Capitulo 17

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ALEXANDRO

La puerta de metal se cerró de golpe detrás de nosotros, el eco retumbando en las paredes del despacho. Viktor estaba allí, amarrado a una silla en el centro de la habitación, con las manos sujetas a los reposabrazos y los pies atados al suelo. A pesar de su situación, mantenía una sonrisa arrogante en el rostro.

—¿Sabes por qué estás aquí? —le pregunté, sin rodeos, desde el umbral.

—Sé perfectamente por qué. —Su tono era despreocupado, como si no estuviera rodeado por hombres armados.

Caminé hacia él con calma, encendiendo un cigarrillo. Tomé una bocanada profunda y dejé que el humo llenara el aire antes de responder.

—Si sabes por qué, entonces también sabes lo que viene. Habla, Viktor. No tengo tiempo para juegos.

—¿Hablar? —Su sonrisa se ensanchó. —Puedes intentarlo, Alexandro, pero no diré nada. El cuervo protege a los suyos.

Luca, siempre práctico, se adelantó y le propinó un fuerte puñetazo en el rostro, haciendo que la silla se tambaleara. Viktor escupió sangre y dejó salir una carcajada ahogada.

—¿Eso es todo lo que tienes? —se burló, mirando a Luca con una mezcla de desprecio y desafío.

No respondí de inmediato. En su lugar, asentí hacia Marco, quien trajo un maletín negro que había dejado a un lado de la habitación. Lo abrió con calma, dejando al descubierto una colección de herramientas que brillaban bajo la luz de la lámpara: cuchillos, alicates, un soplete pequeño.

—No soy un hombre paciente, Viktor —dije, tomando uno de los cuchillos. Me acerqué lentamente y pasé la hoja por su cuello, ejerciendo un poco presión, cuando vi que caía un hilo de sangre, pare. —Habla ahora, y esto no tiene que ir más allá.

Viktor mantuvo la mirada fija en mí, desafiándome en silencio.

—Muy bien —murmuré, retrocediendo unos pasos.

Luca tomó los alicates del maletín y caminó hacia Viktor.

—¿Qué tal empezamos con algo pequeño? —sugirió, agarrando una de sus manos con fuerza.

—¿Sabes lo que es interesante? —interrumpió Viktor con tono sarcástico, ignorando la herramienta que se acercaba. —Que creen que el cuervo no sabe todo sobre vosotros hijos de puta. Alexandro, ¿realmente piensas que esto me asusta?

El crujido de su uña al ser arrancada fue lo único que respondió a su arrogancia. Viktor soltó un grito de dolor, su cuerpo tensándose contra las ataduras.

—¿Cómo está esa confianza ahora? —preguntó Luca con una sonrisa burlona.

Viktor jadeó, intentando recuperar el control.

—Si esto es lo mejor que tienen... entonces están más perdidos de lo que pensaba.

Luca le arrancó otra uña sin previo aviso. Esta vez, Viktor cerró los ojos con fuerza, apretando los dientes para no gritar. La sangre comenzaba a gotear de su mano, manchando el suelo, después le arrancó otra más y así hasta 6 uñas.

—Basta —ordené con frialdad. Luca se detuvo de inmediato y se hizo a un lado.

Me incliné hacia Viktor, observándolo de cerca.

—Dime algo, Viktor. ¿El cuervo también te enseñó a morir en silencio? Porque estoy seguro de que ese será tu próximo reto.

El sudor cubría su frente, y aunque intentaba mantener la compostura, sus ojos comenzaban a mostrar signos de duda.

Marco intervino en ese momento, colocando una carpeta sobre la mesa frente a mí.

—Alexandro, esto puede ayudarnos.

Abrí la carpeta y vi las fotos, documentos y, finalmente, un nombre: Sokol.

—¿Quién es Sokol? —le pregunté, levantando la mirada hacia Viktor.

Por primera vez, su rostro mostró una pizca de nerviosismo.

—No saben en lo que se están metiendo —murmuró, pero su voz ya no tenía la misma fuerza.

Luca, perdiendo la paciencia, le dio un puñetazo en el estómago que lo hizo toser sangre.

—Habla ahora —gruñó—, o te juro que no sales de aquí con vida.

Viktor tardó unos segundos en recuperar el aliento. Finalmente, dejó escapar un susurro:

—Es el cerebro detrás de todo.

Luca lo agarró por el cabello, obligándolo a mirarnos.

—¿Dónde está?

—No lo sé —admitió, su voz quebrada. —Pero el complejo industrial... ahí almacenamos información sobre sus movimientos. Si buscan respuestas, ese es su mejor lugar para empezar.

—Y Kazimir, ¿qué hay de él? —insistí, recordando el nombre que había mencionado antes.

—Es su guardián. —Viktor tragó saliva, visiblemente aterrorizado. —Si van allí, más les vale estar preparados. Él... no es humano.

Un silencio tenso llenó la habitación mientras procesábamos sus palabras.

—¿Algo más que deba saber? —pregunté, encendiendo otro cigarrillo.

Viktor negó con la cabeza, agotado.

—Eso es todo lo que sé.

—Bien.

Saqué mi pistola y apunté directamente a su frente. Sus ojos se abrieron de par en par, la arrogancia desapareciendo en un instante.

—Espera... ¡yo les dije todo! —gritó, luchando contra sus ataduras.

—Lo sé —respondí con calma. —Pero no podemos arriesgarnos a que hables con alguien más.

El disparo resonó en la habitación, cortando sus súplicas. Viktor cayó hacia adelante, con la sangre goteando de su cabeza y formando un charco bajo la silla.

—Limpien esto —ordené, guardando el arma.

Luca y Marco asintieron en silencio mientras yo salía de la habitación. Afuera, el aire frío de la madrugada me golpeó, despejando mis pensamientos. Encendí un cigarrillo y marqué un número en el teléfono.

—Tenemos un nombre. Prepara al equipo. Vamos al complejo industrial.

Colgué antes de que pudieran responder, la determinación ardiendo en mi interior. Esta guerra estaba lejos de terminar, pero sabía que la ventaja era nuestra.

El sonido del disparo aún sonaba en mis oídos, pero mi mente ya estaba en otro lugar. El complejo industrial. Sokol. Kazimir. Todo lo que habíamos aprendido en los últimos minutos giraba en mi cabeza. Sabía que el cuervo no se rendiría tan fácil, pero ahora teníamos algo: un lugar, un nombre.

Mientras salíamos del almacén, Luca se acercó, su rostro todavía lleno de frustración.

—¿Crees que sabemos todo lo que necesitamos? —me preguntó.

—No —respondí, mirando al suelo. —Pero tenemos lo que necesitamos. El complejo industrial es nuestra próxima parada. Ahí encontraremos lo que estamos buscando.

El equipo se preparaba para moverse, todos serios, sabían que esto no era solo por venganza. Era mucho más grande. El cuervo cometió el error de adelantarse.

Me encendí un cigarrillo, la luz de la llama iluminaba mi rostro.

—Vamos a terminar esto.

Era el comienzo de la caza.

El rostro del enemigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora