Prólogo

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Él era un niño ángel, sus ojos verdes eran los cristales más resplandecientes que jamás había visto, sus mejillas siempre tenían un rosa natural envidiable, todo el tiempo tenía ganas de pasar mis pequeños dedos por su suave y perfecta piel. Su cabello alborotado nunca se dejaba dominar, y a él no le incomodaba, algunos mechones siempre caían sobre su mirada y a mí me cautivaba.

Su padre, era un hombre, que sinceramente, me daba miedo, en sus ojos reflejaba frialdad y un mar vacío, cuando lo miraba sentía ganas de esconderme y escudarme con mi padre. Además, nunca le daba cariño a Harry, y yo, deseaba tomar a mi amigo de la mano para cuidarlo. Sin embargo, mi papá y el señor terrorífico eran buenos amigos, pasaban mucho tiempo en el despacho y los escuchaba hablar sobre negocios y pronunciaban nombres que nunca antes había oído y hablaban sobre temas que a esa edad jamás hubiese podido entender.

A Harry no le gustaba que yo espiara las conversaciones de nuestros padres, así que siempre me distraía haciéndome correr por toda la casa mientras me perseguía, hasta llegar al jardín.

Escuchaba su linda risa, mi larga cabellera me golpeaba en la cara e intentaba buscarlo con la mirada para no perderlo de vista. Yo era muy ágil, pero dejaba que él me alcanzara para que su risa victoriosa apareciera.

Guardo el recuerdo de una tarde, me caí bruscamente golpeándome la rodilla, una herida poco profunda apareció y luego la sangre. Harry corrió arrodillándose ante mí para analizar mi golpe, después de unos segundos, limpió mis lágrimas, tomó mis manos y me llevó para enjuagarme con agua y él solito me vendó la pierna, recuerdo sus manos pequeñas, torpes y temblorosas, y cada vez que chillaba adolorida ponía su dedo índice sobre mis labios, indicándome que debía hacer silencio, para que así mi padre no nos escuchara y evitáramos un fuerte regaño.

Luego, él besó sobre las vendas y todo el dolor desapareció.

Conforme fue pasando el tiempo, él se alejaba de mí, su padre no lo dejaba jugar conmigo, lo arrastraba hacia otra parte y ambos con lágrimas en los ojos nos decíamos adiós.

Pero nunca se lo llevaron lejos, podía escuchar su voz entre las paredes, lo veía caminar por los pasillos, algunas veces solo alcanzaba a mirar su sombra. Su padre lo entrenaba, lo obligaba todo el día a darle golpes a un enorme saco de boxeo. Yo lo miraba por la rendija de la puerta y algunas veces por la ventana cuando las cortinas no me lo impedían. Luego fueron los disparos, su padre le dio todo tipo de armas, enseñándole como apuntar, enseñándole cada parte del cuerpo humano y que consecuencias tendría una persona si se le hiriera en una zona determinada. Lo entrenaban para que aprendiese a soportar el dolor, debía ser capaz de estar preparado para cualquier tipo de tortura. Cada día veía a mi Harry, a mi hermoso niño de rizos suaves con una herida, marca o moretón diferente.

Estaban convirtiendo a mi amigo en un asesino. ¿Por qué?

Yo no quería eso, quería correr y abrazarlo, quería protegerlo de todas esas cosas que lo obligaban a hacer.

Cuando lo miraba, ya no sentía su calidez, su cariño, nunca volví a ver su bonita sonrisa, nunca volví a escucharlo pronunciar mi nombre. Ahora me llamaba ''Ángel'', por una estupidez que a mi padre se le ocurrió para que ninguno de sus enemigos descubriera mi nombre.

Cuando me hice mayor lo comprendí todo, lo que le sucedió a Harry fue mi culpa, su infancia fue arruinada, lo entrenaron, lo hicieron pasar dolor, torturaron su cuerpo y mente, y todo, para que fuera el guardaespaldas perfecto...mi guardaespaldas.

Él me odia. Y como no hacerlo.

Entonces decidí que yo también entrenaría, también aprendería a pelear, a disparar, quería que me golpearan para pasar por el mismo dolor, me levantaba todos los días a las 5:00 de la madrugada, salía a correr y no paraba hasta que caía al suelo sin poder respirar. Cada tarde la pasaba en el gimnasio, atacando al saco de boxeo, una y otra vez, mis nudillos se llenaban de moretones y obligaba a los guardaespaldas de mi padre a luchar conmigo, y si no me golpeaban como era debido me aseguraría de dejarlos sin trabajo, por lo tanto, ellos me obedecían...hasta un día. Harry nos descubrió en pleno entrenamiento, vio como me tumbaban al suelo por un puñetazo en la mandíbula que recibí.

Cuando el padre de Harry murió, ciertamente, me alegré, por fin él sería libre, por fin podríamos volver a ser amigos...pero eso nunca sucedió. Ahora era más frío, era más como su padre y yo dejé de insistir, dejé de intentar hacerlo reír, dejé de regalarle flores, dejé hasta de mirarlo. Ya no debía llamarlo Harry, ahora sería ''Diablo''. Así me ordenó mi padre, para él era una burla porque Harry había matado a cuatro hombres en cinco minutos y antes de pegarles un disparo en la frente les susurraba: ''Nos vemos en el infierno''...y desde entonces, así lo comenzaron a llamar, nunca me gustó referirme a él de esa manera, aunque me odiase, para mí no era Diablo, era Harry, el niño que jugaba conmigo y me ayudaba a alimentar a los gatitos hambrientos. Pero también comencé a llamarlo por su apodo con el tiempo, la distancia entre nosotros se hizo tan inmensa que ni siquiera se sentía correcto que lo llamase por su verdadero nombre, ya ni siquiera con ese derecho me sentía.

Ahora, ambos somos un dúo. Mi padre murió hace un año, lo mataron, mi madre murió el mismo día que llegué a este mundo, así que todo lo que tengo es a Diablo. El negocio familiar descansa sobre mi espalda, los enemigos de mi padre ahora son los míos. La riqueza que mi padre generó en vida me pertenece, pero conjunto a las enormes cuentas en los bancos, vienen miles de problemas, problemas que más veces de las que puedo contar, han intentado quitarme la vida.

De vez en cuando, me torturo mirándolo, recordando cómo se marcaban sus hoyuelos en sus mejillas, como el verde de sus ojos se intensificaba cuando me veía, como su voz se enternecía cuando me hablaba, como aquel niño pequeño soplaba en mi herida para que dejara de sangrar.

Ahora el Diablo es quien cuida del Ángel. Y yo no puedo dejar de desear que él decida volver a mí, porque lo quiero con todo mí ser.


El GuardaespaldasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora