ARIA
Después de un largo dia en la oficina, volvi a casa con el unico proposito de irme a dormir despues de ducharme. llegue a la puerta donde solo habia una luz encendida que habia encendido maria, mi sirvienta de noche. M mascara aun seguia puesta
—Buenas noches, señora. ¿Cómo estuvo su día? —preguntó, acercándose para tomar mi bolso y mi abrigo.
—Largo, María... Muy largo. Por favor, ¿puedes preparar algo ligero? No tengo hambre, pero tampoco quiero acostarme sin cenar —le respondí con una débil sonrisa, dirigiéndome hacia el dormitorio.
—Enseguida, señora. Le tendré algo listo pronto.
Entré a mi habitación, dejando caer mis tacones junto a la cama y soltando el cabello que había estado recogido todo el día. La sensación de alivio al deshacerme de las prendas ajustadas era indescriptible.
Me encaminé al baño, donde abrí la ducha, permitiendo que el agua caliente llenara el ambiente con un suave vapor. Me despojé del resto de la ropa, dejando un rastro de prendas hasta la puerta.
El agua caliente recorrió mi piel, relajando cada músculo tenso, llevándose consigo el cansancio del día. Permanecí bajo el chorro un buen rato, disfrutando de la sensación, hasta que finalmente salí, envuelta en una toalla blanca y esponjosa.
Sobre la cama, María había dejado un conjunto de seda que sabía que amaba: delicado, suave, y lo suficientemente ligero como para sentirme cómoda, pero con un diseño que exponía mis curvas de manera sutil y femenina.
Me lo puse, dejando que la seda resbalara suavemente por mi piel, fría al principio pero rápidamente cálida al contacto. El conjunto se ajustaba perfectamente, dejando entrever el contorno de mi figura con una elegancia sensual. Me miré al espejo por un momento, apreciando el contraste entre el tono suave de la tela y mi piel.
Cuando llegué al comedor, María había dispuesto una pequeña mesa con una sopa tibia, unas tostadas crujientes y un té que humeaba suavemente.
Ella se retiró discretamente tras desearme una buena noche, dejándome disfrutar del momento en silencio. La cena ligera y el aroma del té parecían envolverme en una sensación de paz. Esta noche, al fin, podría descansar como deseaba.'
Después de terminar la cena, llevé la taza de té caliente hasta mi dormitorio. La casa estaba completamente en silencio, salvo por el suave crujir de la madera bajo mis pasos. Dejé la taza sobre la mesita de noche y me acomodé en la cama, sintiendo el tacto fresco de las sábanas contra la seda que vestía.
Apagué la lámpara principal, dejando solo una tenue luz junto a la cama. Me recosté, cerrando los ojos por un momento, intentando apagar los pensamientos que aún zumbaban en mi mente después del día agitado. Sin embargo, en lugar de tranquilidad, mi imaginación comenzó a cobrar vida.
Un hombre emascarado, alto, fornido, vestido totalmente de negro, se acercaba lentamente hacia mi, su pelo negro, alexandro... mi peor enemigo se estaba volviendo una fantasia sexual
Se acercaba lentamente hacia mí, sus pasos firmes y silenciosos. En mi imaginación, el aire a su alrededor parecía volverse más denso, cargado de una tensión palpable. Había algo peligrosamente seductor en su porte, en la manera en que se movía, como si todo en él estuviera diseñado para provocar, para dominar el espacio y la atención.
Alexandro, mi enemigo. Durante años habíamos cruzado palabras afiladas, enfrentamientos en los que cada uno buscaba la caída del otro. Yo debería despreciarlo. Pero ahora, en mi cama, con mi cuerpo relajado por el calor del té y el tacto suave de la seda, la forma en que él existía en mi mente era completamente distinta.
No era el rival que me enfrentaba en reuniones tensas, ni el hombre que siempre tenía una respuesta sarcástica para mis palabras. No. Aquí, él era el misterio encarnado. El hombre al que no podía ignorar.
Me imaginé sus manos, fuertes y decididas, deslizándose lentamente hacia mí. Su respiración, controlada y profunda, resonaba en mi mente como un eco que me envolvía. Sentí el leve estremecimiento de pensar en el roce de sus dedos contra mi piel, incluso a través de la seda que vestía.
Era peligroso. Un recordatorio constante de lo que no podía permitirme desear. Pero en esa quietud nocturna, donde nadie podía escuchar mis pensamientos ni juzgar mis deseos, me permití fantasear con él.
Su voz grave resonaba en mi mente, susurros que no podía entender pero que despertaban algo en mí. Un anhelo que me hacía arquearme ligeramente bajo las sábanas, como si su presencia imaginaria pudiera hacerse real.
Me mordí el labio, intentando contener la mezcla de emociones que surgían al pensar en Alexandro de esa manera. ¿Cómo podía mi peor enemigo convertirse en mi fantasía más prohibida? Esa pregunta quedó suspendida en el aire, sin respuesta, mientras mi mente continuaba recreando su figura en la penumbra.
—pequeña tigressa, hoy haras todo lo que yo te diga, como yo lo diga y cuando yo lo diga — gemi ante su voz tan dominante, gemi por que estaba tan caliente que mi mente solo deseaba que me tocara
—Gime para mí otra vez. Quiero escuchar cómo me perteneces. —exigió, su tono bajo y tan cargado de autoridad que todo mi cuerpo pareció obedecer sin que yo pudiera evitarlo.
Un nuevo gemido se escapó de mi garganta, suave pero incontrolable, como si mi voluntad estuviera completamente sometida a la suya.
El calor que sentía recorría cada rincón de mi ser, una mezcla de excitación y vulnerabilidad. La seda que llevaba parecía adherirse a mi piel, intensificando cada sensación. En mi mente, Alexandro se inclinó más, sus labios apenas rozando mi oído mientras me susurraba:
—Hoy, pequeña tigresa, no hay lugar para tu orgullo. Solo yo mando aquí. Voy a convertirte en mi putita, de nuevo. —
— Oblígame.
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El rostro del enemigo
RomanceAria ha vivido toda su vida atrapada en una espiral de tristeza, un peso que ha aprendido a cargar en silencio. Ha construido su imperio desde cero, enfrentando cada desafío sola, sin un alma que la apoye. Sin embargo, su mundo se sacude cuando se e...