Alexandro
Habían pasado cinco días. Cinco malditos días desde que Aria había descubierto las cartas de Ethan y, desde entonces, no me había dirigido una sola palabra. Yo, Alexandro bianco alguien acostumbrado a manejar mafias enteras y a doblegar a cualquiera con una simple mirada, me estaba volviendo loco por el silencio de una mujer.
Pero Aria no era cualquier mujer. Ella era fuego y hielo al mismo tiempo, y por eso odiaba que me ignorara. Ese desprecio silencioso era peor que sus gritos, peor que cualquier golpe. Me tenía atrapado, y lo sabía.
Miré el reloj sobre la mesa. Pasaban de las tres de la madrugada, y seguía sentado en mi despacho con un cigarro a medio consumir en los dedos y una copa de whisky que ya no tenía sabor. Mi mente no paraba de repetir el momento en el que sus ojos, llenos de rabia y dolor, me miraron como si fuera el enemigo.
"¿Por qué no le dije la verdad desde el principio?" Esa pregunta era una maldita espina en mi cabeza. Pero sabía por qué no lo había hecho. La verdad era peligrosa. No solo para ella, sino para todos los que estuvieran cerca. Damon no era un hombre con el que jugar, y yo... Yo había jugado demasiado tiempo en su tablero.
Un golpe en la puerta me sacó de mis pensamientos. No era fuerte, apenas un roce, pero suficiente para alertarme. Saqué la pistola de la gaveta, apuntando hacia la entrada.
—¿Quién demonios...? —empecé a decir, pero me detuve cuando la puerta se abrió despacio.
Aria entró en mi despacho como un huracán, los ojos encendidos con una furia que pocas veces había visto. Pero lo que realmente me heló la sangre fue la pistola que sostenía firmemente en sus manos. Apuntaba directamente a mi pecho.
—Aria, ¿qué demonios estás haciendo? —pregunté, levantando las manos despacio.
—¡Cállate! —escupió. Su voz era firme, pero había un temblor apenas perceptible en su agarre—. He tenido suficiente de tus malditas mentiras, Alexandro. Si no empiezas a hablar, juro que disparo.
Mantuve la calma, aunque por dentro estaba al borde de la desesperación. Aria no era de las que amenazaban en vano.
—¿Hablar de qué? —pregunté, intentando ganar tiempo.
Ella dio un paso hacia mí, y el cañón de la pistola se acercó un poco más.
—De Ethan, de Damon, de todo lo que has estado escondiéndome. —Su voz se quebró ligeramente, pero su mirada seguía siendo feroz—. ¿Por qué mi hermano estaba huyendo? ¿Qué conexión tiene contigo? ¿Y qué tiene que ver Damon con todo esto?
—Aria, baja el arma. —Mi voz era suave, casi suplicante—. No tienes idea de lo que estás haciendo.
—¡Claro que sé lo que hago! —gritó, sus manos temblando—. Lo que no sé es quién diablos eres tú en realidad. Todo este tiempo has estado jugando conmigo. Me hiciste creer que Ethan estaba muerto. Me hiciste confiar en ti, y todo era una mentira.
Me pasé una mano por el cabello, frustrado. Sabía que esto pasaría tarde o temprano, pero no así. No con una pistola apuntándome.
—Escucha, no he mentido sobre todo. Sí, escondí cosas, pero fue para protegerte. Damon no es alguien con quien se pueda jugar.
—¿Y tú sí? —preguntó, con una sonrisa amarga.
Tragué saliva, sabiendo que estaba perdiendo.
—Damon es parte de la Bratva. Es uno de sus hombres más poderosos, el brazo derecho del mismísimo líder. Controla territorios enteros y elimina a cualquiera que se interponga en su camino. Pero no es solo eso, Aria. Él no solo me odia a mí; te quiere a ti. Y no lo hará de forma directa. Te acechará, jugará contigo hasta que no quede nada.
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El rostro del enemigo
RomansaAria ha vivido toda su vida atrapada en una espiral de tristeza, un peso que ha aprendido a cargar en silencio. Ha construido su imperio desde cero, enfrentando cada desafío sola, sin un alma que la apoye. Sin embargo, su mundo se sacude cuando se e...