Capítulo 37.

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Me desperté a la misma hora de todos los días y como si de una costumbre se tratara, fui al baño y comencé a maquillar las heridas que poco a poco se iban haciendo algo menos visibles.
Cuando acabé, me vestí con un vaquero, un jersey granate y una chaqueta verde y lo conjunté con mis queridas deportivas blancas.

Salí de mi casa y esta vez Álvaro si me estaba esperando.

Sonreí. Todo volvía a ser como antes, al fin.

—Buenos días.

—Buenos días, mi chica —saludó y se acercó a mis labios.

Pero yo me aparté y Álvaro me miró desconcertado.

—Mi madre está en casa y puede vernos. Lo que menos necesito ahora es otra de sus típicas charlas —expliqué.

Mi vecino me miró resignado, pero accedió.

— ¿Osea que cuando salgamos del edificio podré besarte? —dijo a la misma vez que entrábamos en el ascensor.

—Mm... —Dije lentamente, para crear tensión—. No —respondí y salí del ascensor.

— ¿Y eso por qué? —se quejó el gallego.

—Porque Alba me dijo que llegara pronto a clase, a si que no puedo entretenerme —dije, y llevé mi dedo índice hacia la nariz de Álvaro, dónde dí un pequeño toque y reí.

—Así que quieres llegar pronto...

Yo asentí y justo cuando iba a añadir algo más, Álvaro me cogió de una manera un tanto extraña.
Mi cabeza y gran parte de mi tronco colgaba por su espalda y el resto de cuerpo se sujetaba en el abdomen de Álvaro, quién me agarraba desde la cintura.

—Tú sujeta nuestras mochilas y ten cuidado de no hacerte daño —me dijo.

Lo miré atónita. ¿Tan loco estaba como para ser capaz de hacer esto?

Pues sí, si lo estaba. Y cuando se aseguró de que estaba bien sujeta, comenzó a correr.

—Álvaro, ¡para! —Dije sin poder parar de reír—. ¡Álvaro! —volví a gritar al ver que hacía caso omiso a mis suplicas.

Pero de nada me servía gritar.

—Es la mejor manera que conozco de llegar pronto a clase —dijo aún sin dejar de correr.

—Estás loco, me vas a matar —dije y comencé a darle pequeñas palmaditas en la espalda para que me bajara.

—Correré el riesgo —comentó mientras reía—. No pienso bajarte.

Refunfuñe, renegada, y asumí que el gallego no me bajaría.
Por lo que decidí "relajarme" y disfrutar del trayecto o más bien, de las vistas. Porque he de decir que desde aquí "arriba" mis ojos podían contemplar su culo a la perfección y oye, quizás tampoco se estaba tan mal así.
Vale, cada vez mi madre tenía más razón, debía dejar de pensar en el culo de Álvaro.

— ¡Álvaro! —grité tras un rato observando aquellas gratas "vistas"—. La gente nos mira —me quejé, avergonzada.

—No es de extrañar. No todos los días se ve a un tío corriendo con una chica en brazos. Y menos aún si la chica es tan guapa como tú y lleva sujetas dos mochilas. No, no todos los días —repitió fatigado.

Sonreí. Había echado de menos todos estos momentos. Le había echado de menos.

—Venga anda, bájame —supliqué—. Te daré todos los besos que quieras.

—Está bien —respondió pícaro—. Pero solo porque ya hemos llegado —rió—. Ahora quiero mi recompensa.

Sonreí y me acerqué hacia él. Nos besamos por un corto tiempo ya que Álvaro aún se encontraba con la respiración entrecortada.

NUNCA ME VERÁS CAERDonde viven las historias. Descúbrelo ahora