Capitulo 29

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Aria

El cielo comenzaba a teñirse de un tenue azul cuando cerré mi maleta y eché un último vistazo al apartamento. Mi respiración era irregular, pero me obligué a mantener la calma. Sabía que Alexandro no me dejaría ir tan fácilmente, pero esta vez no podía permitir que me detuviera.

Agarré la maleta con fuerza y salí del apartamento, mis pasos resonando en el pasillo vacío. Llegué al ascensor y, mientras esperaba, sentía cómo mi corazón latía con fuerza. No era miedo... era rabia. Rabia por las mentiras, por los secretos, por todo lo que Alexandro me había ocultado.

Cuando finalmente salí a la calle, el frío de la madrugada me golpeó el rostro. Las luces de los faroles iluminaban las aceras desiertas, y durante un breve momento me sentí libre. Me ajusté la chaqueta y comencé a caminar, tirando de la maleta detrás de mí.

Pero entonces lo vi.

Un hombre estaba apoyado contra un coche negro, con los brazos cruzados sobre el pecho. Era alto, con un porte elegante y peligroso. Su cabello oscuro parecía absorber la luz, y sus ojos... sus ojos eran lo que me dejaron inmóvil. Uno era negro como el vacío, y el otro azul, frío como el hielo.

No sabía por qué, pero mi cuerpo reaccionó de inmediato. Algo en su presencia me resultaba perturbador y al mismo tiempo... atrayente.

—¿Aria? —su voz era suave, pero tenía un filo cortante que me puso los nervios de punta.

—¿Quién eres? —pregunté, tratando de mantener la compostura.

El hombre sonrió, una sonrisa que no llegó a sus ojos.

—Tu dueño, pero tú puedes llamarme Damon—dijo simplemente, como si ese nombre bastara para explicarlo todo.

Mi corazón dio un vuelco. Ese era el nombre que Alexandro había mencionado, el hombre del que había tratado de protegerme... o eso decía él.

Antes de que pudiera reaccionar, un ruido detrás de mí me hizo girar. Alexandro corría hacia nosotros, su rostro una mezcla de furia y desesperación.

—¡Aria, aléjate de él! —gritó, sacando un arma de su abrigo.

Damon no se movió, ni siquiera parpadeó. En lugar de eso, me miró fijamente, como si todo lo que importara en ese momento fuera mi reacción.

—Aria, no tienes que escucharle —dijo Damon, ignorando completamente a Alexandro—. Todo lo que te ha dicho son mentiras. Yo soy el único que puede protegerte.

—¡Cállate! —rugió Alexandro, apuntándole con la pistola—. Aria, ven aquí, ahora. Ese hombre es un monstruo, no tienes idea de lo que es capaz.

Miré de un hombre al otro, mi mente hecha un caos. Damon estaba tranquilo, casi despreocupado, mientras Alexandro parecía al borde del colapso.

—¿Por qué debería confiar en ti? —le pregunté a Alexandro, mi voz temblando de rabia—. Me has mentido desde el principio.

—Porque quiero mantenerte con vida, maldita sea —gritó él—. Damon no te ve como una persona, Aria. Para él, eres solo un trofeo, una deuda que cree que le pertenece.

Damon rió suavemente, un sonido bajo y peligroso.

—¿De verdad le crees? —dijo, dando un paso hacia mí—. Aria, yo no quiero controlarte. Quiero darte libertad, algo que él jamás hará.

Alexandro apretó los dientes y dio un paso hacia adelante, su arma temblando ligeramente en su mano.

—No te acerques a ella —advirtió.

El rostro del enemigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora