Capítulo 1

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Sus manos eran suaves, increíblemente suaves. Acariciaban su cuerpo lentamente como una ligera brisa de verano. Eran las manos de un amante. Acariciándola, haciéndola estremecer.

Sabía instintivamente que eran unas manos poderosas, unas manos fuertes que podrían despedazar algo con facilidad. Sin duda, eso era lo más extraordinario que, a pesar de ello, pudieran tocarla de esa manera, como si estuvieran adorándola.

Como si estuviera haciéndole el amor con tan sólo sus manos, sus dedos. Él le estaba haciendo el amor. Dejó escapar un gemido incapaz de contener por más tiempo la sensación de placer que se había apoderado de su cuerpo.

Fue entonces cuando aquellas manos dejaron de acariciarla. Por el contrario, eran sus labios los que ungían su cuerpo. Podía sentir cómo temblaba mientras sus labios, suavemente, deambulaban por su piel siguiendo el camino que previamente habían recorrido sus dedos.

Sin embargo, no podía verlo.

Pero ¿por qué? Podía sentirlo y amarlo con todo su ser, ¿por qué entonces no era capaz de ver su rostro? No podía hacerlo por mucho que lo intentara. Su identidad permanecía oculta.

Mantenía los ojos abiertos, pero no podía verlo. Sólo podía sentirlo. Parecía haber algo dentro de ella que le impedía hacerlo.

Pero él no era un extraño. ¿Cómo podía serlo? Ella sabía perfectamente quién era, al menos en el fondo de su corazón. De alguna manera, en el fondo de su alma, sabía que él vendría a ella. Quienquiera que fuera, él era su alma gemela, el compañero ideal para compartir su destino.

Pero si parecía conocerlo tan bien, ¿por qué no podía verlo?

Dulce Espinoza se puso tensa. Trataba de mover la cabeza para poder obtener una mejor vista, deseosa de verlo, pero había algo que la sujetaba de la espalda y contenía sus movimientos. Sentía sobre ella un gran peso que no la dejaba respirar. Aun así, sacando fuerzas de flaqueza, luchó contra las ataduras que parecían apresar sus brazos.

Un gran sentimiento de pérdida sustituyó al placer que la había embargado previamente.

Él se había ido.

Se había marchado sin dejar huella, como el humo, como si no hubiera existido jamás. Ahora se sentía sola, pero ella sabía que había sido real.

Esta vez, el gemido que dejaron escapar sus labios no se debió a una sensación placentera. Era un lamento lleno de dolor, pena y pérdida.

Entonces le pareció escuchar algo. Era otro sonido. Otra voz...

Esposos y Otros Desconocidos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora