Yo.

Enredaderas dulces

El sol se había levantado hace unas horas y ya se adentraba en la ventana del ático en el que dormía, despertándome con cierta molestia. Por un instante no reconozco el lugar en el que estaba, podía escuchar a los pájaros, que también se habían despertado con el sol, cantando en el tejado. Me doy la vuelta para corroborar que seguía acompañada, que seguía acostada en el otro lado del colchón. Me invade una sensación de despreocupación y sosiego poder ver los brillos de su pelo cuando le da La Luz y su figura contorneada dulcemente con la sábana, estando sin preocupaciones y sin conflicto durmiendo a mi lado.

Me dirijo a bajar las escaleras para respirar el aire de la mañana. Se nota la brisa fresca que le da un último suspiro a la primavera para dejar pasar al verano dentro de poco. El ambiente a tierra mojada por la ligera lluvia que había caído el día anterior. Los cultivos alrededor de la casa crecían y se hacían más maduros y ricos, esperábamos recogerlos pronto.

Pienso en hacerme una taza de leche pero quiero disfrutar un poco más del fresco mañanero. Una familia de gatos se pasea todas las mañanas por el porche, y hoy no era excepción; seguida de otra familia de patos, del lago vecino que les emulan muy de cerca. Todo es silencioso, pero es un silencio agradable, tanto que no me importa ser testigo de él el día entero. Sólo pueden oírse las hojas moviéndose, los cantos de los pájaros, los graznidos de los patos y los maullidos de los gatos, uniéndose todo en armonía e hipnotizándote para que te quedes atrapado en sus sonidos para siempre.

Oigo los ligeros pasos de quien estaba hace muy poco durmiendo junto a mi, preguntándome con su voz de recién levantarse, tan linda, cómo es que había pasado la noche y si es que había desayunado ya. Yo me acerco a acariciar su melena despeinada y tras darle un beso en la cabeza le sugiero desayunar las dos juntas mientras vemos un capítulo más de la serie que empezamos hace unos días.