Alexandro
El sonido de las cadenas al rozar contra la piedra fría era música para mis oídos. Damon colgaba frente a mí, su cuerpo destrozado después de horas de interrogatorio. Pero aún no había terminado con él. Ni cerca. No hasta que me diera lo que quería.
La habitación apestaba a sangre y sudor, un testamento de lo que ya había soportado. Sin embargo, Damon seguía sonriendo, esa maldita sonrisa torcida que me daba ganas de arrancarle los dientes uno por uno.
—Eres más persistente de lo que pensé, Alexandro —jadeó, su voz ronca y quebrada, pero aún con ese aire burlón que me sacaba de quicio.
Me acerqué lentamente, dejando que mis pasos resonaran en la habitación. La lámpara colgante parpadeaba, proyectando sombras irregulares sobre su rostro ensangrentado. Me agaché frente a él, lo suficientemente cerca como para que viera mi odio reflejado en mis ojos.
—Voy a preguntártelo por última vez —mi tono era bajo, pero tenía un filo que cortaba como una cuchilla—. ¿Qué es lo que sabes sobre Aria? ¿Qué mierda estás ocultando?
Damon rió, o al menos lo intentó. Su risa era un jadeo ahogado, acompañado de la sangre que se acumulaba en su boca.
—Aria... —empezó, su voz apenas un susurro—. Esa mujer... no es quien crees que es.
La paciencia, lo poco que me quedaba, se rompió en ese instante. Me puse de pie y le di un puñetazo directo a la mandíbula, lo suficientemente fuerte como para hacer que su cabeza cayera hacia un lado.
—Habla —gruñí, esta vez dejando que la furia se filtrara en mi voz.
Damon escupió sangre al suelo y me miró de nuevo, esa chispa de desafío aún brillando en sus ojos.
—Puedes matarme si quieres, pero cuando descubras la verdad, desearás no haberla conocido.
La palabra "verdad" encendió algo dentro de mí. Me acerqué a la mesa donde tenía un cuchillo afilado, su hoja aún limpia. Eso no duraría mucho.
—Sigues pensando que tienes el control aquí —dije mientras giraba el cuchillo en mis manos, dejando que la luz se reflejara en la hoja—. Pero déjame aclararte algo, Damon. Cada parte de ti está a mi disposición para destrozar si no hablas.
Por primera vez, vi una chispa de duda en sus ojos. Pero aún no era suficiente. Me acerqué y presioné la punta del cuchillo contra su hombro, apenas un roce, solo para que supiera lo que venía.
—Aria nunca fue parte de esto... nunca lo fue de verdad —jadeó, intentando recuperar su compostura—. Ni tú ni ella saben la verdad.
Apreté más el cuchillo, hundiéndolo lentamente en su carne. Damon gritó, un sonido gutural y desesperado, pero no aparté la hoja.
—Sigue hablando —ordené, con voz fría y controlada.
—Aria... no es hija de los Dmitrev. Nunca lo fue.
Me congelé. Lo miré fijamente, buscando cualquier signo de mentira en su rostro.
—¿Qué mierda estás diciendo?
Damon rio, aunque su risa era quebrada, llena de dolor y locura.
—Los Dmitrev la adoptaron cuando era un bebé. No es su sangre... nunca lo fue.
El aire en la habitación pareció hacerse más pesado. Mi mente intentó procesar lo que acababa de decir.
—Estás mintiendo —gruñí, aunque algo en su mirada me dijo que no lo hacía.
—¿Por qué crees que sus padres nunca hablaron de su infancia? Porque no había nada que decir. No era su hija. Solo era un maldito favor que le hicieron a un amigo, una carga que nunca quisieron.
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El rostro del enemigo
RomansaAria ha vivido toda su vida atrapada en una espiral de tristeza, un peso que ha aprendido a cargar en silencio. Ha construido su imperio desde cero, enfrentando cada desafío sola, sin un alma que la apoye. Sin embargo, su mundo se sacude cuando se e...