XXXII

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Era la hora del almuerzo, así que todos los prisioneros se hallaban en el comedor. Cada uno en sus respectivas mesas, con sus bandejas llenas de comida en ellas.

Samuel comía en silencio y sin levantar la mirada de su aperitivo. Guillermo, en cambio, lo miraba de reojos sin probar bocado. Y eso que se moría de hambre.

Tomás se dio cuenta de que el menor esperaba a que el castaño le diera permiso para ello. Aunque no hiciera falta, le asustaba hacer algo que no le gustara al otro.

—Samu, tu cachorrito está esperando a que le des la señal.

¿Qué señal? Fue lo que se preguntó en su cabeza De Luque.

Miró al menor, y entonces supo a qué se refería.

—No hace falta que me pidas permiso para comer, ¿sabes?

El chaval asintió sin decir nada y tomó el cubierto para empezar a comer.

Samuel siguió observándolo por unos instantes, y volvió a lo suyo.

En los días en los que el novato había estado encerrado en la celda de aislamiento, habían pasado cosas entre el grupito de amigos. No era algo importante en sí, pero si algo de lo que De Luque se estaba hartando.

Tomás siempre había visto a Samuel como un buen compañero de homicidio. Era muy bueno para ello, y además era un líder nato, lo cual le gustaba aún más. No como Percy, que seguía las reglas de los demás.

Desde que Tom supo lo que su compañero hizo, dejando al chico como el único culpable, su interés había incrementado y más cosas quería que hicieran juntos. Evidentemente, se refería a matar.

Eso al de ojos castaños no le gustaba nada. Él no mataba por matar.

Se la tenía jurada a Miguel, y cuando vio la oportunidad de quitárselo de en medio, sin salir mal parado, lo hizo.

Pero ahora el contrario no dejaba de atosigarlo, y eso lo empezaba a poner de mal humor.

En cambio, Percy, estaba igual que siempre. Con su cien por cien de lealtad al mayor de todos. A veces parecía que el inglés están de acuerdo con todo lo que él dijera por muy mal que pudiera dejarlo a él mismo.

Seguían mezclando la comida en sus bocas, hasta que el más cruel habló de nuevo.

—Y bueno Samu, ¿qué es lo que harás con el muchachito a partir de ahora?

Aquellas palabras alteraron el corazón de Guillermo, quien se sobresaltó en su asiento.

De nuevo, levantó la mirada y respondió. No lo que hubiese querido, pero si algo que lo callara de una vez por todas.

—Ya pensaré en algo —Fue lo que articularon sus labios—. Y tú, come. —dijo, desviándose a su derecha.

El chico se fue tranquilizando poco a poco, mientras el silencio se mantenía. De hecho, no volvieron a abrir sus bocas hasta que llegó la hora de despedirse.

Tomás había notado que su amigo estaba de mal humor y no pretendía encenderlo aún más. No ese día. No le interesaba por el momento. Ya elegiría otro día para volverle a mencionar el tema que lo emocionaba llevar a cabo junto con Samuel.

[...]

Aquella noche, De Luque estuvo hablando hasta las tantas con Percy. No era algo usual, pero el inglés agradeció aquello.

Su compañero sabía que al británico lo cansaba hablar demasiado, y eso pretendía hacer. Porque cuando se dormía, no había quien fuera capaz de despertarlo.

De vez en cuando, algunas palabras que asustaron a Guillermo salieron de los labios del de ojos marrones. Pretendía que el novato no se durmiera. Quería hablar con él. Y dormir al otro, con quien estaba cansado de charlar.

—¿Te importa si me voy a dormir ya, Samu? Estoy agotado.

—No, claro que no —le respondió. "Ya era hora" pensó—. Duérmete. Mañana seguimos conversando.

Lo vio asentir tras los barrotes y luego desaparecer.

Estuvo esperando alrededor de una hora. Quería asegurarse de que dormía, así que lo nombró varias veces, llamándolo en voz baja, pero lo suficiente para que él pudiese oírla.

—¿Percy? ¿Estás despierto?

Nada. Toda las veces que lo había llamado, no había respondido.

Sin embargo, quien lo oía era Guillermo, que se mantenía en silencio absoluto hasta que escuchó su nombre en boca del castaño.

Tragó con fuerza y respondió con voz débil.

—¿Sí?

—Vale, estás despierto —Hizo una pequeña pausa, situándose un poco más hacia la izquierda para intentar ver al chico a través de las rejas—. Acércate —le dijo—. Me gusta mirar a los ojos a la persona con la que estoy hablando.

Se levantó de su cama y fue en dirección a la puerta, asomando su cabeza, lo que le fue posible, buscando a Samuel con la vista.

—Tengo algo importante que decirte. Creo que esta vez no te desagradará escucharme.

—No voy a hacer algo que me lleve de nuevo a una celda de ais...

—No tendrás que pasar por eso de nuevo. No te preocupes.

Aquella respuesta lo extrañó.

—¿Entonces?

—¿Confías en mí? —Era evidente que la respuesta sería negativa, así que volvió a hablar— No te queda otra que decir que sí.

—¿Sí? —contestó encogiendo los hombros.

Samuel sonrió y comenzó contándole lo que pretendía.

—¿Qué te parece? ¿Serás capaz de hacerlo?

—¿Por qué querrías matarlo? —le preguntó el moreno.

—No le veo sentido a dejarlo con vida, sólo eso.

Se miraron en silencio durante unos segundos.

—¿Lo matarás, entonces?

—¿Tengo alguna otra opción? —Samuel negó con la cabeza, mientras una sonrisilla se dibujaba en sus labios. Empezaba a caerle bien— Si no me queda otra, lo haré.

El castaño le guiñó un ojo, cómplice, sin dejar de sonreír, y dijo una última cosa.

—Ya tienes toda la información que necesitas, no falles.

Y se dio media vuelta, en dirección a su cama.

Lo que no sabían es que el inglés no estuvo durmiendo todo ese tiempo. Él escuchó gran parte de la conversación, y no podía dejar que se salieran con la suya.

Prisioneros [Wigetta]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora