Salí casi corriendo de aquella oficina, esto era la puta guerra. ¿Quien se creía este Alexandro? Era un hombre imponente, casi tanto como... me paré en seco, no podía ser, ¿era el? No podía serlo, iba mirando hacia el suelo cuando de repente choqué con un hombre
Era alto, fuerte, su tez morena, ojos verdes, era guapísimo. — Perdón no estaba mirando... — mi voz distorsionada salió casi en un susurro.
— Oh bellísima, no hay ningún problema. Mi nombre es Enzo de Luca, encantado — su acento italiano era casi tan marcado como el de aquel hombre.
Mi corazón dio un vuelco al escuchar su nombre. Enzo de Luca. No lo conocía, pero algo en su presencia me hacía sentir que no era alguien común. No era solo su imponente figura, sino algo en su mirada, en la seguridad con la que hablaba, que me hacía pensar que este hombre no estaba aquí por casualidad.
Me obligué a concentrarme, a no dejar que la paranoia se apoderara de mí. Enzo de Luca, un nombre que sonaba como si hubiera sido sacado de una novela de mafiosos, pero ¿qué probabilidad había de que fuera algo más que un hombre común con un apellido italiano?
— No hay problema —respondí, aún recuperando el aliento tras el golpe.
Su sonrisa se expandió aún más, una de esas sonrisas confiadas, como si supiera algo que yo no. Algo que me hizo pensar que, si bien no lo conocía, sí había algo en él que me resultaba inquietante.
— ¿Te encuentras bien, bellísima? —preguntó con voz grave, casi seductora.
Algo en su forma de hablar me hizo sentir que había una carga de poder en cada palabra, como si no fuera solo una charla superficial. Pero, aún así, no podía entender qué era lo que me perturbaba.
— Sí, todo bien —dije rápidamente, sin mirarlo demasiado. Mi instinto me decía que debía marcharme, pero algo me mantenía clavada al suelo, atrapada en esa mirada.
Enzo, como si notara mi indecisión, hizo un gesto hacia un pequeño café en la esquina de la calle.
— ¿Te gustaría acompañarme a tomar algo? No quiero interrumpir tu día, pero no puedo evitar pensar que es un buen momento para conocernos mejor.
¿Conocer? La invitación me pareció extraña. Mi intuición me decía que este hombre no era alguien con quien debía entablar una conversación en un café cualquiera. Pero, ¿por qué? ¿Qué tenía de especial Enzo de Luca?
Me lo quedé mirando por un instante, dudando. No quería ser maleducada, pero tampoco me sentía cómoda. Aunque, al mismo tiempo, había algo en su porte, en su manera de hablar, que me atraía sin querer.
— No quiero incomodarte —contesté, intentando salir de esa situación sin ser obvia. — Solo... no estoy de humor para socializar.
Enzo asintió con un ligero movimiento de cabeza, como si ya supiera lo que pensaba.
— No te preocupes, preciosa. El tiempo dirá cuándo es el momento adecuado. —Dijo esto con una calma inquietante, antes de darme un último vistazo. — Hasta luego.
Mientras se alejaba, una extraña sensación de inquietud no me dejaba. Algo me decía que esto no era un simple encuentro fortuito. Pero no podía poner el dedo en qué exactamente. Lo que sí sabía, era que había algo oscuro detrás de esos ojos verdes, algo que no podía ignorar
El coche avanzaba por las calles de la ciudad, y yo me dejaba llevar por el suave vaivén del vehículo, sin decir palabra. El chofer conducía con la misma calma de siempre, sin prisas, como si supiera que su trabajo era más que solo llevarme de un punto a otro. Aún con la máscara puesta, sentía la presión de lo ocurrido. El encuentro con Enzo se desvanecía lentamente de mi mente, pero algo me decía que no podía ignorarlo por completo.
La mansión se alzaba frente a mí cuando llegamos. Grande, imponente, oculta entre altos muros de piedra y rodeada de jardines bien cuidados. Era mi refugio, mi mundo. Me bajé del coche, el chofer cerró la puerta con discreción y se quedó esperando mientras yo atravesaba el vestíbulo hacia la entrada principal. La casa parecía envuelta en un silencio pesado, como si estuviera esperándome, acogiendo cada paso que daba en su interior.
Subí las escaleras, con el eco de mis pasos resonando en los pasillos vacíos. Cuando llegué a mi habitación, el peso del día me cayó de golpe. Cerré la puerta tras de mí y, por fin, dejé caer la máscara sobre la mesa de noche. El aliento que había estado conteniendo durante todo el trayecto salió como un suspiro de alivio.
Me quité los zapatos y me dejé caer sobre la cama, mirando al techo por un momento. La mansión, con sus enormes ventanales, sus cortinas pesadas y el aire cargado de tranquilidad, me daba una sensación de seguridad, de que nada podría perturbarme aquí. Pero, aún así, el rostro de Enzo seguía apareciendo en mi mente, esa sonrisa confiada, esos ojos intensos... ¿Qué quería él de mí?
Sacudí la cabeza. No tenía tiempo para pensar en eso. Me levanté y caminé hacia el baño. El agua caliente del ducha me envolvió, ahogando cualquier pensamiento extraño. Cuando terminé, me vestí con ropa cómoda y me dirigí de nuevo al vestíbulo. La mansión estaba tan callada que podía escuchar mi respiración en cada rincón.
Me senté en uno de los sillones del gran salón y dejé que el silencio me invadiera. El peso del día se disipaba lentamente, pero algo en mi interior, un susurro leve, me decía que aquel encuentro no había sido una coincidencia.
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El rostro del enemigo
RomanceAria ha vivido toda su vida atrapada en una espiral de tristeza, un peso que ha aprendido a cargar en silencio. Ha construido su imperio desde cero, enfrentando cada desafío sola, sin un alma que la apoye. Sin embargo, su mundo se sacude cuando se e...