XXXIII

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El británico había estado toda la noche ideando un plan para evitar lo que ocurriría si no movía un dedo.

Lo primero que se le vino a la mente fue contárselo a Tomás, ya que él era el protagonista en esto, pero no lo creyó inteligente.

A pesar de que él disfrutaba de la compañía de este, sabía que sin Samuel en el grupo, su amigo no dudaría en quitárselo de en medio, así que esa idea fue descartada de inmediato.

Lo malo era que a Percy no se lo ocurría nada más que podría hacer, y eso lo estaba sacando de quicio.

El nunca había sido el cabecilla de un grupo, de hecho siempre era el que sobraba, al que todos podrían dar de lado y nadie echaría en falta.

Frunció el ceño al pensar eso.

Quizás, la única opción que tenía fuese la de no hacer nada. Sí... Eso podría funcionar.

Se pasaría todo el tiempo junto a Tomás, sin mover un dedo. Eso se le daba bien. Aunque, seguramente, Samuel tendría algo pensado para él...

[...]

Cuando todos despertaron, hubo una pequeña charla entre De Luque y el inglés, mientras que Guillermo sólo escuchaba.

Las pasaba que intercambiaron no tenían nada que ver con lo que tenían previsto hacer ese día. Eso al de ojos azules no le sorprendió en absoluto. Sabía que no le contarían nada.

Después de unos minutos, llegaron los jefes para sacarlos de sus respectivas celdas. Mientras esto sucedía, en la cabeza del mayor de los asesinos, se paseaban una serie de ideas y dudas.

Tenía el presentimiento de que algo saldría mal.

Sentía ese pensamiento tan intensamente que no lo dejaba razonar.

¿Qué podría estar anulando su mente de aquella forma?

¿El miedo?

No, el no tenía de eso. Ni siquiera se ponía nervioso al cometer un asesinato.

¿Entonces? ¿Qué era?

No conseguía dar con ello, pero estaba seguro de que lo haría. Nada iba a detenerlo.

—Primero, comeréis algo y luego os llevaremos a las duchas. Que apestaos como si no os ducharais nunca.

Samuel se ahorró la respuesta, y eso que tenía una muy buena. Pero decidió que no merecía la pena malgastar su tiempo cuando podía usarlo para algo más productivo.

Otro de los que los acompañaban hasta el comedor, era Pierre, quien se mantuvo callado durante todo el trayecto. Su mente también estaba en otro lugar.

De vez en cuando, el francés observada, disimuladamente, a De Luque.  Tuvo suerte de que este no estuviera muy atento ese día, porque si así hubiera sido, quizás en los próximos días habría vuelto a cometerse un homicidio. Otro asesinato a uno de ellos.

Los soltaron donde siempre.

Allí se encontraron con Tomás, a quien, el castaño, cada día le cogía más asco.

—Hola, Samu —saludó—. Percy... —Volvió la cara hacia este, levantando la cabeza al mismo tiempo— Chico. —dijo con una mirada más oscura.

Le gustaba tener a Guillermo entre ellos, como alguien de quien burlarse O aprovecharse. Pero por otra parte, algo lo echaba para atrás. Y ese algo eran celos.

Evidentemente, no esos que se sienten por alguien que te gusta (de forma romántica) sino esas que te hacen creer que te eclipsan.

Tom no quería perder a alguien tan parecido a él, en cuanto a mente fría.

—Hey... —Fue lo único que pronunció el inglés, antes de sentarse. Lo cual extrañó a sus compañeros. No sólo porque no hubiese respondido tan alegre como de costumbre. Todo el mundo tenía días mejores y peores. Lo que realmente les extrañó fue que no hubiese ido a por la comida de Samuel.

Se sentó en su asiento, sin decir nada más.

Ambos lo miraron por un momento y luego entre ellos.

El castaño de brazos imponentes echó una mirada seria y fría al novato, y lo mandó a por su comida. Éste obedeció de inmediato.

—Bueno, ¿algo nuevo que contar? —Este también se sentó, haciendo que Tomás hicieran lo mismo— Hace tiempo que no oímos nada nuevo.

Al mayor le alegró que su amigo sacase el tema. Le gustaba ser el centro de atención.

—Pues, ahora que lo dices... Tengo fichado a una nueva víctima.

Hizo una breve pausa y continuó hablando.

—No hace mucho empezaron a llegarme rumores de alguien quien estaba al tanto de mis movimientos. Al principio no lo creí posible. Pero, como vosotros sabéis, tengo los medios suficiente para comprobarlo.

Sus compañeros asintieron casi al mismo tiempo, interesados en lo que les estaba contando.

—Estuve investigando, y conseguí información de un tipo. No sabía su nombre, sólo tenía algunos insignificantes datos. Hasta que —Colocó su dedo índice bajo su nariz, simbolizando un bigote, refiriéndose a alguien que ellos tres conocían allí dentro— me consiguió su nombre.

De Luque levantó las cejas, expresando sorpresa.

—¿Y de quién se trata? —El contrario sonrió con malicia. Realizó un gesto para que se acercaran, lo cual hicieron, y entonces escupió el nombre en voz baja.

El corazón de Samuel latió con más fuerza y sus ojos se iluminaron.

Así que es él fue lo que pensó.

—¿Y qué tienes pensado hacer? —Volvió a preguntarle.

—El plan ya está en camino. Esta vez me harán el trabajo sucio. Es una pena, ya sabéis lo que disfruto haciéndolo, pero esta vez no tengo más remedio. Me tiene bastante vigilado.

—Entiendo. —respondió Samuel.

Al mismo tiempo ocurría todo esto, Díaz se disponía a ir a por su comida y la de su compañero.

Allí se encontró con quien lo había ayudado en más de una ocasión, otro preso del que no sabía apenas.

—Veo que estás jodido —le escuchó decir—. Supongo que no siempre podemos escapar de todo —dijo haciendo una mueca, mostrando una media sonrisa que reflejaba más bien tristeza—. Por cierto, mi nombre es David.

Quiso tenderle la mano para estrechársela, pero fue precavido de hacerlo.

—Nos hemos visto varias veces, pero nunca me he presentado.

Guillermo quiso sonreírle, pero en cambio buscó con la mirada a Samuel y a los otros. No quería que lo vieran hablar con otra persona.

—No te preocupes —habló el contrario—. No tienes que hacer ningún gesto. Y si quieres hablar, puedes hacerlo si estás de espalda a ellos.

Díaz se colocó como le había aconsejado.

—Yo soy Guillermo. —dijo tras un silencio para nada incómodo.

—Sé cómo te llamas —Para que no sonara raro, lo aclaró—. Se habla mucho de todos en este sitio.

De nuevo los invadió el silencio.

—Gracias. —El de ojos rasgados sintió que se había quitado un peso de encima.

David no respondió con palabras. Sólo se limitó a sonreírle.

No hablaron mucho más, y cuando quiso darse cuenta, ya estaba de vuelta a su pesadilla, con una bandeja en cada mano.

Prisioneros [Wigetta]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora