Aria
Me mordí el labio, mientras que miraba a ese dios del olimpo. Era literalmente lo que toda mujer desearía. Era alto, guapo, esos ojos, esa boca. Tenía unos dedos largos y anchos. Sonreí mientras le miraba la mano.Senti como se levantó y se dirigió hacia mi, lo tenía en frente, levanté la cabeza hacia el adonis que tenía delante, mierda era más hermoso teniéndole más cerca
Él sonrió, una sonrisa lenta, como si supiera exactamente lo que estaba pasando por mi mente. Estaba tan cerca que podía sentir su calor, ese magnetismo que emanaba de él, envolviéndome.
No dije nada, mis palabras parecían atrapadas en mi garganta, pero no necesitaba hablar. Sus ojos recorrían mi rostro con una intensidad que me hizo temblar ligeramente.
Sin mediar palabra, extendió su mano, y mis dedos, temblorosos, la tomaron sin pensarlo. Su piel era cálida, su tacto firme, y en ese momento, sentí una conexión, algo que me atravesó por completo. Me miró de nuevo, esta vez con una expresión más profunda, más cargada de algo que no supe identificar, pero que me dejó sin aliento.
— ¿Tienes miedo?— preguntó, su voz baja, un susurro que solo yo podía oír.
Negué con la cabeza, aunque mi cuerpo sentía lo contrario. No era miedo, era algo mucho más intenso, algo que me incitaba a acercarme más, a perderme en él, a dejar que me guiara hacia lo desconocido.
— Entonces, ven. —dijo, y en su mirada había algo que me decía que no había vuelta atrás. Salimos de la discoteca, y la fría brisa de la noche me dio un golpe en la cara, despertándome del trance en el que había caído.
Estábamos en la acera, bajo las luces de la calle, pero todo a mi alrededor se desdibujaba, como si el mundo se hubiera reducido a solo él y yo. El sonido de los coches y las conversaciones lejanas se desvanecieron mientras me concentraba solo en sus pasos, que resonaban cerca de mí.
Caminamos sin decir palabra, pero la tensión en el aire se sentía como una corriente eléctrica, constante y poderosa.
De vez en cuando, él me lanzaba una mirada que me hacía sentir como si estuviera desnuda ante él, expuesta, pero no de una manera incómoda, sino como si quisiera que viera algo en mí que yo misma no sabía que estaba allí.
Llegamos a un parque donde había una pequeña casa , apartada de la ciudad. Apenas había gente, solo las sombras de los árboles y la luna iluminando los senderos. Él se detuvo frente a un banco y me miró, los labios curvados en una sonrisa sutil, casi misteriosa.
— sentémonos aquí, odio las fiestas — dijo abriéndome la puerta , su voz suave pero firme, como si estuviera lanzando un reto.
No supe si mi respuesta era un sí físico, un sí mental, o simplemente un impulso que no podía controlar. Pero algo en mi interior me empujó a asentir. Me acerqué a él, sin palabras, dejándome llevar por el deseo.
Entonces lo besé, lo besé como llevaba deseando hacerlo toda la noche, como si todas las emociones contenidas desde el primer momento en que lo vi se desbordaran de golpe. Mis labios se encontraron con los suyos, primero con suavidad, pero pronto la necesidad creció, como si no pudiera esperar ni un segundo más.
Era un beso intenso, profundo, como si cada segundo que pasaba juntos estuviera marcado por una urgencia que no podía ser ignorada.
Su mano se posó en mi cintura, tirando de mí hacia él, y sentí su cuerpo pegado al mío. De repente, se separó ligeramente, apenas unos centímetros, y me miró a los ojos, su respiración tan agitada como la mía."Voy a follarte aquí, la mía tigressa" murmuró, como si aún estuviera buscando mi consentimiento, a pesar de todo lo que había pasado.
Mi corazón latía con fuerza en mi pecho, pero no era miedo lo que sentía, sino una certeza inquebrantable. Lo deseaba, y lo quería más cerca.
Mi mano comenzó a explorar todo su cuerpo, su abdomen bien marcado, lo arañé con fuerza, mañana le quedaría una marca. Deseaba tener esos dedos dentro de mi.
— tócame, por favor — lo miré casi suplicante, me sentía tan necesitada llevaba muchos meses sin que nadie me tocara.
— ¿la mía tigressa tiene hambre? — susurró en mi odio mientras que notaba su gran erección rozándome ese punto sensible entre las piernas, gemí, estaba muy necesitada y el lo sabía
Asentí rápidamente, lo miré con devoción necesitaba que me tocara. Sus dedos se dirigieron hacia mis pezones y tiraron de ambos haciéndome sentir un escalofrío en la espalda.
Un gran gemido me salió de mi boca en ese momento
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El rostro del enemigo
RomanceAria ha vivido toda su vida atrapada en una espiral de tristeza, un peso que ha aprendido a cargar en silencio. Ha construido su imperio desde cero, enfrentando cada desafío sola, sin un alma que la apoye. Sin embargo, su mundo se sacude cuando se e...