Alexandro
Varias semanas despuésAria dormía en mi cama plácidamente, su respiración era lenta, acompasada, y el leve movimiento de su pecho me hipnotizaba. Su pelo rubio caía en cascadas sobre su espalda, desparramado sobre las sábanas de lino blanco como si fuera oro líquido. Amaba a esta mujer más de lo que mi orgullo me permitía admitir. Nunca pensé que Aria se convertiría en todo lo que podía desear en este mundo.
El primer rayo de sol iluminaba la habitación, y con él, su piel parecía brillar. Me quedé mirándola, saboreando ese momento de tranquilidad que compartíamos últimamente. Después de tantas tormentas, había aprendido a valorar estos pequeños instantes de calma. Ella era mi refugio.
No quería moverme, no quería hacer nada que rompiera el hechizo de la mañana, pero mi mano actuó por voluntad propia. La deslicé suavemente por su espalda desnuda, y un escalofrío recorrió su cuerpo, arrancándole un pequeño suspiro.
—Alexandro... —murmuró, sin abrir los ojos, pero con una sonrisa en los labios.
—Buenos días, tigressa —Me incliné hacia ella, besando su hombro expuesto, disfrutando de su calor.
—¿Cuánto llevas mirándome? —preguntó entre sueños, su voz suave y adormilada.
—El tiempo suficiente para darme cuenta de que soy el hombre más afortunado del mundo.
Ella rió suavemente, y el sonido llenó la habitación como una melodía. Giró sobre su costado, mirándome con esos ojos azules que siempre parecían capaces de ver a través de mí.
—¿Siempre tan meloso por la mañana?
—Solo contigo. —Le acaricié la mejilla y ella se inclinó hacia mi toque.
Momentos como este eran escasos en mi vida. Aria tenía el don de desarmarme, de hacerme olvidar el caos que normalmente definía mi existencia. Me hacía sentir como si pudiera ser un hombre diferente, uno que mereciera el tipo de amor que ella me ofrecía sin reservas.
Nos quedamos así por un rato, hablando de cosas triviales, riendo, disfrutando de la simple compañía del otro. Ella comenzó a contarme sobre su último proyecto, y aunque no entendía todos los detalles, me encantaba verla tan apasionada, con ese brillo en sus ojos que me hacía querer capturar cada segundo de su entusiasmo.
Pero entonces, su tono cambió.
—Alexandro, necesito preguntarte algo. —Se incorporó ligeramente, apoyándose en un codo mientras me miraba.
—Dime.
—¿Qué vas a hacer con Damon? —Su voz era calmada, pero había una tensión evidente en sus palabras.
Me quedé en silencio por un momento, observándola. No quería romper la paz que habíamos construido, pero tampoco tenía intención de mentirle.
—Damon lleva muerto desde hace más de dos semanas.
El aire en la habitación pareció volverse más pesado de inmediato. Aria me miró, sus ojos se abrieron más por la sorpresa, y luego se entrecerraron con una mezcla de enfado y decepción.
—¿Y no pensaste que era algo que debías decirme? —Su tono ahora era afilado, y su postura se tensó.
—No quería preocuparte.
—No querías preocuparme, o simplemente no confías en mí lo suficiente como para hablar de cosas importantes? —Se levantó de la cama, con el rostro lleno de frustración.
La seguí, atrapándola por la cintura antes de que pudiera alejarse más.
—No es eso, Aria. —Mi voz era firme, pero ella intentó soltarse.
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El rostro del enemigo
RomanceAria ha vivido toda su vida atrapada en una espiral de tristeza, un peso que ha aprendido a cargar en silencio. Ha construido su imperio desde cero, enfrentando cada desafío sola, sin un alma que la apoye. Sin embargo, su mundo se sacude cuando se e...