Capítulo 32.

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Comencé a andar mientras las lágrimas recorrían mis mejillas. No entendía por qué Gonzalo quería hacerme pensar mal de Álvaro, pero tenía claro, que, fuese por lo que fuese, no pensaba escucharlo.

Tras más de dos minutos andando, me percaté de que ni siquiera sabía dónde estaba.

Tras atravesar varias calles y tener que retroceder numerosas veces, al fin pude divisar la calle en la que se encontraba mi edificio.

Eran cerca de las cuatro y media cuando llegué a mi casa. Por suerte, mis padres estaban trabajando y no tendrían por qué enterarse ni de que había llegado a casa dos horas más tarde de lo normal, ni del accidente. Aunque presentía que los moretones tardarían poco en delatarme.

Llegué a mi portal y saqué de mi mochila las llaves que abrían la puerta de este. Introduje la llave y la giré tan fuerte como el dolor de mis costillas pudo permitirme.

De repente, noté que unas manos me rodeaban la cara y me impedían ver.

— ¿Quién soy? —dijo aquella persona, aún misteriosa.

—Mm... ¿Mi perro? —reí­, olvidando por un momento el fuerte dolor que hace un rato se había instalado en mi costillas.

Todo aquello me recordaba a Álvaro. Eran tan... Él. Tan... nosotros.

—No. Te daré una pista.

—Está bien, señorito —dije feliz y convencida de que podría ser Álvaro o alguien relacionado con él.

—Estoy muy bueno y sé que en el fondo mueres por mí.

Pero no, no era Álvaro. Tan solo me bastó escuchar aquel "estoy muy bueno" para saber con certeza de quien se trataba. Que ingenua era, ni que de repente Álvaro hubiera olvidado que hace unos días me había besado con Daniel.

Lo que si estaba claro, es que si lo que yo quería era que me perdonase lo antes posible, el estar con Daniel no me ayudaría en absoluto.

—Sigo sin saber quién eres... —mentí.

—Te daré otra pista chica con buen culo. Cuando estás conmigo sueles ponerte muy nerviosa —dijo seductoramente muy cerca de mi oído.

—Ah, ya se. Sin duda, eres mi perro.

—Un perro parlante y buenorro en todo caso —dijo quitando sus manos de mis ojos para llevarlas a mi trasero.

Lo miré con ira y después retiré sus manos.

— ¿Qué quieres, Daniel?

—Quería preguntarte si ya te habías olvidado de ese tal Álvaro y querías pasar un buen rato conmigo.

—Idiota —mascullé.

—Borde.

—Chulo.

—Borde con buen culo.

—Agh —dije cansándome, una vez más, de la situación—. Hoy no ha sido un buen día para mí. Vete, por favor.

— ¿Eso quiere decir que si vengo mañana si aceptarás?

—No.

—Como tú quieras, bebé. Solo espero que volvamos a vernos pronto —me guiñó el ojo.

—Lo que tu digas —dije entrando en mi portal.

Pero Daniel seguía fuera y como si nada.

—No piensas irte hasta que no me dé la vuelta y comience a andar, ¿verdad?

Daniel asintió.

—Puesto que no quieres que volvamos a vernos, espero al menos poder llevarme un bonito recuerdo de tu culo —respondió tranquilo y como si nada.

NUNCA ME VERÁS CAERDonde viven las historias. Descúbrelo ahora