Capitulo 41

678 25 1
                                    

Alexandro

Mi respiración era pesada, un ritmo que competía con el sonido de las cadenas al moverse cada vez que Damon intentaba acomodarse en su posición de tortura. La ira me consumía por dentro como fuego líquido, y cada palabra que había salido de su boca no hacía más que avivar las llamas.

Damon me miraba con esa maldita sonrisa, como si tuviera el control, incluso ahora que pendía entre la vida y la muerte.

—Aria... —dijo, su voz ronca, pero cargada de burla—. Qué mujer tan... especial. Tiene una forma de... ah... usar esa boca que, bueno, seguro ya lo sabes.

Mis puños se cerraron con tanta fuerza que sentí los nudillos crujir. No pensé. No razoné. Solo actué.

El primer golpe aterrizó en su rostro con un sonido seco. Su cabeza cayó hacia un lado, pero todavía sonreía.

—¿Eso es todo, Alexandro? —se burló, escupiendo sangre al suelo.

El segundo golpe fue más fuerte, directo a su mandíbula. No dije nada. No tenía palabras para lo que sentía. El tercero hizo que la silla que había arrastrado antes cayera al suelo con un estrépito.

—¿Quién te crees que eres para hablar de ella así? —gruñí, mi voz baja, cargada de furia.

Damon rio, aunque la sangre comenzaba a llenar su boca.

—Solo digo la verdad... Ella es... exquisita.

Otro golpe. Luego otro. Y otro más. No me detuve hasta que su cabeza cayó hacia adelante, inerte. Sus cadenas seguían sosteniéndolo, pero su cuerpo colgaba flácido.

Estaba a punto de darme la vuelta, de marcharme y dejarlo pudriéndose en ese lugar, cuando escuché un susurro débil.

—S... y...

Me detuve, girándome hacia él.

—¿Qué dijiste?

Pero ya era tarde. Damon estaba inconsciente, colgando como un muñeco roto, con su rostro destrozado por los golpes. Una parte de mí quería despertarlo a base de agua helada y obligarlo a hablar, pero sabía que no serviría de nada en este momento.

Me aparté de él, recogí el cuchillo del suelo y lo guardé en mi cinturón. Tenía que salir de allí antes de perder el control por completo.

Horas después, me dirigía a el despacho de Marco.

Marco estaba sentado detrás de su escritorio, revisando unos papeles cuando entré. Su mirada se alzó hacia mí, y sus ojos captaron al instante la furia que aún hervía bajo mi piel.

—¿Y bien? —preguntó, dejando los documentos a un lado.

—Damon no miente. Todo lo que dijo sobre Aria y Ethan es verdad. —Me dejé caer en la silla frente a él, pasando una mano por mi cabello desordenado—. Pero no lo sabe todo. Antes de desmayarse, dijo algo... una S y una Y.

Marco frunció el ceño, cruzando los brazos sobre el escritorio.

—¿Una S y una Y? ¿Eso es todo?

—Sí, eso es todo. —Suspiré, inclinándome hacia adelante—. Pero hay algo más. Necesitamos a alguien que pueda ayudarnos a rastrear a esta familia de la que habla. Los fantasmas.

Marco asintió lentamente, como si ya hubiera estado pensando en ello.

—De hecho, ya he contactado a alguien.

Se levantó de su asiento y caminó hacia la puerta.

—Ven conmigo.

Lo seguí por los pasillos oscuros del edificio hasta llegar a una sala de reuniones. Cuando abrió la puerta, una mujer se encontraba de pie junto a la ventana, con los brazos cruzados. Su cabello negro caía en ondas perfectas hasta su cintura, y sus ojos azules eran tan penetrantes que parecían leer todo de un vistazo.

El rostro del enemigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora