Capítulo 26. el verano que comenzó a romperse todo

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HACE 8 AÑOS...

Un Martin de apenas metro y medio de altura correteaba nervioso por la casa familiar en la que aquel entonces vivía junto a sus padres. El sol brillaba más que nunca en aquel día de julio. No había ninguna nube en el cielo que fuera capaz de opacar el día más importante de Martin: su  décimo cumpleaños. Amaba el verano por encima de todas las cosas, hacía buen tiempo, chapoteaba en la piscina la mayor parte del día, no tenía que madrugar, comía guarrerías a escondidas con su padre, podía pasar tiempo con sus abuelos y lo más importante, su madre le prestaba atención más allá de tocando juntos el violín. Eso había ocurrido hasta ahora, hasta el verano en el que todo comenzó a cambiar.

La casa era muy grande. Tres grandes pisos con cinco habitaciones y un baño para cada miembro de la familia. Las paredes pintadas de tonos neutros, blancos y grises sin apenas cuadros o decoración personalizada daban la sensación de falta de sentimiento hogareño. En contraposición, el amplio salón con la chimenea en el centro de la misma, lugar en el que casualmente pasaban más tiempo los invitados, trataba de ocultar la fría relación que ya empezaba a palparse entre los tres miembros de su familia. 

Su madre siempre había soñado con tener una casa con un jardín inmenso en el que hacer barbacoas con amigos y una gran piscina en el centro. Y tal y como lo había soñado lo hizo. Poco tiempo después de casarse junto al padre de Martin ambos habían construido la vivienda familiar a las afueras de la ciudad, en un barrio extremadamente tranquilo rodeado de naturaleza. 

Lo que Martin amaba más de esa casa era despertarse y abrir la ventana corriendo para analizar el paisaje. Si ese día había nubes, llovía, hacía sol o era capaz de ver la montaña que se distinguía a lo lejos. Cuando lo hacía el ruido de los animales silvestres inundaba su pequeño cuerpo llenándole de paz. Esa tradición la había aprendido de su padre, el cual amaba la naturaleza por encima de muchas cosas. Le encantaba cerrar los ojos e imaginar esos pequeños grillos canturreando debajo de alguna hoja de los más de veinte árboles que decoraban su casa.

Por las noches hacía lo mismo. Tuvo una racha en la que las pesadillas ganaban a su mente y siempre se acababa escabullendo al cuarto de sus padres en busca del amor y cobijo de ellos. Al final siempre era el padre de Martin quien lo cogía en brazos y lo llevaba de nuevo a su cuarto, alegando que su madre necesitaba descansar. Lo aupaba con suma facilidad mientras el pequeño se aferraba a su pecho con fuerza.

-Papi, he vuelto a soñar que os marchabais y nunca volvíais a por mí - sollozaba el pequeño.

Al padre de Martin se le partía el corazón en mil pedazos cuando escuchaba el tono roto de su hijo, el cual estaba siendo, de manera inconsciente, de los muros que se estaban construyendo en su matrimonio. Le abrazaba con suma delicadeza como si tuviera miedo de romperle y dejaba suaves besos por su cabellera castaña.

Ambos se tumbaban en la cama mientras trataba de calmarle, distrayéndole contando historias para que fuera capaz de quedarse dormido. Su padre sabía que esas pesadillas no eran más que la forma del pequeño de exteriorizar el miedo a que sus padres se separasen y dejasen de quererle, por eso su padre estuvo especialmente pendiente de él a partir de esa edad, demostrándole el doble de cariño al que el pequeño estaba acostumbrado a recibir.

Era la tercera noche consecutiva que el pequeño Martin soñaba con lo mismo, al principio los sueños eran espaciados en el tiempo, siendo cada vez más frecuentes. Le dejaban en un callejón muy oscuro y una mano muy grande se le llevaba sin que ninguno de sus padres apareciera por allí. Harto de verle tiritar de miedo, el ingenio de su padre comenzó a trabajar a toda velocidad.

-Ven mi amor - le susurró su padre levantándose de la cama y tendiéndole la mano.

El pequeño Martin se secó las lágrimas con la manga del pijama y agarró su mano con fuerza. Su padre abrió la ventana aupándole para que quedase sentado sobre la repisa de la misma. Era bien entrada la madrugada, cerca de las cuatro de la mañana. El cielo estaba totalmente a oscuras.

CONTRA LAS CUERDASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora