Capitulo 35

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Aria

Me levanté en una cama enorme atada de pies y de manos, lo único que podía ver era una silueta negra que me miraba constantemente. Mi respiración estaba tan acelerada que no entendía lo que me estaba pasando. ¿Alexandro? ¿Dónde estaba mi italiano?

— ¿quién eres? ¿Por qué no me sueltas? — dije con la voz entrecortada.

La figura oscura permaneció en silencio, observándome con una calma inquietante. Mis muñecas ardían por la presión de las cuerdas, pero lo que más dolía era la incertidumbre.

—¿Qué quieres? —insistí, mi voz quebrándose, pero tratando de mantener la valentía.

La silueta dio un paso adelante, revelando parcialmente un rostro que me resultaba vagamente familiar. Era Damon. Su mirada heterocromática brillaba bajo la tenue luz, una mezcla de diversión y algo más oscuro.

—Aria... —dijo con voz suave, pero cargada de ironía—. Me sorprende que tengas fuerzas para preguntar.

—¿Dónde está Alexandro? —solté, ignorando el temblor en mi voz.

Él rió, una risa baja y cruel que hizo que mi piel se erizara.

—¿Tu querido italiano? Está... ocupado. Digamos que tiene problemas más urgentes que venir a rescatarte.

Mis ojos se llenaron de lágrimas al imaginar a Alexandro herido o peor, pero me negué a dejarlas caer frente a Damon.

—Si le haces daño, te arrepentirás —le advertí, aunque sabía que mis palabras eran inútiles.

Damon se inclinó hacia mí, apoyando una mano en la cabecera de la cama, justo al lado de mi cabeza. Su proximidad me asfixiaba, pero me obligué a mirarlo directamente.

—Tienes espíritu, Aria. Me gusta eso. Pero, ¿sabes qué es lo que más me gusta? —Se acercó más, su aliento rozando mi piel—. Ver cómo todo ese fuego desaparece cuando te das cuenta de que no tienes el control.

Me aparté lo poco que pude, asqueada, pero Damon simplemente sonrió, disfrutando de mi incomodidad.

—Déjame ir —dije, con más fuerza de la que sentía—. Esto no tiene nada que ver conmigo.

Él levantó una ceja, divertido.

—¿Nada que ver contigo? Aria, querida, tú eres el centro de todo este juego. Alexandro puede ser el rey de su pequeño imperio, pero tú... tú eres su debilidad.

—¿Juego? —pregunté, confundida.

Damon se enderezó, metiendo las manos en los bolsillos de su pantalón negro. Su actitud despreocupada contrastaba con la tensión en la habitación.

—Esto siempre ha sido un juego, Aria. Un juego de poder, de lealtades... y de traiciones. —Hizo una pausa, mirándome con intensidad—. Pero tú, tú lo haces más interesante. Porque, al final, no importa cuánto luche Alexandro. Siempre será yo quien tenga la ventaja.

—Él vendrá por mí —respondí con firmeza, intentando convencerme a mí misma tanto como a Damon.

—Oh, estoy seguro de que lo hará —dijo, encogiéndose de hombros—. Pero cuando lo haga, no quedará nada de él para que tú lo reconozcas.

Sentí un nudo en el estómago, pero no podía dejar que el miedo me paralizara. Tenía que pensar, tenía que encontrar una manera de salir de allí. Entonces, algo en la expresión de Damon cambió. Su sonrisa desapareció, reemplazada por una seriedad que me puso aún más nerviosa.

—Por ahora, disfrutarás de mi hospitalidad. Y, si eres lista, Aria, puede que incluso sobrevivas a esto.

Se giró para salir de la habitación, pero antes de cerrar la puerta, se detuvo y me miró por encima del hombro.

El rostro del enemigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora