Capítulo 4

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Una hora después, Sidney y yo caminábamos a paso decidido hacia el interior del club más exclusivo de la ciudad. Luces bajas, música de reggaeton y el aroma embriagador de perfume caro llenaban el ambiente. Sidney me guiaba entre la multitud, saludando a conocidos, lanzándome miradas cómplices. Sabía exactamente lo que pretendía: distraerme, sacarme de la rutina que me tenía atrapada.

— ¡quiero una copa!— grite para que me escuchara, pero ella seguía a su bola, me separé de ella y me moví hacia la barra donde un bartender moreno y de sonrisa amable me preguntó que quería.

— Mmm, un jagër red bull — respondí casi sin pensarlo,

El bartender asintió con una sonrisa rápida y se giró hacia las botellas, moviéndose con la destreza de alguien que domina su oficio. Mientras esperaba, apoyé los codos en la barra y observé el lugar.

Las luces pulsaban al ritmo de la música, y la pista estaba llena de cuerpos moviéndose, dejándose llevar por la energía del reggaeton que resonaba en cada rincón. Sidney reapareció entre la multitud, lanzándome una mirada divertida al verme allí sola en la barra.

El bartender deslizó el vaso hacia mí y le di un sorbo, sintiendo el toque dulce del Red Bull mezclado con la intensidad del Jäger. Perfecto para esta noche.

—¿Pensabas escaparte, eh? —rió Sidney, acercándose y alzando una ceja mientras tomaba un sorbo de su propia bebida.

—No escaparme, solo... hacer mi propia ruta —le respondí, con una sonrisa de lado.

Sidney levantó su copa y yo hice lo mismo, chocándolas con un "¡salud!" que quedó casi ahogado por la música. Bebí otro trago, esta vez más largo, dejando que el alcohol hiciera su trabajo y apagara la tensión que llevaba semanas acumulando.

—Ven, vamos a bailar, amo esta canción. —dijo Sidney mientras sonaba danza kuduro, guiñándome un ojo y girándose hacia la multitud.

—¿Qué? ¡No, Sidney! —pero ella ya me arrastraba otra vez hacia el interior del club, con esa seguridad suya que hacía difícil resistirse.

Apreté el vaso en mi mano y le seguí el paso lo más rápido que pude. Mientras avanzábamos entre la multitud, Sidney me lanzaba miradas de complicidad, como si guardara un secreto. La música subía de volumen, envolviéndonos en un ritmo envolvente.

Llegamos hasta un rincón de la pista de baile donde algunos grupos ya se movían al compás del reggaetón. Sidney se detuvo, giró hacia mí y me extendió la mano, animándome con una sonrisa traviesa.

—Vamos, Aria —dijo, inclinándose hacia mí para asegurarse de que la escuchara—. Olvídate del mundo por un rato, ¿sí?

Suspiré, pero la chispa de emoción en su rostro era contagiosa. Aún sosteniendo el vaso en una mano, me dejé llevar y comencé a moverme con el ritmo. Al principio de forma contenida, siguiendo sus movimientos, pero poco a poco dejé que la música se apoderara de mí.

Sidney soltó una risa al verme soltándome un poco, y ambas alzamos nuestras copas, brindando entre risas.

La pista era un mar de luces que se reflejaban en nuestros rostros y en los cuerpos en movimiento a nuestro alrededor. Cerré los ojos por un momento, dejando que el bajo potente vibrara en mi pecho, y me dejé llevar sin pensar en nada más. No importaba la competencia, las responsabilidades, ni siquiera la reunión de mañana. Esta noche era solo para nosotras.

En un momento, Sidney me tomó de la mano y giramos juntas, riendo como si fuéramos adolescentes otra vez. Sentí una liberación que no había experimentado en meses, una libertad que hacía que el mundo pareciera menos pesado.

Hasta que choqué con un gran cuerpo, uno robusto, alto, fornido. Como si fuera una pared de hierro. Levanté mi cabeza de forma ofendida.

— Puedes mirar por dónde vas? — unos ojos verdes me atravesaron como un rayo, era como ver a miles de árboles juntos desde el cielo.

Perdón? —murmuró él con una ceja arqueada, como si estuviera evaluándome con esos ojos verdes tan intensos. Su voz era grave, casi como un murmullo que solo yo podía escuchar pese al ruido de la música.

Me quedé inmóvil por un segundo, sintiendo el calor subir por mi piel, pero rápidamente recobré la compostura. Con la mirada fría, lo miré de arriba a abajo, sin dejar que viera ni un rastro de sorpresa en mi rostro.

— Sí, perdón —respondí con tono desafiante, recalcando cada palabra—. Pero puedes moverte, ¿o necesitas un mapa para encontrar tu lugar?

Él soltó una media sonrisa, como si estuviera entretenido por mi actitud. Se inclinó un poco, quedando a pocos centímetros de mi rostro.

— No necesito un mapa, gracias —dijo con una calma irritante—. Pero parece que tú necesitas algo más que un simple "perdón",  tigressa.

Podía sentir el peso de su presencia y esa mezcla de arrogancia que me sacaba de quicio. Sin embargo, antes de que pudiera responder, Sidney apareció junto a mí, mirándolo de forma descarada y luego dirigiéndome una sonrisa maliciosa.

—¿Te estoy interrumpiendo? —me preguntó, alzando las cejas mientras miraba entre nosotros dos.

—Para nada —respondí, manteniendo la mirada fija en el desconocido, que ahora también parecía disfrutando de la situación. Pero mientras intentaba seguir con mi actitud fría, no pude evitar sentir que algo en su mirada había alterado mi mundo de una forma inexplicable.

El rostro del enemigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora