XIV

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—No te preocupes —Uno de los de uniforme azul había ido a hablar con Samuel sobre el altercado en la celda del chico nuevo—. Yo te dije que podrías golpearlo, y no me arrepiento de ello —El hombre hablaba en voz baja, para que sólo los dos presos, que estaban en aquel pasillo, y él fueran testigos de sus palabras—. Conseguiré que esto no salga de aquí.

Samuel asintió con la cabeza, no muy seguro de saber cómo se sentía.

Por una parte le alegraba saber que no se metería en líos, pero por otra no soportaba el no haber tenido control absoluto sobre sus actos.

El hombre se largó de allí, no sin antes echar una ojeada al inglés, que lo observaba con una demoníaca sonrisa. Era evidente que estaba disfrutando de la situación. Y lo peor era que él también lo estaba haciendo. Se sentía uno de ellos en ese momento. Se sentía parte de esa escoria de la sociedad y eso a nadie le agradaba. Al menos a la mayoría no lo hacía.

De Luque se acercó a los barrotes, rodeando estos con sus fuertes manos y buscó con la mirada a su amigo. Este se dio cuenta y se acercó a él, lo más que le fue posible.

—Estás a salvo —La voz de Percy, tranquilizó en cierto modo al contrario—. No tienes de qué preocuparte. Además sabes de sobra, que ese es uno de los polis que consiguen todo lo que quieren. Y aunque eso no nos guste nada, en este momento es algo positivo.

Samuel asintió.

—Lo sé... —En ese preciso instante, un profundo silencio invadió el espacio entre ellos. Luego se rompió por las palabras de Samuel— ¿Crees que lo habré matado?

El inglés se encogió de hombros. Él no había podido ver nada. Recordó lo poco que pudo ver cuando sacaron a Guillermo de su celda.

Lo que único que recuerda es el cuerpo casi inerte de este, con la cabeza inclinada hacía atrás. Ni siquiera sabía sí mantenía los ojos abiertos o los tenía cerrado. Desde su posición no alcanzaba a visualizar nada.

—Sólo pude oír los golpes de su cabeza contra la pared. Parecían ser lo suficientemente fuertes. —dijo. Aunque no le había parecido así. En el momento en que empezó a escucharlos, había estado pensando en las palabras Más fuerte, Samuel. Golpéalo con más fuerza. Pero quería ver la reacción de su amigo al oír sus palabras. Y como imaginaba, se sentía mal.

El castaño de ojos marrones, bajó la vista al suelo, quedándose inmerso en este. Deseaba que aquel chaval sobreviviera.

Si lo asesinaba alguna vez, quería que fuera siendo consciente de ello, no que la ira le nublase la mente.

Se dio media vuelta, sin levantar la mirada y avanzó a pasos lentos hasta la cama. No se sentó en ella. Se quedó mirándola sin pestañear.

Tenía que verlo. Saber cómo estaba.

E iba a conseguir que así fuera.

[...]

Habían pasado unos tres días desde entonces.

Samuel había hablado varias veces con el hombre que le prometía silencio con el altercado.

Él sabía que lo que pretendía el uniformado era salir impune él, que el preso en ningún momento le había importado. Y gracias a eso, tenía con qué amenazarlo.

Diré que fue su idea meterme en la misma celda con él. Y no omitiré cuando me dijo que lo golpeara.

Aquello, aunque no querría admitirlo, lo asustó.

Cualquiera que rompiera ciertas reglas allí, podía no sólo jugarse su puesto, sino su propia libertad. Y a ningún policía le apetecía ser el nuevo objetivo de venganza por todo lo que le había hecho pasar tiempo atrás.

Y, evidentemente, esa no era una simple norma. Era algo tan grave como para que pasara al bando de los malos en aquella prisión.

¿Y qué conseguirás con eso, eh? Le dijo. Nunca conseguirás nada. Es la palabra de un asesino contra la de un policía.

Sabes que no es así. Respondió Samuel. Sabes que hay un compañero tuyo al que podría convencer fácilmente. Se siente culpable de lo ocurrido, y eso te asusta.

Con esas palabras ya lo había vencido.

Déjame verlo un par de veces al día y no diré nada.

El hombre recordaba cómo Samuel gesticulaba con la mano un movimiento como cerrando una cremallera imaginaria en sus labios. Estaba cogido por los huevos.

Está bien... ¿Cuándo quieres empezar a verlo? Las miradas de ambos estaban fijas en los del contrario. Estaban tan serios y quietos que ni parecían respirar.

Ahora mismo.

El hombre arrugó la nariz, miró a ambos lados y se fue de allí en silencio.

Iba a llamar al único que era tan cruel como él, porque sabía que sólo él lo ayudaría con la situación, Bob.

Él era el de mayor edad y el que más mandaba en esa planta.

Jefe, ¿podrías ayudarme con algo? Quiso decirle nada más lo vio aparecer. Sus gritos fueron los que echaron atrás a Miguel.

¿Qué haría ahora? ¿Se atrevería a hacerlo él solo y arriesgarse a que Samuel pudiera golpearlo, una vez le abriera la puerta de la celda, y escapar?

No es que pensara que le sería fácil conseguirlo, pero, igualmente, los demás se enterarían de que alguien lo había liberado sin utilizar el procedimiento correcto de seguridad.

Pasara lo que pasase, estaría metido en un buen lío.

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Siento en haber tardado tanto en subir capítulo. Estoy con una depre post-concierto que no es ni medio normal y me ha costado ponerme a escribir. Menos mal que tenía medio escrito este capítulo, y sólo he tenido que terminarlo. ^^

¡Espero que os guste! ¡Os quiero mucho!

Prisioneros [Wigetta]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora