La cabaña

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La luz débil del sol al atardecer se colaba entre las hojas de los altos árboles y entraba por la ventana, chocando contra nosotros y los muebles de la habitación en las diferentes figuras que adoptaba por el hueco de dichas hojas.

El día anterior quedé con mi novio. Pasamos todo el día juntos, caminando y contándonos las cosas que nos sucedían y alguna que otra anécdota que se nos venía a la cabeza. Fue mi pareja la que contó más historias. A diferencia de mí, su vida estuvo llena de acontecimientos, bien sean graciosos o desagradables. Yo no podía contar mucho, mi vida siempre fue muy... se podría decir, aburrida. No tenía nada interesante que contar. Supuse que era la típica chica común, con una vida común, un nombre común con un apellido común, una familia común, viviendo en una casa común... Mi pelo era común, tenía un color de ojos comunes, una piel común. Jamás me enfermé gravemente, ni me rompí un hueso, ni sufrí un esguince... No era más que una chica normal, sin nada especial. No entendía por qué alguien como él estaba conmigo.

En ese momento quise preguntarle por qué él me aceptó y por qué me ama, pero no pregunté. Le miré en un instante que nos quedamos in conversación y sólo con hacerlo mi pecho empezó a palpitar. Supuse que ese chico había hecho que mi vida aburrida fuera más interesante. Al sentir mi mirada, él me miró de vuelta, lo que hizo que se me acelerara más el corazón. Notando como mis mejillas empezaban a tomar color, rápidamente aparté la mirada y me tapé la cara con las manos, avergonzada. Andaba preguntándome por qué demonios me gustaba tanto ese chico. Aún con mi cara oculta, escuché como él se reía dulcemente y sentí cómo me acariciaba el pelo cariñosamente. Empecé a emitir un gritito ahogado en mis manos al sentir de nuevo ese chispazo en el pecho.

—¿Qué te pasa mi vida? —Me dijo con media sonrisa.

—Me mueruuu.... —Respondí con un hilo de voz, a lo que él me respondió un "idiota" cariñoso a la vez que me abrazaba apoyando su cabeza sobre la mía. Fui quitando poco a poco las manos de mi cara a medida que me iba sintiendo más cómoda en sus brazos, aunque aún seguía con ese calor en el pecho que me quemaba. 

—¿Adonde vamos ahora? —Me preguntó en voz baja.

—Mm... sé un sitio, pero tenemos que caminar un poco más.

Durante el trayecto paramos en un puesto y compramos algo para comer, ya teníamos hambre. Compramos una bolsa de patatas fritas, pero no de las que tienen media bolsa llena de aire y lo demás son patatas frías, sino de las artesanales. Todo muy sano. Seguíamos caminando mientras comíamos y hablábamos de vez en cuando, nos preguntábamos cosas sobre nuestros gustos y sobre comida.

Ya al final del día, cuando faltaban solo unas pocas horas para el atardecer, llegamos a una cabaña, a las afueras del sitio. Se encontraba en un lugar lleno de árboles. Podría estar un bosque, pero al menos yo no lo diría así.

—Está abandonada, a si que la convertí en un sitio mío para poder ir cuando quiero descansar de todo. —Mientras decía esto, iba abriendo la puerta de esta cabaña.

La casita, con las paredes y el suelo de madera, las había decorado con cosas mías. Cuando la encontré ya tenía varios muebles, como la instalación de una cocina y un baño y había un sofá y una cama y algunos otros muebles como mesas o armarios. También había una instalación eléctrica. Yo misma puse una televisión vieja que tenía mi abuela —de esas que habían antes, que parecían cajas y soltaban un incesante pitido cuando las encendías—, algún póster o cuadro que tuve la oportunidad de tener en mi poder o que compraba yo, un reloj que encontré también y que aún funcionaba, me traje alguna lámpara que ya no usaba en casa y alguna que otra silla que me ha ido dejando la gente. También tenía ropa mía guardada en el armario, además de otra ropa vieja que encontré cuando llegué allí la primera vez. También había muchas mantas, pues al no haber aire acondicionado hacía mucho frío en diferentes épocas del año. 

—Mm bueno, puedes sentarte en el sofá mientras yo voy un momento a la habitación.— le dije, invitándole a entrar. —Y tranquilo, los muebles y todo eso ya me encargué de quitarle todo el polvo y demás.

—Si a mi eso me da igual, idiota.— Dijo a la vez que entraba y miraba los alrededores. Yo le miré por un momento y observé que la luz que entraba por la ventana  le daba débilmente en la cara, iluminándola. Me quedé inmóvil contemplándole mientras él aún seguía mirando cómo dejé la cabaña, hasta que se dio cuenta que le miraba y dirigió su mirada hacia mí. —¿No te ibas a la habitación?

Yo, saliendo de mis pensamientos, tartamudeé un supuesto "ah, sí" complementado con otras palabras que solté por el sobresalto al descubrirme a mí misma perdida en él y fui ligeramente deprisa hacia la habitación. Cuando llegué, me quedé plantada, pensando en lo que había pasado a la vez que intentaba recordar a qué había venido aquí. Lo había olvidado.

Entonces, el joven entró por la puerta y, acercándose a mí, me acarició la mejilla suavemente. Yo le miré y luego aplasté sus mejillas con mis manos, antes de darle un beso. Después nos quedamos mirando en silencio y quité mis manos de su cara. Pasaron unos segundos que parecieron eternos, yo perdida en sus ojos y creo que él perdido en los míos. Deseaba saber qué había en su mente en ese momento. El chico tomó mi cara y empezó a acercarse a mí, hasta que chocó con mis labios y empezó a besarme. Al momento le seguí. Era un beso dulce, tierno, delicado, y a la vez apasionado. A medida que nuestro beso era más y más apasionado, mi pareja iba acercándome más y más a la cama y, cuando estábamos lo suficientemente cerca, me empujó despacio, dejándome caer en la cama. Yo le agarré el brazo y tiré de él hacia mí justo antes de que yo cayera al colchón, haciendo que se pusiera encima mío. Sin perder un segundo más volvimos a besarnos suave y apasionadamente y empezamos a dejarnos llevar por el amor y la lujuria. 

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La luz débil del sol al atardecer se colaba entre las hojas de los altos árboles y entraba por la ventana, chocando contra nosotros y los muebles de la habitación en las diferentes figuras que adoptaba por el hueco de dichas hojas. Miré nuestras manos agarradas y los reflejos de luz que había sobre ellas. Acaricié su mano. Notaba su cálido aliento chocando contra mi cabeza y el calor de su cuerpo desvestido pegándose en mi espalda desnuda por el abrazo con el que nos quedamos dormidos, agotados por el cansancio. 

Me di la vuelta y me puse frente a él. Le miré mientras dormía y observé que la luz del amanecer le daba débilmente en la cara, iluminándola. Se veía tan lindo durmiendo, pareciera como si en ese momento todo problema hubiera salido de su mente y no pensara en nada, y simplemente descansara, plácidamente. Su respiración era tranquila, calmada, cálida... sólo con oírla ya me producía un gran sosiego en mi interior. Le acaricié el pelo cariñosamente. Ese pelo castaño oscuro, largo como dejado crecer por el tiempo. Después respiré profundamente y le abracé, como quien abraza al caballero que viene a proteger a la doncella. Cerré los ojos.

No entendía por qué alguien como él estaba conmigo, pero yo sólo sabía que quería estar con él el resto de mi vida.

Yo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora