Debían ser alrededor de las nueve de la tarde, según la posición del sol. Una joven de cabellos brillantes de colores entre cobre y castaño oscuro —los primeros cuales destelleaban con el choque de los rayos solares en estos— caminaba calmadamente por la orilla de una playa, se podría decir que era casi infinita. Caminaba de manera que las pequeñas olas bañaban sus pies hasta los tobillos, el agua del mar tenía una temperatura cálida, adquirida por las olas de sol que había sufrido éste durante todo el día.
Su vestido de tirantes, blanco, de seda; y su pelo bailaban con la brisa veraniega del ocaso que en ese momento salía del mar, como si este quisiera acariciar a la chica, o estaba diciéndole sutilmente que se fuera de su camino. La muchacha seguía caminando, tal vez buscando el final de esa playa, o tal vez buscando algo o alguien que hiciera que ese camino sin sentido se detuviera, aunque solo fuera por un momento. Su caminar pasó horas, días tal vez, imparable.
Era complicado de deducir el tiempo, ese atardecer no se iba nunca, estaba atrapado en el tiempo, pareciera que cada vez los segundos iban más lentos y que de un momento a otro todo se fuera a detener todo. La joven miraba las olas con un aire hipnotizado, con la idea en la cabeza de que éstas se iban a parar sí o sí. Estaba casi convencida, aunque igualmente ella no dejaba de caminar.
El sol seguía parado ahí, tornando el cielo de ese color entre anaranjado y azul que pintaba además las nubes de un rosa dulce; sin moverse. Tampoco pareciera que fuera a hacer algo, no parecía que tuviera esos planes. Cada vez se iba notando más la ralentización de las cosas, los oleajes iban más tranquilos y la arena que tocaba los pies de la chica empezaba a dar una sensación extraña a ésta cada vez que posaba sus plantas en ella. La joven tampoco es que se estuviera alarmando por el comportamiento de su entorno, seguía caminando como si nada estuviera pasando, con la mente en blanco, sólo observando con una mirada levemente curiosa el paisaje que paranormal se estaba tornando ante sus ojos.
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Tiempo muerto. ¿Quién sabe cuánto tiempo habrá pasado desde que empezó a caminar? Probablemente no había "pasado nada de tiempo". Todo se había detenido. Ya se obviaba el estado paralizado de la gran esfera de gas, y se le había unido a él el movimiento del mar, de los peces, en el horizonte habían quedado cinco delfines que estaban en medio salto para tomar aire —ya no tendrán que preocuparse de tomar más—.La chica ya había dejado de caminar, estaba sentada sobre la arena, todavía con ese aire ausente. Tomó una pizca de arena y, levantando el brazo, soltó los granos de cuarzo, caliza y feldespato. Pero inmediatamente que los granos se separaron de su mano, se suspendieron en el aire; dispersos en el espacio, se quedaron congelados como si hubiera una superficie invisible que los sustentara. La joven se quedó mirándolos por un buen rato, que pareció infinito; o tal vez se quedó atrapada también en ese paisaje playero que no terminaría nunca.
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Debían ser alrededor de las nueve de la tarde, según la posición del sol.
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Yo.
RandomAbrí los ojos. Se escuchaba una tormenta afuera. El viento chocaba contra las persianas exteriores de mi habitación, haciendo que choquen contra la ventana y provocando un estruendoso sonido. Me quedé mirando el techo durante 10 eternos minutos, pen...