Capitulo 32

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Alexandro

El cigarro se consumía entre mis dedos mientras miraba la ciudad desde el balcón del ático. Las luces de los edificios titilaban en la distancia, ajenas al caos que hervía en mi interior. Aria había desaparecido hacía tres días, y yo no sabía dónde estaba. Damon. Sabía que era él. Ese bastardo tenía el descaro de llevársela justo bajo mi nariz. Y lo peor de todo era que no podía localizarlo.

Golpeé la barandilla de hierro con un puño cerrado. La impotencia no era un sentimiento que tolerara bien, y esta situación estaba llevándome al límite. Desde el primer momento que vi a Aria, supe que era diferente. No solo era hermosa, era feroz, libre, y yo quería ser el único que tuviera el privilegio de poseerla. No me importaba lo que tuviera que hacer para recuperarla.

—Alexandro.

Me giré bruscamente, encontrándome con Nikolai, mi mano derecha. Estaba tenso, y eso nunca era una buena señal.

—¿Qué? —gruñí, aplastando el cigarro en el cenicero.

—Tenemos información. Damon fue visto en una mansión fuera de la ciudad, cerca del lago. Es una propiedad discreta, difícil de acceder, pero nuestros hombres confirmaron su presencia allí.

Mis ojos se estrecharon.

—¿Y Aria?

Nikolai asintió.

—Parece que también está con él.

Un fuego se encendió en mi interior. Damon había cruzado la línea. Pensaba que podía esconderla de mí, pero se iba a dar cuenta de que nadie, absolutamente nadie, me arrebataba lo que era mío.

—Prepárate. Salimos en diez minutos —ordené.

Nikolai no preguntó nada. Sabía que no estaba en el humor para discutir.

El trayecto a la mansión fue un borrón de luces y ruido en mi mente. Mi único pensamiento era Aria. Imaginaba todas las posibilidades: que Damon la hubiera tocado, que intentara lavarle la cabeza con mentiras, o peor, que ella comenzara a confiar en él.

Mis manos se cerraron en puños al recordar la última vez que estuve con ella. Tan desafiante, tan jodidamente adictiva. Aria era mi debilidad, pero también mi fortaleza. Y yo no iba a permitir que otro hombre la tuviera.

La mansión apareció frente a nosotros, escondida entre altos cipreses. Nikolai se estacionó a una distancia prudente, y el resto de los hombres se dispersaron para cubrir todas las salidas.

—Quiero que lo capturen vivo, si es posible —dije con voz fría mientras cargaba mi arma—. Pero si intenta algo... lo matan.

Nikolai asintió.

—Entendido.

Entrar en la mansión fue más fácil de lo que esperaba. O Damon confiaba demasiado en su aislamiento o quería que lo encontrara. Nos movimos en silencio por los pasillos oscuros, registrando cada habitación. El lugar era elegante, pero frío, como si nadie realmente viviera allí.

Fue en el segundo piso donde escuché una voz.

—No puedes confiar en él, Aria. Te ha mentido desde el principio.

Reconocí ese tono inmediatamente. Damon.

Mi corazón se aceleró al escuchar la respuesta de Aria.

—¿Y cómo sé que tú no estás haciendo lo mismo? —su voz sonaba firme, pero había un toque de duda en ella que me enfureció.

Abrí la puerta de golpe, interrumpiendo la conversación. Aria se giró hacia mí, sorprendida, y Damon se puso de pie de inmediato, llevándose una mano al cinturón donde tenía su arma.

El rostro del enemigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora