Capitulo 11

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Alexandro
El cuervo... de que me sonaba tanto ese mote lo notaba cercano y al mismo tiempo distante después de hablar con Enzo seguí con mi programación diaria, tuve reuniones aburridas, pensé en esa mujer.

Llame a mi secretaria, y le pedí que averiguara todo sobre aria dmitrev. Después del encuentro que siento que tuve con ella y que probablemente Enzo la busque por mar, aire y tierra. Pase todo el día pensando en ella, era enigmática como ninguna otra, aún que yo también llevaba máscara la suya era... tan, bonita.

Mientras pasaban los minutos, un recuerdo se me vino a la mente. Era hace algunos años, estaba sentado en el regazo de mi nona, en la vieja casa de campo en Italia. El sol se filtraba entre las hojas de los árboles, creando sombras danzantes sobre el suelo de tierra. La brisa fresca me acariciaba la cara, pero mi mente estaba en otro lugar.

Mi nona, con su voz suave pero firme, me susurraba al oído mientras jugaba con mis cabellos.

— Recuerda, Alexandro, siempre hay que sonreír, aunque no lo sientas. La vida es un teatro, y cada uno debe representar su papel.—

En ese momento, no entendí completamente lo que quería decirme. Solo era un niño, pero esa lección quedó grabada en algún rincón de mi ser.

Lo curioso es que, en ese instante, mi mirada se cruzó con la de mi madre, que nos observaba desde la ventana. Sus ojos eran fríos, distantes, como si la vida fuera una obra que nunca podría comprender del todo.

Y fue entonces cuando lo entendí: las máscaras no solo se usan en el carnaval, las usamos todos los días. Mi madre lo hacía, y yo lo haría también, más tarde, de una forma u otra.

—¿Señor? —la voz de mi secretaria interrumpió mis pensamientos.

—¿Sí? —respondí, con el tono cortante de alguien que no quiere ser sacado de un trance.

—He comenzado a investigar lo que me pidió. Es difícil rastrear información sobre ella... parece que es cuidadosa. Hay conexiones con círculos de alto nivel, pero nada concreto aún.

—Sigue buscando —dije, tratando de disimular mi impaciencia—. Y pon a nuestro mejor equipo a trabajar en esto.

Colgué sin esperar respuesta, tamborileando los dedos sobre la superficie pulida de mi escritorio. ¿Quién era esta mujer? ¿Por qué me consumía tanto? Había conocido a cientos, quizás miles de mujeres en mi vida, y ninguna había dejado este tipo de impresión.

Había algo en su forma de mirar, en su forma de moverse, que parecía desafiar las leyes de lo natural. De nuevo, el pasado se coló en mi mente como una ráfaga inesperada. Volví a estar en el regazo de mi nona, su voz flotando como un canto antiguo:

—La gente siempre tiene secretos, Alexandro. Pero no te confundas... los más peligrosos no son los que esconden su verdad, sino los que te hacen querer revelar la tuya.

Mi nona siempre había tenido una sabiduría inquietante, casi profética. A veces me preguntaba si lo sabía todo de antemano, si de alguna manera había visto lo que yo sería, lo que haría.

"¿Qué verdad quiero revelar?" me pregunté, con una mezcla de curiosidad y alarma. Había vivido demasiado tiempo detrás de mis propias máscaras como para enfrentar esa pregunta de frente.

Decidí distraerme yendo a la terraza. Desde allí, la vista de la ciudad se extendía como un océano de luces. Era un recordatorio constante de mi poder, de todo lo que había construido. Pero esa noche, no encontraba consuelo en ello. Solo podía pensar en Aria.

Encendí un cigarro, un hábito que rara vez permitía que saliera a la luz. La brisa fría de la noche me trajo el aroma del tabaco y algo más, algo intangible: la sensación de que el destino estaba jugando conmigo, moviendo las piezas de un tablero que no entendía del todo.

En algún lugar de la ciudad, ella estaba. ¿Qué estaría haciendo? ¿Pensaría en mí como yo pensaba en ella? Era absurdo, incluso infantil, pero la idea se clavaba en mi mente como una espina. Recordé sus movimientos, cómo se deslizaba entre la multitud la noche anterior, como si el mundo entero fuera su escenario.

Y entonces, una decisión se formó en mi mente, clara como el cristal: no iba a esperar a que el destino moviera las piezas por mí. Si Enzo la estaba buscando por mar, aire y tierra, yo tendría que ser más astuto, más rápido. Aria Dmitrev no era una mujer que se encontrara dos veces en la vida.

Apagué el cigarro, sintiendo cómo la brasa se extinguía bajo la presión de mis dedos.

—Si hay máscaras que ocultar, también hay máscaras que destruir —murmuré para mí mismo, mientras la ciudad seguía brillando bajo mis pies.

El rostro del enemigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora