Capítulo 42 - La indicada

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-Es un gusto conocerte, Evangeline -Arkent abrió su mano dejando a la vista mi collar azul.

En el mismo instante en que mis ojos observaron lo que estaba escondiendo en sus manos mi corazón dejó de latir.

Aquello no podría ser verdad, me costaba creerlo. Todo lo que había sacrificado se fue a la basura.

-¿Sin palabras? -Arkent se empezó a acercar lentamente-, creiste que era un idiota cuando en verdad era yo quien te engaño.

La habitación me empezó a dar vueltas acompañado de un agudo dolor en mi cabeza.

-Desde un principio sabía quién eras, quería saber hasta donde podías llegar -dijo apoyándose en la mesa con el vino en su mano libre-. Corría muchos riesgos al darte libertad, pero tu colaboraste y no supiste aprovecharlo para sacar ventaja.

Escuché una carcajada ahogada a mis espaldas que provenía del orco guardián que interrumpía en la puerta de salida.

-Mi plan era enamorarte para unirnos al mal -dijo dando unos pasos hacía adelante-. Dime, ¿funcionó? -me tomó del mentón para mirarme con detenimiento.

-Nunca estaré del lado del mal -dije sacando valentía de mis adentros.

-Esa no fue mi pregunta.

-Creo que mi respuesta contesta a tus dudas -Arkent se giró con enojo.

-Te mataría -se detuvo-, pero te necesito para cumplir mi deber.

-Arkent escuchame -intenté razonar con él, yo sabía que detrás de su maldad podría encontrar la bondad que Lenner me dijo que tenía.

Se giró dando la cara. -Serás recordada por haberte robado el corazón del villano -tomó un sorbo de vino somnifero.

-¿Qué? -estaba sorprendida por su revelación.

-¡Llevensela! -ordenó antes de que yo pueda decir algo más.

Un par de orcos me cogieron de las muñecas tan fuerte que podría haberme quedado sin manos. Solté un grito ahogado que desapareció entre las risas de aquellas criaturas.

Arkent se giró ajeno a mis súplicas, lo último que vi de él fue que empezó a tambalearse producto de la hoja de dragón que contenía su copa.

-Dentro de unas horas, tú y tus compañeritos estarán muertos -canturreó el orco de la derecha.

-Todos acabarán como tu madre -siguió el de la izquierda apretando más mi muñeca pero aquel dolor no se comparó al que tuve cuando mencionaron a mi madre.

-¡¡No!! -grité tan fuerte que sentí un desgarrador dolor en mi garganta. Mis lágrimas se corrían por mis mejillas desenfrenadamente.

Ahora sin emitir sonidos ni quejidos me intenté a zafar del fuerte agarre. Me obligaban a descender aquellas, ya concurridas, escaleras.

Al ver que no lo iba a permitir, el orco de la izquierda sacó su espada y me amenazó colocandola delante de mi cuello.

Me detuve en seco evitando el pequeño roce que podría recibir.

-Vas a obedecer por las buenas...-acercó más el arma a mi piel-...o por las malas.

El otro orco rió por mi sumisión ante ellos.

-Así me gusta pequeña -rió y empezamos a caminar, puso el filo de la punta a un costado hasta que llegamos a los calabozos.

Cuando estábamos ya dentro de la celda, el orco de la espada retiró el arma para luego cogerme del cuello y tirarme dentro. Caí de cara golpeando mi nariz, de ésta ya empezaba a brotar sangre a chorros. Mis rodillas ardían peor que el veneno en la sangre.

Sus Ojos Fríos (Legolas)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora