—Hora de levantarse, gandules —La voz de uno de los de uniforme despertó a Samuel, quién seguía durmiendo, a diferencia de sus compañeros del pasillo. Percy había despertado hacía unos minutos, no dejaba de oír pasos de aquí para allá y eso lo había estado molestando. En cambio, Guillermo no había pegado ojo en toda la noche. Tenía demasiadas cosas en la cabeza y si no controlaba aquello, lo acabaría matando—. Es la hora del desayuno. ¿O es que no queréis comer? Si es así, no hay ningún problema.
El hombre que estaba hablando, sonrió con maldad, dejando ver su dentadura podrida. No hacía falta ser adivino para saber que no se cuidaba los dientes.
Samuel frunció el ceño y se levantó de un salto de la cama.
No le gustaba nada que le hablaran en ese tono.
En un momento el pasillo se había llenado de polis y todos estaban ahí para llevarlos al comedor.
Al primero que sacaron, fue a Guillermo, quién estaba más cerca de la salida.
El chico no pudo evitar mirar en el interior de la celda de Samuel, quién lo miraba con tranquilidad y el semblante serio. ¿Cómo podía mantenerse así cuando por dentro quería estrangularlo? Sólo él sabía la respuesta a esa pregunta.
El moreno desvió la mirada y desapareció de allí guiado por aquellos hombres que no se despegaban de ellos ni por un segundo.
Luego continuaron con Percy, y por último, sacaron a De Luque de la celda.
Más adelante, estos últimos se reunieron con Tomás, quien los esperaba en la mesa de siempre.
Les sonrió e hizo un gesto, animándolos a que se sentaran.
Siempre que mataba a alguien, se llevaba un par de días de buen humor y casi todo el tiempo sonriendo.
—Tienes algo que contarnos —dijo Samuel, mientras hacía un gesto a Percy para que fuera a por su comida. Este se levantó con una sonrisa y obedeció sin rechistar—. ¿Quién ha sido el afortunado esta vez?
Tomás bajó la mirada, sin borrar la alegría de su rostro. Se sentía orgulloso de su trabajo.
—Esta vez no he sido del todo yo —dijo—. Aunque he de reconocer que el mérito es mío.
—Cuéntame. —Los ojos castaños de Samuel miraban los contrarios con interés y crueldad. Sin darse cuenta, su vista se entretuvo unos instantes, viendo pasar por su lado al novato. Sonrió, y disimuló no haberlo visto. Gracias a eso Guillermo caminaba con cierta tranquilidad, pero no sin aumentar el ritmo de sus pasos, para pasar desapercibido ante los ojos de aquellos dos. Pero no tuvo esa suerte.
El cuerpo de Samuel se giró y lo agarró por la prenda superior, sentándolo a su lado.
El chico estaba desconcertado, y mucho más asustado. La comida que llevaba sobre la bandeja se había salido de esta, dejando restos por todas partes. Por el suelo, un poco sobre la mesa y, gracias al cielo, había quedado algo en el recipiente.
—Sigue hablando, amigo mío —El castaño volvió a encontrarse con los ojos de Tomás, quién ahora lo miraba divertido. Soltó a Guillermo, no sin antes amenazarlo—. Si no quieres que te rompa las piernas, será mejor que no te muevas del sitio. ¿Ha quedado claro?
El menor lo miraba furioso, pero como ambos sabían, no podía meterse en una pelea, después de la paliza que le habían propinado los salvajes de los carceleros. Al menos, aún no. Todavía le dolía el cuerpo a horrores. Así que no tuvo más remedio que asentir con la cabeza y obedecer.
—¿Te acuerdas de Roni? ¿El pirado que nos amenazaba con delatarnos? —El castaño movió la cabeza en gesto de afirmación— Lo manipulé y conseguí que se suicidara.
—¿Un suicidio? Pero los jefes dijeron, claramente, que había sido un homicidio.
—Lo sé —Tomás suspiró y continuó hablando—. Su compañero de celda empezó a gritar, diciendo que lo habían obligado a hacerlo. Por lo visto se lo dijo antes de quitarse la vida.
—¿Sabe ese tío que fuiste tú?
—No tengo ni idea —Se encogió de hombros—. Pero tengo que quitarlo de en medio. Por si acaso.
Guillermo, que había cogido el tenedor para empezar a comer, se había quedado estático. Sostenía el cubierto con dos dedos temblorosos, al mismo tiempo que parecía buscar algo con la mirada.
Los dos amigos lo miraron sonrientes. Olían su miedo, y no podía parecerles más excitante.
Enseguida apareció Percy con dos bandejas. Una para él y otra para su compañero.
El inglés señaló con el dedo al nuevo amiguito, y se sentó al otro lado, al que no solía acostumbrar, junto a Tomás.
—Me he encontrado un juguetito por el camino —Esa fue la respuesta de Samuel, al interrogante que se le había dibujado en el rostro a su amigo—. ¿Te gusta? Puedes jugar con él.
A veces, Tomás y Samuel, que eran los más inteligentes de los tres, dejaban a Percy divertirse para que no sintiese que los otros dos no lo tenían demasiado en cuenta en sus planes.
El único de ojos azules de los cuatro, miró al más joven y lo llamó con la mano. Ven, decía, vamos a pasar un buen rato.
La mirada de Guillermo rehuía de aquellos ojos tan siniestros.
El castaño, que estaba a un lado de él, lo animó a levantarse.
—Ve con él —le dijo—. Y haz lo que te diga.
El chico se puso en pie y, a pasos lentos, se acercó al inglés.
Percy se echó a un lado, para que el novato se sentara.
Tomás los miraba de reojos, mientras que Samuel lo hacía de frente.
—¿Me das tu comida? —El de pelo más oscuro no respondió a la pregunta— ¿Te ha comido la lengua el gato?
Nada, ni una palabra.
Percy era paciente, y ese acto del menor no lo iba a sacar de sus casillas.
—Tom. —Lo llamó, dándole un suave golpecito en el hombro.
Cuando el de ojos claros hacía eso, sólo significaba una cosa. Que Percy el pirómano había salido al exterior.
Tomás guardaba, como un tesoro, un pequeño mechero que tenía escondido como un amuleto. Había pertenecido a una de sus víctimas y aquel objeto se había convertido en algo muy importante para él.
Lo mantenía muy bien escondido, por lo que lo guardaba en un lugar donde no podrían registrarle tan fácilmente.
En un rápido movimiento de muñeca, sacó el mechero y lo depositó en las pequeñas manos del inglés.
—Si gritas, te mataremos entre los tres —Guillermo tragó en seco, sin poder apartar los ojos del objeto que amenazaba con quemarlo de un momento a otro—. Sé bueno y yo lo seré contigo.
Las miradas de Tomás y Samuel se iluminaron, contemplando aquel momento tan hermoso.

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Prisioneros [Wigetta]
FanfictionSamuel y Guillermo son dos prisioneros que empiezan su relación con mal pie. Uno hará lo posible para encarar al otro, quien, en vez de rendirse y dejar de molestarlo, se hará cada vez más pesado. ¿Qué pasará entre estos dos chicos? ¿Decidirán, alg...