Capítulo 32. la primera vez que le rompieron el corazón

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Pequeño capítulo del comienzo de la adolescencia de Martin. Espero que os guste <3

El próximo será el presente!

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Martin nunca tuvo mal de amores. Era una persona libre e independiente. Rara vez pasaba más de una noche con la misma persona o tenía sentimientos propios del enamoramiento por alguien. A pesar de ser un amante del arte y un romántico empedernido, no sabía lo que era estar enamorado de una persona. Tampoco había tenido una pareja seria. Tenía un carácter juguetón y atractivo, que hacía que todas las chicas y chicos perdieran el aliento cuando este les dedicaba una sonrisa.

Si le preguntásemos cuantas veces tuvo el corazón roto, podría resumirse en dos y ninguna de ellas tuvo que ver con amor de pareja. El verano en que cumplió doce años y el verano en que cumplió dieciocho. Ahora vamos a remontarnos al primer acontecimiento mencionado pues para el segundo tiene que pasar un poquito más de tiempo.

Un Martin a punto de cumplir los doce comenzaba a padecer los primeros sentimientos propios de la adolescencia: irritabilidad, cambios de humor repentinos, querer agradar a sus amigos y falta de pertenencia a un grupo. 

Acababa de salir del armario con su familia y había sido recibido de manera satisfactoria. Nada había cambiado en la forma de tratarle. Su madre y su padre lo querían como siempre o incluso más. Sus abuelos eran más modernos de lo que esperaba y no habían hecho ningún comentario fuera de lugar. En el instituto le costó un poco más, al no tener un grupo de amigos con el que se sentía seguro. Al final su lugar siempre estaba perdido entre las cuatro paredes del Conservatorio.

Varios pelos sueltos aparecían en su labio superior en su primer intento de bigote. Había visto a varios compañeros mayores por Alemania y Francia que llevaban bigote y él también quería. Les daba un aspecto interesante y él no quería ser menos. Lástima que aún solo fueran cuatro pelos mal colocados. 

Tampoco sabía qué quería hacer con su pelo. Suspiraba durante largas horas frente al espejo probando todo tipo de lacas y gominas para conseguir que el tupé se mantuviera en alto. Tardó varios años en desistir y dejar que cayera sobre su propio peso y cubriera su frente al completo.

Era verano y apenas quedaba una semana para su cumpleaños. Al finalizar el curso, le habían regalado su primer teléfono para poder hablar con Sergio. Bueno, en realidad podía hablar con todos sus compañeros pero Martin deseaba poder mandarle mil videos a Sergio y charlar hasta altas horas de la madrugada sin que sus padres se dieran cuenta.

Pero todo no salía como él imaginaba. Martin mandaba mil vídeos que no recibían respuesta muchas de las veces. Otras simplemente lo ignoraba o contestaba varios días después. Intentó quedar con él cuando acabó el Conservatorio pero el chaval no hacía más que darle largas. Había perdido la cuenta de las veces que le negaba un plan. Decía que estaba ocupado, que se iba fuera de la capital y no tenía tiempo para verle. 

Al final Martin siempre descubría todas y cada una de sus mentiras cuando aparecía en alguna quedada con amigos de su instituto. Supuso que también él tenía derecho a hacer su vida con otra gente y no ir pegados como lapas. Le costó llegar a ese pensamiento a su corta edad, pero siempre fue lo suficientemente maduro para ponerse en el lugar de los demás. A pesar de ello, no pudo negar que  su corazón se partía en cachitos pequeños con cada plantón que su mejor amigo le realizaba. Se trató de mantener en vilo pensando que no faltaría a su cumpleaños. Era su última esperanza.

Ese día estaba tumbado en uno de los sofás exteriores del porche de la casa familiar. Era un día caluroso de julio en el que el sol golpeaba con fuerza. Era cerca del mediodía y Martin solo llevaba puesto un bañador y una camiseta blanca de tirantes. Sus chanclas estaban en el suelo mientras su cuerpo permanecía tumbado sobre el sofá. Su padre, por el contrario, nadaba tranquilamente por la piscina antes de la comida. Cuando escuchó por décima vez a su hijo suspirar salió del agua, secándose con una toalla y sentándose en una de las sillas a su lado.

-¿Por qué tanto suspiro? - bromeó su padre secándose el pelo.

- Oye aita, yo pensaba que esto de tener un teléfono para mí solo iba a ser más divertido - se quejó posándole en la mesa de la terraza con el labio torcido.

-¿Por qué dices eso Martin? - preguntó con el ceño fruncido.

-Porque me hacía ilusión hablar con Sergio - contestó formando un puchero - pero no está siendo como imaginaba, no nos mandamos vídeos guays ni jugamos a juegos juntos ni tampoco quiere quedar conmigo - respondió cruzándose de brazos con la mirada triste.

Su padre lo miró con gesto serio. Llevaba toda la vida viendo a su hijo compartir día si y día también de la mano de Sergio. Eran uña y carne. Todo el cuarto de su hijo estaba empapelado con fotos de ambos de viaje, en conciertos, en casa, en el parque... Martin no entendía su vida sin él. No era una relación de dependencia pero sí que se había convertido en una persona importante y en la que se apoyaba siempre. Era el hermano que nunca tuvo.

Hacía tiempo que Martin veía que Sergio no estaba igual que siempre. Llevaba unos meses haciendo unos comentarios poco propios de él. Le decía que tocaba muchísimo mejor, que no entendía porque siempre ponían al vasco por delante de él. El vasco al principio se reía con los comentarios porque pensaba que eran en tono de broma, cuando estos se repetían más a menudo llegó a frustrarse consigo mismo por no entender nada.

 No se consideraba mejor o peor a su mejor amigo. Él amaba la música y admiraba que una persona como Sergio le acompañase en el camino. No quería pisarle. Quería caminar de su mano. No entendía qué podía haber hecho para que su mejor amigo se comportase así con él. Llegó a pensar que tenía que disculparse por algo que no sabía ni que habría hecho.

Sin embargo, Sergio parecía tener otros planes. Aprovechó varias clases de armonía para dejarle mal en alto delante de la profesora. Ganándose una riña por parte de esta y sus mejillas arder fruto de la timidez. También compartieron su primer año de música de cámara juntos, pisándole en el sentido figurado, haciendo que los elogios fuesen a parar en su persona.  Hubo un día que llegó a suspender un examen por no pasarle bien el temario por estar enfermo. A pesar de todo, Martin siempre seguía ahí y lo perdonaba. ¿Era su mejor amigo para lo bueno y lo malo, no?

-Cielo - habló dulcemente su padre- quiero explicarte una cosa.

Martin se incorporó adoptando una posición de escucha activa, mirando a su padre con los ojos muy abiertos.

-Mira hijo - suspiró tratando de buscar las palabras exactas - la vida son etapas ¿lo entiendes? - explicó - a veces los amigos que tienes en la infancia toman caminos diferentes. No siempre tiene que haber una discusión o algo por el estilo. Simplemente tienen un concepto diferente de vida, y ya no quieren caminar de nuestro lado y no pasa nada ¿sabes? - añadió.

-No entiendo aita - se quejó Martin- ¿me quieres decir que Sergio ya no quiere ser mi amigo? 

-No estoy en su mente hijo - expresó con sinceridad- pero todas sus acciones conducen a ello. Pero cielo, tú tienes que quedarte con lo importante, habéis sido muy amigos... no tenéis por qué odiaros ahora. Tienes que dejarle ir y ser libremente y no atosigarle. Si algún día quiere volver, pues lo habláis y ya está ¿entendiste?

Martin asintió dejando caer una lágrima por su mejilla. Su padre lo abrazó fuerte contra su pecho aún algo húmedo de la piscina.

-¿Puedo pedirte algo? - dijo Martin con un hilo de voz.

-Lo que quieras - respondió su padre.

-No quiero celebrar mi cumpleaños este año - pidió - quiero que me lleves al norte con la abuela.

Su padre no pudo negarse. Quería que su hijo fuera feliz. Y a partir de los doce, Martin celebró todos y cada uno de sus cumpleaños de la mano de su abuela y sin Sergio. Como cambia la vida de un año a otro...


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⏰ Última actualización: 12 hours ago ⏰

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