Un árbol nevado en marzo II

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Me acerqué las manos a la boca y me eché el aliento, expulsando un humillo que subía hacia el cielo como es propio de todos los gases a la vez que aprovechaba para recuperar fuerzas.


Sí, había huido. Había huido de casa. Y no sabía cuando volvería, tal vez no lo sabría nunca. Después de la última pelea en casa, agarré sin pensarlo dos veces mi abrigo y mi dinero, mi móvil también y ya está, me fui. Miré a mi alrededor en busca de algún sitio donde sentarme un momento a dejar mi mente en blanco, escuchar música o lo que fuese. Saqué un brazo que sentía como si ardiera de mi abrigo y me arremangué el jersey negro que llevaba puesto para descubrir que por fruto de la disputa en mi casa unos pequeños moretones se me habían formado en el brazo y lo tenía rojo. Me llevé mi otra mano ahí como si eso fuera a calmarme el ardor cuando llegué a unas escaleras en un portal conocido.


Me di la vuelta un instante para mirar los árboles helados, que tenían una ligera capa de nieve por la precipitación que cayó el día anterior. Aunque era muy extraño ver eso, casi nunca —por no decir nunca— nevaba allí y si lo hacía, más raro era que cuajara como había pasado con ese árbol mojado. Estuve contemplando ese árbol durante un buen rato, con cierto déjà vu, fijándome en todos los detalles de éste, dándome cuenta que se torció desde la última vez que vine aquí. Sus ramas apuntaban al suelo, apenas podían sostener la nieve helada que le había caído, parecía que se iba a caer en cualquier momento y con ese tallo tan fino parecía que se iba a romper. Pero por alguna razón se mantenía ahí.


De repente, un escalofrío recorrió mi cuerpo de arriba a abajo y me puso la piel de gallina, por lo que volví a calentarme las manos con mi aliento. Estábamos a finales del mes de marzo y hacía un frío polar. En otro tiempo diría que todo se estaba volviendo loco, pero ya todo me parecía anormalmente normal. Y tal vez fuera que el clima, el tiempo, estuviera volviéndose loco al ritmo que mi mente y todo lo que pasaba a mi alrededor, porque todo ello llevaba un ritmo muy similar de avance paranormal en su naturaleza.


Empecé a escuchar un ruido en mi cabeza, como gritos o tal vez... ¿risas? Muy alejadas. Dejé de ensimismarme con el árbol que me estaba volviendo paranoica pero una mueca de asco, u horror tal vez, se me formó al percibir una línea de un líquido rojo intenso y seco que finalizaba su camino costoso en las raíces de ese árbol y que cuando seguí su paso vi que comenzaba en las escaleras, con un lápiz arrojado y manchado de ese mismo líquido, o tal vez era que provenía de mi mano, manchada por la sangre que estaba expulsando mi brazo en ese mismo momento.Y escuché risas. Y lloré.

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Era raro ver nevar, y más en pleno marzo.

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