Qué extraño. Las cosas se sienten extrañas, los pensamientos se sienten extraños.
No es lo mismo de siempre. Algo es distinto, pero duele de la misma manera. Eso sentía mientras las gotas de la ducha golpeaban la piel.
Cansada gritaba en silencio, y lloraba sintiendo el dolor de esas pequeñas partículas que se abrían paso a traves de esas manos que desesperadas intentaban parar el tormento que estaba experimentando. Cómo nunca había sido la desesperación que se acrecentó en el pequeño espacio, cubículo que se formaba por la bañera y la cortina. La luz artificial de la lámpara era marginada por este cacho de tela casi opaco con la imagen de un pequeño puerto que desemboca en un pequeño lago, lago que ahora mismo ahogaba la mente y desbordaba los ojos.
Quería sacar todo eso de la cabeza, y las lágrimas de las cañerías adoraban cada vez con más fuerza esa mente enferma que se manifestaba, que chispeaba como cortocircuitos, que la dejaba apunto de explosión.
Esa precipitación caliente se sentía entrar en el pecho y dejar montones de agujeros enormes, quemados hasta el corazón y dolía. Dolía, dolía, abrasaba, y gritaba, gritaba por dentro porque no podía sacar nada, todo estaba encerrado. Y tan siquiera por los huecos del pecho o las grietas de mis manos podía escaparse algo, sólo ese agua hirviente que entraba por ahí y salía fluyente de unos ojos que ardían de dolor.
El tiempo pasa, encerrada en esa tortura, con la lluvia agrediendo un cuerpo frágil como arcilla que aún no se endurece, como granizo cayendo sobre pétalos de flores. Flores de cerezo. Rosas suaves, rotas, destrozadas, agrietadas, muertas.
Pedía ayuda, suplicaba que por favor la tortura parara, que por qué estaba haciendo esto, fuera de ser, fuera de todo. Cayendo al suelo, volvía loco el pelo enredado, deseando poder arrancarlo todo entero, y con él la cabeza también. Las manos dolían haciendo de escudo, el corazón ardia en fuego ardiente, un fuego que asesinaba por dentro. Quería arrancarlo de su prisión, de esa cárcel de huesos que lo tenía jodidamente prisionero, con costillas que se clavaban constantemente y sangraba todo el rato, pero no dejaba de hacerlo.
Estúpido Corazón que sigue latiendo aún cuando está vacío por completo, sacando fuerzas de donde no hay nada. Envidiable y dolorosa cualidad, porque aun con vida, el corazón no deja de sufrir con cada latido, desesperado de cualquier manera de que pase lo que pase lo siguiente que haga sea latir otra vez. Ese es su único cometido. Y estúpido Corazón que da sentimientos a la Mente y le comparte el dolor y, como son mejores amigos, no hacen otra cosa que seguir haciéndolo pase lo que pase. Las relaciones estrechas ciegan tantísimas veces que el pobre Corazón y la pobre Mente no saben que hay un cuerpo vacío ahogado en un pequeño lago, queriendo flotar pero no haciendo nada más que hundirse. Pero eso no parecía estar sucediendo, cuando una mano familiar se adentra y rescata lo que antes era irrescatable.
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Yo.
De TodoAbrí los ojos. Se escuchaba una tormenta afuera. El viento chocaba contra las persianas exteriores de mi habitación, haciendo que choquen contra la ventana y provocando un estruendoso sonido. Me quedé mirando el techo durante 10 eternos minutos, pen...