Capitulo 38

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Alexandro

Me estoy volviendo loco. No está por ningún lado, mi tigresa. Llevaba tres semanas buscándola, tres malditas semanas, y el cabrón de Damon sabía cómo esconderse. Jugaba conmigo, como si supiera que esa desesperación me carcomía desde dentro. Cada día que pasaba sin encontrarla era una daga más enterrada en mi pecho.

Mis hombres estaban agotados, igual que yo, pero ninguno se atrevía a sugerir que detuviéramos la búsqueda. Sabían que no era una opción. No mientras ella siguiera desaparecida. No mientras Damon respirara.

Miré el mapa extendido sobre la mesa. Círculos rojos marcaban los lugares donde ya habíamos buscado, cada uno tachado con furia al regresar con las manos vacías. Estábamos reduciendo las opciones, pero no era suficiente. Cada rincón que revisábamos sin éxito era un golpe más a mi paciencia, un recordatorio de que él tenía ventaja.

—Señor, los hombres han revisado el área del sur. Nada. Ni rastro —dijo Marco, entrando en la sala con el rostro tenso.

Golpeé la mesa con el puño, haciendo que los papeles y mapas saltaran.

—¡Nada no es una respuesta aceptable, Marco! —rugí, sintiendo cómo la rabia hervía en mi interior.

Marco tragó saliva, pero no retrocedió. Era uno de los pocos hombres que se atrevían a enfrentarse a mi ira.

—Estamos haciendo todo lo posible. Damon tiene contactos en todas partes, y parece que cada vez que nos acercamos, él ya está tres pasos por delante.

Me pasé una mano por el cabello, tratando de calmarme, pero era inútil. La imagen de Aria no me dejaba en paz. Sus ojos, su sonrisa, incluso su terquedad. Todo lo que amaba de ella estaba siendo usado en mi contra, convertido en un peso insoportable en mi pecho.

—No es suficiente. Tiene que haber algo que nos estemos perdiendo —dije, señalando el mapa—. Damon es un narcisista. No va a esconderse en cualquier lugar. Tiene que estar en algún sitio donde se sienta seguro, donde crea que tiene el control.

Marco asintió, pero su expresión mostraba dudas.

—Hay rumores de que alguien vio a un hombre con su descripción en las montañas al norte, cerca de la vieja mansión de sus padres .

Me quedé inmóvil. La vieja mansión Vasilev. Claro. Era perfecto. Alejado de todo, difícil de acceder, pero lo suficientemente imponente como para satisfacer su ego.

—Prepara a los hombres. Nos movemos esta noche —ordené, mi voz más fría de lo que me sentía.

Marco dudó por un segundo.

—Señor, ¿y si es otra pista falsa? Ya hemos perdido recursos y tiempo siguiendo rumores como este.

—Si es otra pista falsa, lo averiguaremos cuando lleguemos. Pero no me voy a quedar aquí sentado mientras ella podría estar ahí fuera, esperando que la encuentre.

Marco asintió con un suspiro, sabiendo que no tenía sentido discutir conmigo.

Horas después, estábamos en camino. La noche era oscura, y el viento helado golpeaba contra las ventanas del convoy mientras nos adentrábamos en las montañas. No había carreteras principales, solo caminos de tierra que se volvían más traicioneros a medida que avanzábamos.

Mis hombres estaban en silencio, concentrados en la misión. Sabían lo que estaba en juego. No solo era cuestión de rescatar a Aria; era cuestión de vida o muerte para Damon. Si lo encontraba, no habría negociación.

Cuando finalmente llegamos cerca de la mansión, dejamos los vehículos escondidos entre los árboles y continuamos a pie. El lugar estaba envuelto en sombras, las luces de la mansión apenas visibles a través de la densa vegetación.

El rostro del enemigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora