de que Ethan estuviera vinculado a todo esto.

Decidí volver a la biblioteca de la mansión esa misma noche, aunque Ethan no estuviera. Había algo en ese lugar, algo en su comportamiento, que me decía que ahí encontraría alguna pista.

La mansión estaba tan silenciosa como la última vez, pero esta vez, no había calidez en su interior. Solo sombras. Avancé por los pasillos, mis pasos resonando sobre el suelo de mármol. El aire parecía más pesado, como si la misma casa supiera que algo oscuro estaba sucediendo.

La biblioteca estaba tal y como la recordaba: estanterías abarrotadas, una luz tenue sobre la mesa principal, y el olor a madera vieja y papel. Caminé lentamente, dejando que mis ojos recorrieran los detalles, buscando algo fuera de lugar.

Fue entonces cuando vi los papeles en el escritorio de Ethan. Estaban desordenados, como si alguien los hubiera dejado con prisa. Me acerqué y, dudando por un momento, comencé a revisarlos.

Había notas, documentos en varios idiomas que no entendía del todo, pero lo que llamó mi atención fue un mapa. Reconocí algunos puntos marcados: ciudades del Mediterráneo. Estambul, Atenas, Marsella. Todas zonas por donde Ethan había viajado últimamente.

Entonces, encontré algo más. Una carta, escrita a mano. Mi corazón se aceleró mientras la leía:

"Las piezas están en su lugar. Asegúrate de que ella no se acerque más. Sabes lo que está en juego."

La letra no era la de Ethan, pero la implicación era clara. Había un ella en el mensaje. ¿Se referían a mí?

Antes de que pudiera procesar lo que había encontrado, sentí algo. No estaba sola.

Me giré rápidamente, pero la biblioteca estaba vacía. Aun así, el peso de una mirada invisible era inconfundible.

—¿Quién está ahí? —pregunté, tratando de mantener mi voz firme.

Nadie respondió, pero el sonido de un crujido a lo lejos me puso en alerta. Guardé la carta y el mapa en mi abrigo y salí de la biblioteca con pasos sigilosos, siguiendo el eco de los ruidos.

Avancé por el pasillo principal, donde la luz de la luna se colaba por las ventanas altas, proyectando sombras inquietantes. Mi respiración era contenida, cada sonido amplificado por el silencio abrumador. Al llegar al vestíbulo, lo vi.

Un hombre de traje oscuro, de espaldas a mí, revisaba algo en su teléfono. Su postura era relajada, pero había una tensión latente en su figura.

—¿Quién eres? —mi voz cortó el silencio, y el hombre se giró lentamente.

— Encantado de verte de nuevo tigressa, soy Alexandro bianco, aunque tú hace poco solo sabías gemir, no te preocupaste por preguntar mi nombre

Mis ojos se encontraron con los suyos. Esos ojos verdes. Alexandro.

—¿Qué demonios haces aquí? —pregunté, el impacto de verlo en mi casa superando mi desconfianza habitual.

Él guardó el teléfono en su bolsillo y dio un paso hacia mí.

—Tardaste más de lo que esperaba, tigressa.

—No recuerdo haberte invitado —respondí, cruzándome de brazos.

—No necesito invitación —replicó, su voz baja y grave—. He venido porque ahora tú también eres mi problema.

Fruncí el ceño, intentando descifrar sus palabras.

—¿Qué significa eso?

Alexandro soltó un suspiro, sacando algo de su chaqueta: un pequeño transmisor.

—Vine con mi equipo. Están asegurando los alrededores. Hay demasiadas piezas moviéndose, Aria, y tú estás justo en el centro de todo.

Sus palabras eran como un golpe.

—¿Por qué harías eso? —pregunté, con más incredulidad que gratitud.

Él avanzó hasta quedar a pocos pasos de mí, su presencia envolviéndome como siempre lo hacía.

—Porque no puedo permitirme perderte. Aunque no lo entiendas aún, nuestras vidas están más entrelazadas de lo que imaginas.

Mis labios se entreabrieron, pero no pude formular una respuesta. Había algo en su tono, en su mirada, que hacía imposible no creerle.

Alexandro se inclinó ligeramente hacia mí, su voz un susurro.

—Hay más en juego de lo que ves. Y aunque no te guste, voy a protegerte.

Por primera vez, no supe si discutir o agradecerle. Algo me decía que el peligro apenas estaba comenzando.

El rostro del enemigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora