Alexandro
Me desperté en el sofá, el cuerpo adolorido y la cabeza pesada. El maldito dolor de cabeza me rompía los pensamientos. La noche anterior había sido... intensa, pero no iba a quedarme allí pensando en eso.Me levanté, sin detenerme mucho. Quería olvidarlo. Me vestí rápido, sintiendo que algo estaba fuera de lugar.
Miré a mi alrededor: la casa estaba vacía, en silencio. ¿Se fue?. Pensé por un sengundo y decliné la idea de que me importara lo más mínimo
Me sentí aún más incómodo al darme cuenta de que ni siquiera sabía su nombre. ¿Quién era esa mujer? ¿Por qué me había dejado con esa sensación tan extraña, como si algo hubiera quedado sin resolver? Cállate, no hay tiempo para eso.
Me dirigí rápidamente al coche, sin pensar en nada más. Trabajo. Eso es todo lo que tenía que hacer.
La cita de esa mañana era crucial. La empresa, las negociaciones, todo dependía de lo que sucediera hoy. Cuando llegué a la oficina, me deshice de la sensación de inquietud. Estaba en modo trabajo. Nada de distracciones. Nada de pensar en lo que había pasado.
Entré en la sala de reuniones y me senté, preparando los papeles. No me importaba lo que tuviera que hacer, tenía que centrarme. El sonido de la puerta abriéndose me hizo levantar la vista.
¿Qué carajo...?. Ahí estaba ella. Aria Dmitrev. Mi única y mayor competidora de toda mi carrera empresarial, llevaba un vestido negro, ajustado. Tenía los ojos azules, es lo único que podía ver con esa máscara negra que le cubría todo el rostro. Esos ojos azules... son iguales que... no podía ser ella.
No había manera de que ella supiera quién era. Llevaba la misma maldita máscara que yo. Pero de alguna forma, sus ojos me parecieron familiares. Esa maldita mirada... me congeló.
Ella caminó hacia la mesa y se sentó frente a mí. No dijo nada. Solo me miraba con esa mezcla de arrogancia y desafío.
— ¿Qué quieres? — Mi voz era fría, calculadora. No había emoción en mi tono. La observé en silencio, la tensión entre nosotros creciendo a cada segundo.
— ¿Yo? — Respondió sin perder el ritmo. — Te lo preguntaría a ti, pero parece que lo que realmente quieres es darme guerra.— Ella arqueó una ceja, como si lo que decía fuera una broma. Pero yo no me estaba riendo.
— No te hagas la sorprendida. Sabes perfectamente lo que está en juego aquí. — Dije , con una sonrisa calculadora.
— ¿Qué tal si vamos al grano? — Su tono cambió. Ya no era de cortesía, ahora sonaba desafiante. — Esos malditos contratos que quieres, te los voy a quitar.
Sonreí levemente, pero mi cabeza no dejaba de pensar en la imagen de esa mujer la noche anterior, en cómo nos habíamos encontrado de manera tan... espontánea. ¿Será la misma? No podía estar seguro, pero algo me decía que sí. Aunque el rostro estaba oculto por la máscara, esos malditos ojos azules, esa postura... algo en ella me resultaba familiar.
— Te equivocas. — Contesté, ajustándome en mi asiento. — Los contratos son míos. Y nadie, ni tú, va a quitármelos.
— Veremos. — Contestó, desafiándome. — La competencia siempre gana, ¿no? Bueno, esta vez vas a perder.
La tensión seguía creciendo. Nos mirábamos, midiendo cada palabra, cada gesto. La batalla no solo se libraba con papeles y estrategias empresariales. Aquí había algo más.
— ¿Sabes qué? — Dije, cortando el aire con un tono firme. — No me importa cómo juegues. Te lo voy a arrebatar todo.
Ella se inclinó hacia adelante, manteniendo la mirada fija en mí. La energía en la sala estaba cargada, como si estuviéramos esperando que algo explotara.
— Lo que no sabes, es que yo siempre gano. — Su voz era baja, casi amenazante. El reloj de la sala marcó la hora exacta. Ambos sabíamos que no había tiempo que perder.
— Vamos a ver. — Dije, sin apartar la mirada. — Nos volveremos a ver, eso te lo aseguro.
Se levantó, sin decir más. Su máscara seguía cubriéndola, y aunque mis instintos me decían que era ella, no podía estar seguro. Solo sabía que lo que había sucedido entre nosotros era algo que no podía dejar atrás.
— Nos vemos pronto, entonces. — Dijo, con una sonrisa arrogante antes de salir por la puerta.
Me quedé allí, con el corazón golpeando mi pecho. Esto no había terminado. Lo sabía.
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El rostro del enemigo
RomanceAria ha vivido toda su vida atrapada en una espiral de tristeza, un peso que ha aprendido a cargar en silencio. Ha construido su imperio desde cero, enfrentando cada desafío sola, sin un alma que la apoye. Sin embargo, su mundo se sacude cuando se e...