Una luz ínfima en una tormenta inefímera

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Hacía frío esa noche de junio. Extraño. Las olas constantes chocaban con violencia contra el acantilado y sonaban, pero era fácil acostumbrarse, como el tick-tack de un reloj: una vez que te paras a escucharlo no puedes dejar de percibirlo. Pero bueno, de alguna manera eran tranquilizadoras.


Aunque era casual que lloviera en esa casa de un acantilado alejado de la civilización, cercana al mar, la tormenta esta vez surgía dentro de la mente de la chica que una noche más había bajado las escaleras hasta el porche de su cabaña de madera, cabaña que no paraba de recolectar momentos, como esa mente joven y tormentosa.


Sentada cerca del borde del porche, abrazaba mis piernas y miraba al horizonte de un mar negro que se fusionaba con el cielo de mismo tono bruno, pensando en todo y a la vez en absolutamente nada.


Y vaya tormenta llena de truenos y sin rayos, que nunca parece disiparse y que sólo amenaza sin llegar a soltar una mísera gota de lluvia salada. Era un sentimiento de necesidad de dar vueltas a las cosas, necesidad de aclarar las nubes, y necesidad de que a veces, sólo por unos instantes, alguien encienda una linterna para iluminar entre las nubes de tal oscura borrasca.Por la noche siempre parece que el tiempo no se pierde, que todo está detenido, que todo puede pasar y que nada va a salir jamás. La noche es silenciosa, aunque haya ruidos que le hagan melodía. La noche es distinta a la mañana, la noche acoge a las almas que se pierden entre las sombras de las rocas durante el día y las deja pasear por la playa. Lástima que no sea un alma y que tenga que darle la cara al sol de la mañana.


A veces sólo me viene a la boca decir "lo siento". Debe ser por esa sensación jodida que me viene a decir que podría haber sido de ayuda pero sin embargo me he quedado sentada. No es que sea culpa mía, yo no tengo linterna, pero eso no me impide cruzar mi tormenta sin rumbo ni orientación. Puede que por eso sea que me desoriento y sentada me vuelvo.


"No me vendría mal una linterna".


Un sentimiento cálido siento que se acerca a mi dirección y se sienta a mi lado. Un pelo corto y despeinado ondea con el viento, al igual que el mío, y mi corazón se acelera con calidez a la vez que su cabeza se apoya sobre mi hombro con delicadeza y una mano suya se funde con la mía que se encuentra apoyada sobre las tablas del porche de madera.


"Confío en ti". Siento su temor.


Su cabeza se mueve sobre mi hombro al ritmo de su respiración tranquila pero fuerte. Mi dedo se entretiene deslizándose por el dorso de la mano que sostengo y por un momento, sólo por un instante, escuché el sonido de las olas junto con un suspiro café.


"Te espero".

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