Me planto de pie ante una explanada enorme de campo verde. Es solo campo, no hay nada más. Echo en falta la necesidad de la sombra de un gran manzano que probablemente estaría encima de la colina en la que exactamente me situo. Pero en la colina no hay nada.
Sopla un ligero viento que mueve las mechas de mi pelo castaño. Una ligera brisa que me hiela la piel y me pone los pelos de punta. Una presión en el pecho me llena de una sensación de miedo que acaba ahogándome. Estoy en el campo, está soleado, hace frío, pero aún necesito una sombra, aún necesito una luz.
Como si de sueño se tratase, me llegan recuerdos de haber estado en brazos de una estrella templada, que me protegía del espacio carente de oxígeno que pudiese respirar. Pero, quién sabe, lo mismo era todo un sueño.
Sin embargo, seguía de pie en ese claro de hierba que parecía no tener final, seguía en esa colina desnuda y la presión en mi pecho me hacía querer enterrarme en la tierra. Al miedo que siento se juntan la presión del tiempo. Lunas y soles aparecen incesantes en el horizonte y ante mí danzan un baile de vueltas infinitas y giran sobre mi mundo mareándome y abrumándome.
Me siento sola, ahogada, no sé cómo escapar. Me veo incapaz de moverme, clavada en el suelo, el pecho me pesa cada vez más y el aire se siente cada vez más espeso y pesado en mis pulmones. Necesito una luz, necesito una sombra, necesito un calor en este frío abrasante. Miro al soleado frente y no veo más que oscuridad, no se oye nada, todo está vacío.
Rendida caigo en el suelo, obligándome a mí misma a sentarme en el césped y sopla un ligero viento que mueve las mechas de mi pelo. Y con esa ligera brisa, se acompaña danzando una hoja de un cerezo caído.
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Yo.
RandomAbrí los ojos. Se escuchaba una tormenta afuera. El viento chocaba contra las persianas exteriores de mi habitación, haciendo que choquen contra la ventana y provocando un estruendoso sonido. Me quedé mirando el techo durante 10 eternos minutos, pen...