Todos habían vuelto a sus respectivas celdas.
Samuel había mirado al nuevo, en lo que pasaba frente a su jaula, escoltado, con el mayor odio que alguien podía sentir por otra persona. Le hubiese encantado hacer algún gesto, como el de cortar la cabeza, sentía unas ganas inmensas de amenazarlo, pero estaba esposado y no podía hacer movimiento alguno sin que los de uniforme se abalanzaran sobre él, golpeándolo hasta dejarlo caer al suelo.
Guillermo no desvió la mirada, la mantuvo hasta que este desapareció de su vista.
Sin querer admitirlo, el nuevo, que era el más joven de aquel pasillo, sentía algo de temor hacia el mayor.
Se veía un tipo fuerte y algo perturbado.
Sin embargo, el menor, a pesar de haber asesinado a una familia, no se veía igual que a los demás que habían cometido ese horrible hecho.
Él ni siquiera quiso matar a nadie, pero había momentos en los que su mente se nublaba unos segundos, en los cuales podía cometer cualquier delito. Pero si él estaba ahí, es porque él tenía la fuerza de voluntad de parar, pero decidía no hacerlo. De no tener eso, Guillermo no estaría en la cárcel, estaría en otro lugar, que no sabría decir si era peor o mejor.
Sólo había una razón por la que el chico cometió aquel terrible delito, celos.
Él estaba increíblemente enamorado de la chica, que había formado una familia, desde que iban juntos a clase. Pero esa es una historia que contaré más adelante.
Los policías se alejaron, una vez habían vuelto a encerrar a los presos, y comenzaron su rutina de charlas y bromas.
—Que sepas que lo que ha pasado antes, no es ni la mitad de lo que pasará a partir de hoy —Lo amenazó Samuel, en un tono de voz que sólo alcanzaban a escucharlo Percy y el nuevo—. Novato... vas a pasarlo mal.
Pero a Guillermo no le importaron esas palabras. De hecho se esperaba oír algo así en boca del mayor.
Se sentó en el suelo, con las piernas flexionadas y suspiró con pesadez.
El chico se mantuvo, por largo tiempo, en esa postura. La cual tuvo que cambiar porque empezó a causarle molestias.
Un carcelero se situó frente a la celda del nuevo.
Su nombre era Roberto, aunque lo llamaban Bob, y era uno de los que peor trataban a los invitados. De hecho, disfrutaba con ello.
El hombre tendría unos cincuenta y pocos años. Su pelo era una mezcla entre el moreno, que había lucido de joven, y el color de las canas, quedando un tono más parecido al gris.
—¿Vas a abrir el pico, rata inmunda?
Guillermo alzó la mirada, desde su posición nueva en el suelo. Aquella expresión en su rostro se vio muy sumisa, lo cual no lo ayudaba para nada.
A ninguno de los de uniforme les gustaba esa cara de chico herido. Les ponía de los nervios.
—Te patearé una y otra vez hasta que confieses el incidente —El chico, tras los barrotes, no parecía importarle lo que el hombre decía—. ¿Quieres que lo haga? Porque no dudaré en hacerlo.
Ambos se miraron en silencio durante unos segundos.
—Te daré veinte minutos para que lo pienses. Más vale que tengas alguna respuesta para mí, cuando vuelva.
Bob se marchó, dejando al chaval un poco más frustrado de lo que ya estaba.
Los que se habían enterado de lo sucedido en las duchas, sabían quienes eran los responsables de aquello. Incluso, los policías se hacían una idea. Pero si no estaban seguros, no podían hacer nada, dentro de lo que cabía, claro está. Después de todo, ellos mandaban allí, mientras que nadie se enterase de lo que hacían.
—Veo que estás en apuros —La voz de Samuel volvió a hacerse oír. Guillermo estaba empezando a odiar esa voz con todo su ser—. Espero que no se te ocurra abrir la boca, porque podría partírtela la próxima vez.
Y no pensaba chivarse. Aunque puede que aquello le sirviera de escarmiento. Los más peligrosos allí, no eran precisamente los que estaban entre rejas, sino los que estaban fuera y hacían lo que les daba la gana, tomándose la justicia por su parte, o simplemente, desquitándose con el primero que moviera un dedo.
Pasaron los minutos, y el hombre de pelo canoso volvió con expresión seria en el rostro.
—¿Te has decidido? —Al no obtener respuesta, miró a su izquierda, y llamó a alguien agitando su mano.
El chico se preparaba, mentalmente, para lo que iba a suceder ahora.
Mientras que Samuel y Percy sonreían para sí mismos.
El segundo no podía ver nada, en cambio, Samuel, podía contemplar cómo se reunieron tres carceleros frente a la celda del nuevo. Admiró el momento en el que abrieron la puerta y se adentraron en el pequeño lugar.
Al muchacho que miraba con atención aquella escena, se le iluminaron los ojos. Le excitaban las peleas, el simple hecho de que golpearan, cruelmente, a una persona. Y más aún, si se trataba de aquel chico.
Escuchó cómo lo pateaban, y lo amenazaban entre los tres. Oyó a uno de ellos escupirle. Los gemidos de dolor que salían, con pesadez, de los labios del chico.
Sólo maldijo no poder verlo.
Lo único que alcanzaban a ver sus ojos, eran las sombras de dos de ellos, la de uno casi tapando la del otro, moviéndose agresivamente. Tenía que conformarse con eso, y de hecho lo hacía.
Percy que estaba asomado, agarrado de los barrotes, le preguntó a su compañero si veía algo.
Ojalá, le respondió, pero veo lo suficiente. Y lo mejor es que puedo oír sus gritos y saborear su dolor.
Ambos se sonrieron y volvieron a donde habían estado, antes de que los hombres hubiesen entrado a la jaula del novato, disimulando que no habían disfrutado aquella situación.
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Prisioneros [Wigetta]
FanfictionSamuel y Guillermo son dos prisioneros que empiezan su relación con mal pie. Uno hará lo posible para encarar al otro, quien, en vez de rendirse y dejar de molestarlo, se hará cada vez más pesado. ¿Qué pasará entre estos dos chicos? ¿Decidirán, alg...