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Pasaron un par de horas, desde que Guillermo había sido, cruelmente, golpeado.

Samuel y Percy mantenían una amena conversación en voz baja, la cual sólo podían oír ellos dos. Mientras que el nuevo, se encontraba aún en el suelo.

No podía moverse sin sentir un profundo dolor en cada parte de su cuerpo. Lo habían dejado hecho polvo.



—¿Cómo está por ahí el nuevo? —Percy pronunció aquellas palabras dirigiéndose a Samuel, pero las articuló lo suficientemente fuerte para que el nombrado lo oyese.

—Creo que ni se ha movido desde que se largaron los azules—Su compañero, de ojos tan claros como el agua, lo miraba divertido—. Estará deseando gritar, llamando a su mamaíta.



El chaval, quién había conseguido situarse boca arriba, intentaba no prestar atención a las burlas de aquellos capullos, pero le era imposible. Quería concentrarse y dejar de lado todo lo que le causaba dolor, tanto físico como psicólogo, pero mientras más lo intentaba, menos lo conseguía. Era ilógico, pero a veces la cabeza te jugaba malas pasadas.

Por un momento se rindió. Dejó de moverse, tocó el suelo con las palmas de las manos, respiró con tranquilidad y contempló el techo, como si se tratase de la cosa más interesante del mundo.

¿Qué más podía hacer? Su cuerpo no le servía de nada ahora.

En ese preciso instante, le vinieron imágenes aterradoras a la mente. Visualizó la cara de la chica de quién había estado enamorado tantísimo tiempo. Su cara entristecida, suplicándole que no lo hiciera. Que, por favor, sólo la matara a ella, que dejase a su marido y a sus pequeñas.

Lo que no sabía era que él había sido el primero de quién se había deshecho, segundo, si contamos a la mascota de la familia.

Guillermo clavó el cuchillo en su estómago, mientras el peso del cuerpo de Lidia se iba desmoronando hasta caer desplomado al suelo. Intentaba vocalizar palabras, pero salían de su garganta en forma de balbuceos incoherentes.

Él se agachó poco después de que ella cayera. La observó un momento, acarició su mejilla, manchándosela de sangre, y se dirigió hacia una de las hijas. La mujer aún estaba viva, y le haría ver cómo se encargaba de sus niñas. Una por una.

No podía sacarse los gritos de las gemelas de la cabeza. Desde que había cometido aquel crimen, supo que lo perseguiría hasta el final.

El chico volvió a la realidad. Movió un poco la cabeza a su derecha, y un par de lágrimas salieron despavoridas de uno de sus ojos, deslizándose por su piel, hasta perderse en la fría superficie sobre la que estaba echado.

¿Cómo se había permitido perderse hasta tal punto de cometer un homicidio? No quería pensar. No quería buscar respuesta a esa pregunta. Hallaría la respuesta en cuestión de segundos, y eso no haría más que empeorar la situación en la que se encontraba.

No quería una cosa más a la que tener que enfrentarse.

A Samuel le frustraba no escuchar quejas de su nuevo enemigo. Ningún insulto, ningún gemido de dolor... Ni siquiera una maldita risa sarcástica con la que responder a sus palabras, indirectamente, dirigidas hacia él.

Dejó la charla, que mantenía con el inglés, sin acabar, y se sentó en el colchón, más duro que una piedra, de su cama.

Escuchó a su compañero hacer lo mismo, en silencio. Percy supuso que su amigo estaba fastidiado, así que no le dijo nada.

Tenía que encontrar la manera de que el nuevo fuera tras él como un patético perro faldero. Se tumbaría e idearía un plan para el momento.

La única manera posible era el miedo, y de eso Samuel sabía más que suficiente.

Cerró los ojos e intentó concentrarse.

Por mucho que la silueta de Guillermo se apareciera por su mente, eso no conseguiría nada. Pensó en las palabras que había pronunciado el menor en su presencia. Las pocas veces que lo había escuchado hablar.

Sacudió la cabeza con desesperación.

No había ninguna información que le sirviera de ayuda. No sabía apenas nada del chico.

Lo único que no desconocía de él, era el porqué estaba allí.

Encontraría la forma de abrirse paso en la mente de su enemigo, y no pararía hasta hallar la respuesta que estaba buscando.
Lo haría y para ello tenía que mantener los ojos muy abiertos. Por suerte, era muy astuto.

Mientras Samuel y Guillermo debatían con sus pensamientos, en una celda, bastante alejada de estos dos chicos, se encontraba Tomás, dibujando una línea vertical en la pared. Seis, era la cantidad, en total, que se dejaba ver a un lado de su cama.

Habían seis líneas. Cuatro, cercanas las unas a las otras, una atravesando estás en diagonal, y la última, un poco más separada.

Aquel número revelaba en número de muertes que había cometido desde que estaba allí. Y eso sin contar otros cuantos, que aunque siguen con vida desearían no estarlo.

La vida del musculoso hombre había dado un giro de ciento ochenta grados, en el que su único objetivo era torturar a otros presos.

Cuando encontró a dos compañeros con los que poder compartir esa afición, aquello se volvió más interesante.

Recordaba cómo se habían conocido, y lo rápido que se habían juntado los tres.

Por primera vez, alguien le llamó la atención hasta tal punto de caerle bien. Samuel no era como los demás. Era precavido, y no veía la necesidad de buscar pelea con todo el que se le cruzase, como la mayoría de los que residían allí. Además era muy inteligente, y siempre venía bien tener a alguien así de tu lado.

Por otro lado, Percy no le parecía demasiado interesante, siempre lo vio como el lameculos de Samuel. Pero empezaba a caerle bien, así que no le importaba que fueran tres en vez de dos. De hecho la crueldad que reflejaban los ojos del inglés, lo animaban a mantenerlo en el equipo.

Prisioneros [Wigetta]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora