Capitulo 13

190 10 2
                                    

Alexandro
Esa reunión seguía dando vueltas en mi cabeza después de 7 días, no había vuelto a saber de Aria Dmitrev. Enzo tampoco había dado señales sobre el cuervo ni sobre Aria. Empezaba a ofuscarme y a pensar que algo estaba yendo mal.

El teléfono sonó justo cuando el reloj marcaba las tres de la madrugada. Estaba sentado en mi despacho, con una copa de whisky en la mano, revisando los informes más recientes sobre las operaciones. Esa hora y esa llamada no auguraban nada bueno.

Al ver el nombre de Enzo en la pantalla, algo en mi interior se tensó. Contesté de inmediato.

—¿Enzo?

Su voz era débil, casi irreconocible, y eso me hizo apretar el teléfono con fuerza.

—Alexandro... estoy en el hospital.

Me levanté de golpe, derramando el whisky sobre los papeles.

—¿Qué demonios pasó?

—Los hombres del cuervo... me encontraron. Me dieron una paliza... querían mandarte un mensaje.

El frío que sentí no era de miedo, sino de una furia que comenzaba a arder lentamente.

—¿Qué te dijeron?

—Que saben todo, Alexandro. Que no puedes esconderte. —Enzo jadeó, como si hablar le costara cada aliento—. Dicen que esto es solo el principio.

—¿Dónde estás? —pregunté, ya recogiendo mi chaqueta del respaldo de la silla.

—Hospital General... — dijo tosiendo

—Quédate ahí, voy para allá ahora mismo.

Colgué y salí de inmediato. El trayecto hasta el hospital fue un borrón de luces y frenos bruscos. Cuando llegué, un enfermero me dirigió a la habitación donde tenían a Enzo. Lo encontré conectado a un gotero, con vendajes cubriendo gran parte de su rostro y los brazos. Su estado era peor de lo que había imaginado.

—¿Quiénes eran? —le pregunté en cuanto cerré la puerta detrás de mí.

—Cuatro tipos. No los había visto antes, pero llevaban el símbolo del cuervo. Me interceptaron en la calle cuando salía del almacén. —Su voz temblaba, pero no de miedo, sino de pura rabia contenida—. Dijeron que era un aviso. Que si seguías adelante, el siguiente sería tú.

Me quedé en silencio unos segundos, procesando sus palabras. Los hombres del cuervo nunca se habían mostrado tan abiertamente, y eso significaba una sola cosa: estaban listos para la guerra.

—¿Te acuerdas de algo más? ¿Algún detalle que pueda servirnos?

Enzo negó con la cabeza.

—Solo sus risas. Dijeron que lo disfrutarían más contigo. Uno de ellos era rubio con los ojos negros.

Me acerqué y puse una mano en su hombro.

—Descansa, Enzo. Voy a manejar esto.

Mientras salía de la habitación, mi mente ya trabajaba a toda velocidad. Esto no era solo un ataque a Enzo; era un desafío directo. Y si los hombres del cuervo querían jugar sucio, les demostraría que yo podía jugar aún más sucio.

Al salir del hospital, el aire frío me golpeó la cara, pero no logró calmar la tormenta que se agitaba en mi interior. Encendí un cigarrillo mientras me apoyaba en el auto, mirando al vacío por un instante. Esto no era solo un ataque; era un mensaje cuidadosamente diseñado para mostrarme que el cuervo había cruzado la línea.

Subí al coche y marqué un número en el teléfono. Tardaron en contestar, pero finalmente una voz familiar respondió.

—¿Alexandro?

—Necesito que juntes al equipo ahora. Nadie duerme esta noche. Quiero a todos en la oficina en media hora.

—¿Qué pasó?

—El cuervo. Nos acaba de declarar la guerra.

Colgué antes de que pudieran preguntar más. Encendí el motor y conduje hacia nuestra base, un edificio discreto en las afueras de la ciudad. Al llegar, ya estaban esperando: diez hombres, todos de confianza, todos listos para actuar.

Entré sin saludar, directo al punto.

—Hace unas horas, los hombres del cuervo atacaron a Enzo. Está en el hospital, hecho pedazos. —Me apoyé en la mesa y recorrí con la mirada a cada uno de ellos—. Esto no es un aviso cualquiera. Quieren hacernos creer que tienen el control, pero esta vez se equivocaron de objetivo.

Un silencio pesado cayó sobre la sala. Finalmente, Luca, mi mano derecha, habló.

—¿Qué quieres que hagamos?

—Primero, quiero información. Rastreen a los cuatro idiotas que lo hicieron. No importa cuánto tiempo tome, no importa cuánto cueste. Los quiero localizados. —Encendí otro cigarrillo y di una calada profunda antes de continuar—. Después, vamos a enviarles un mensaje de vuelta. Pero uno que no puedan ignorar.

Luca asintió, y los demás comenzaron a moverse de inmediato. Mientras se organizaban, mi mente seguía trabajando en el siguiente paso. Esto no era solo un ajuste de cuentas; era una declaración de que yo no iba a ser intimidado por nadie, ni siquiera por el cuervo.

De pronto, recordé el colgante que Enzo mencionó. Saqué el teléfono y llamé a un contacto que sabía que podría ayudarme.

—Necesito que me consigas información sobre un símbolo del cuervo, algo específico. Tiene que haber registros, algo que nos dé una pista de quién está moviendo las piezas.

—Dame unas horas —respondió la voz al otro lado de la línea.

—No tengo horas. Quiero resultados para el amanecer.

Colgué, dejándome caer en la silla mientras contemplaba los mapas y archivos esparcidos sobre la mesa. Esto no era solo un ajuste de cuentas; esto iba a ser una cacería. Y cuando encontrara al cuervo y a sus hombres, haría que desearan no haber salido nunca de las sombras.

El humo del cigarrillo llenaba la habitación mientras observaba el mapa desplegado frente a mí. Cada punto marcado representaba un lugar donde los hombres del cuervo habían hecho sus movimientos en el pasado. Sabía que ellos operaban en las sombras, usando intermediarios y creando laberintos para protegerse. Pero esta vez habían cometido un error: atacaron a alguien mío. Eso significaba que había dejado de ser un juego.

Luca regresó con un informe preliminar.

—Encontramos algo. Uno de los tipos que golpeó a Enzo fue visto entrando a un bar en el sur de la ciudad, "El Rincón Negro". Es un lugar donde suelen moverse sus hombres.

Asentí, apagando el cigarrillo en un cenicero desbordado.

—Lleva a tres hombres contigo. No hagan preguntas. Tráiganlo aquí.

Luca dudó un momento.

—¿Y si se resiste?

—No se resistirá. Y si lo hace, que sirva de ejemplo.

El resto del equipo seguía trabajando en silencio, buscando más pistas, pero mi atención estaba puesta en el reloj. El amanecer traería respuestas, o traería sangre. El cuervo había hecho su jugada. Ahora era mi turno, y me aseguraría de que sintiera cada movimiento como una daga acercándose a su cuello.

El rostro del enemigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora