XXXV

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Pasaron unos días, en los que se descubrieron muchas cosas.

Tomás había estado ayudando a los jefes en múltiples ocasiones, por lo que en un principio, estos lamentaron su muerte. Pero en cuanto se enteraron de que él fue el culpable de los asesinatos que se cometían en aquel lugar, decidieron dejar las cosas como estaban.

No torturarían al inglés. Sin embargo lo mantendrían muy vigilado. De lo cual, por supuesto, decidió encargarse Bob.

Un nuevo compañero de pasillo llegó a aquel lugar.

Como no habían más celdas, alguien tenía que aguantarse compartiendo espacio con el nuevo. A menos que...

—Tú, el debilucho —El que hablaba era Ignacio, un nuevo trabajador al que habían asignado en esa maldita pesadilla—. ¿Te importa si compartes celda con este? —dijo señalando al preso, que acababa de llegar, sin soltarlo— Si lo prefieres, puedes compartir celda con otro de tus compañeros. Pero date prisa, no tengo todo el tiempo del mundo.

Samuel, que había estado muy atento desde que vio al joven desconocido, miró a Guillermo, diciéndole con la mirada lo que tenía que hacer.

Era evidente que De Luque quería que metieran a Díaz en la misma celda con él.

Y eso fue lo que el menor dio a entender al hombre. Quien lo sacó de su jaula, dejando al nuevo allí y abrió la puerta de donde se encontraba el castaño, para luego desaparecer, encerrando a esos dos juntos.

—Nunca imaginé que esto volviera a ocurrir —habló el mayor, con una sonrisa en sus labios—. Debo reconocer que me agrada.

El pelinegro lo miró de malas maneras, sin articular ninguna palabra.

—¡Oh, vamos! No me mires así... ¿No te resulta agradable que compartamos celda?

Guillermo no borraba esa expresión de su rostro, mientras que el contrario contemplaba la incomodidad del menor. Le parecía divertido.

El cuerpo del más fuerte se acercó al del más joven, según este, peligrosamente, provocando que se alejara.

Samuel lo siguió hasta que no tuvo escapatoria.

—¿Q-qué quieres?

—Habrá que celebrar esto, ¿no?

—¿Ce-celebrar el qué? ¿Celebrar cómo?

—Que estés aquí, conmigo —Hizo una pausa, pegando su torso al del contrario—. No sé. ¿Cómo te gustaría a ti?

Los ojos del menor lo observaban con miedo, sin ser capaz de responder a las palabras del de mayor edad.

—¿No se te ocurre ninguna forma? Probemos a mi manera. —dijo, uniendo sus labios con los de Guillermo, quien luchaba por escapar de sus garras.

Los brazos del más fuerte lo atraparon, sosteniéndolo de las muñecas, colocando ambas por encima de su cabeza, tocando la pared.

—Déjame que te demuestre cuánto puede gustarte. —articuló sobre los labios del moreno.

Con una mano procuraba que no se moviese, mientras que con la otra, se colaba bajo su prenda superior, acariciando la piel blanquecina del de ojos rasgados.

Díaz quiso hablar, pero algo le impedía hacerlo. Estaba absorto en la expresión de deseo del contrario. Ponía unas caras demasiado... ¿Cómo podía clasificarlas?

No lo sabía.

—Pero en cierto modo a Guillermo le parecía excitante, y se sentía sucio por ello.

El calor empezaba a emanar del cuerpo delgado de Guillermo, sintiéndose avergonzado por hallarse en esa situación y que no estuviera pareciéndole para nada desagradable.

Volvió a moverse, intentando escapar, o dando a entender que era lo que quería, aunque no le había puesto muchas ganas.

Samuel sonrió sobre la mejilla de su compañero, y éste lo notó.

Sus besos cambiaron su destino al cuello del chico, que tan apetecible se le hacía.

Soltó las muñecas de Díaz, para bajar los pantalones del uniforme de presidiario de este.

Sus ojos volvieron a buscar los contrarios, aterrorizados.

—Tranquilízate —le dijo—. No tienes de que asustarte.

Pero por mucho que le dijera que se calmara, era imposible.

¡Estaba a punto de violarlo!

Bueno... Aquello, exactamente, no sería una violación.Pensó Guillermo.

Él ni siquiera estaba haciendo algo para evitar aquel horror. Sólo lo analizaba y disfrutaba con extrema lentitud.

Y, de repente, una voz que no era la del castaño se hizo escuchar.

—¿Puedo...? —Comenzó a realizar la pregunta, señalando el torso del mayor.

A Samuel le impresionó. No esperaba que el chaval fuera a dar a entender que le estaba gustando... Aquello lo excitó aún más.

El castaño se quitó la prenda que cubría su abdomen, abandonándola en cualquier parte.

—Puedes. —le dio como respuesta.

Después de eso, le sonrió deshaciéndose del uniforme completo del joven, dejándolo atónito.

Sus manos se desplazaban sobre Los trabajados abdominales del mayor, con delicadeza. Como queriendo memorizar cada sensación que le provocaba estar tocándolos.

—Parece que alguien se ha puesto contento... —mencionó, refiriéndose al miembro del más joven, que luchaba por abrirse paso tras la tela de los calzoncillos.

Guillermo se sintió avergonzado. Incluso detuvo su exploración del cuerpo del otro.

—No te preocupes —Acercó sus labios al oído del pelinegro y susurró lo siguiente—. Yo me haré cargo.

Un escalofrío recorrió todo el cuerpo del chico.

Aquellas palabras incluso llegaron a ruborizarle.

Odiaba estar comportándose de esa forma. Y, sobretodo, con él.

¿Es que acaso ese hombre no se lo había hecho pasar putas?

¿Por qué ahora se encontraba teniendo un momento tan íntimo con él?

Quiso hacerse creer que no tenía otra opción, (que quizás no la tuviera) pero aunque eso sería bastante creíble, el sabía que quería que pasase.

Estaba muy cachondo. La manera en la que se estaba comportando De Luque con él le resultaba erótica. ¡Era una maldita locura!

Pero una locura real.

Todo eso estaba en su mente. Y no sabía cómo tomarse que pensara de aquella forma.

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¡Hola! No sé cuánto me habré tardado esta vez, pero espero que no haya sido tanto como otras veces.

Siempre quiero ponerme a escribir más a menudo, pero nunca acabo consiguiéndolo. :c
Espero que al menos disfrutéis de mis capítulos, aunque ande desaparecida<3

Os adoro con todo mi corazón. 💙

Prisioneros [Wigetta]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora