Un árbol nevado en marzo.

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Se acercó las manos a la boca y se echó el aliento, expulsando un humillo que subía hacia el cielo, como es propio de todos los gases. Casi tiritando, miró a su alrededor en busca de algún sitio en el que sentarse, todavía quedaba algún tiempo para la hora en la que sus padres le dijeron que volviera a casa. Necesitaba algo de aire y descansar un poco de la gente y ese era el único sitio que conocía donde no había "humanidad". Al final, encontró unas pequeñas escaleras en las que se estaría perfecto —cualquier cosa era mejor que estar de pie— y se sentó en ellas.

Miró los árboles helados, con una ligera capa de nieve por la precipitación que cayó el día anterior. Aunque era muy extraño ver eso, casi nunca —por no decir nunca— nevaba allí y si lo hacía, más raro era que cuajara como había pasado con ese árbol mojado. Estuvo contemplando ese árbol durante un buen rato, fijándose en todo detalle de éste, dándose cuenta además que había partes en su corteza que estaban arrancadas, haciendo dudar a la curiosa muchacha de si esa alta planta estaba pasando frío y después preguntándose cómo había sobrevivido a la tormenta de nieve de ayer con tal delgado tallo.

De repente, le entró un escalofrío de arriba a abajo que le puso el pelo de gallina y volvió a calentarse las manos con su aliento. Estábamos a mediados del mes de marzo y hacía un frío polar. Definitivamente todo se estaba volviendo loco. Y tal vez fuera que el clima, el tiempo, estuviera volviéndose loco al ritmo de la mente de la joven, por que ambos llevaban un ritmo muy similar de avance paranormal en su naturaleza.

Con escozor ya en los ojos, parpadeó fuertemente y se miró las manos. Sus manos blancas y tiritando por el frío que en un momento de agobio la joven se pasó con algo de fuerza por la cara, quien sabe si para espabilarla o como excusa para hacerse un pequeño arañazo en ella. Volvió con su observación de manos y se empezó a fijar más en sus uñas, las cuales se estaban volviendo de un todo amoratado y que la hizo preguntarse cómo reaccionaria esa carne ya toda morada sin la protección de su uña. Al final, sumida en sus pensamientos, empezó a pasar la uña de su dedo índice por la yema del pulgar y con un pequeño impulso inconsciente y la mirada perdida, metió su mano por la manga del abrigo y empezó a rascar su brazo hasta tal punto que le empezó a sangrar levemente. Al menos así, con el calor que le daba la fricción de su uña con su brazo,se le aliviaba ligeramente el frío. Pero en el fondo no le parecía suficiente.

Dicen que la manera más rápida de deprimirse es pensar demasiado, bueno, pues una cosa siempre lleva a la otra y ya sin importarle nada, sacó un lápiz afilado que siempre llevaba en el bolsillo y empezó a herirse el brazo. El lápiz rajando su piel, junto a otras más cosas, era de las sensaciones que más le gustaba. Al punto en el que un poco de sangre empezaba a caer lentamente por su brazo levantó la cabeza y cerró los ojos, con una sonrisa en la boca que le provocó una pequeña risa nerviosa. El frío ya daba igual, la chica parecía estar ya entretenida.

Con una sensación extraña se acercó el brazo a la boca y lamió la sangre. De repente se lo formó una gran sonrisa en la cara y miró hacia el cielo nublado, riendo como nunca antes hubo reído, una risa más que descontrolada, aliviadora para su alma; prefería desahogarse riendo que llorando, aunque mientras estaba carcajeando lágrimas caían de sus ojos como si no tuvieran fin. Estaba muy dolida, pero rió como nunca.

Entonces empuñó el lápiz cuál cuchillo de filo ligero y se lo clavó en el brazo. Soltó un alarido mientras los 4 centímetros de lápiz que tenía en el interior de su brazo estaban traspasando piel, músculo y venas y un río de sangre empezó a salir de su destrozado miembro. El frío de aquella tarde de "primavera" acrecentaba todavía más el dolor. Siguió gritando desesperadamente esperando aliviar lo que fuera, el dolor de su brazo, o el dolor de su corazón, que en ese momento llegaba a dudar cuál dolía más. Gritaba mientras lloraba, desahogando penas y dolores e intentó erróneamente agarrarse a algo para soportar el tremendo dolor de su brazo, que chorreaba sangre como si ésta fuera infinita y al intentar levantarse, perdió el conocimiento y cayó al nevado suelo, dejando un pequeño río de color rojizo intenso, el cual llevaba adentro dolor, sufrimiento, sonrisas falsas y esperanzas rotas.

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Era raro ver nevar, y más en pleno marzo.

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