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Sentados juntos en el sofá, con las piernas estiradas, los pies apoyados sobre la mesa ratona y cubiertos por una manta tejida, Julie miró la pared de vidrio del otro lado del living. Estaba deliciosamente exte­nuada después de la tarde al aire libre, de una comida deliciosa y de haber hecho el amor con Zack sobre el sofá. Aun en ese momento, mucho después de haber terminado de hacer el amor y cuando él estaba enfrascado en sus pensamientos, con la mirada clavada en el fuego, la tenía abrazada, con la cabeza apoyada sobre su hombro como si disfrutara de tenerla cerca

y tocarla.

En tanto, Zack pensaba que nunca se cansaba de estar con Julie, en la cama o fuera de ella, y para él ésa era una experiencia sin precedentes. Julie calzaba en la curva de su brazo como si hubiera sido hecha para él; en la cama era a la vez un ángel y una cortesana. Era capaz de hacerlo remontar hasta alturas increíbles de pasión con un sonido, una mirada, un contacto. Fuera de la cama era divertida, fascinante, ingeniosa, terca e inteligente. Lo enfurecía con una palabra y enseguida lo desarmaba con una sonrisa. Era inconscientemente sofisticada, nada pretenciosa, y estaba tan llena de vida y de amor que lo hipnotizaba.

Él era nueve años mayor y mil veces más duro que ella, y sin embargo había algo en Julie que lo suavizaba y lograba que le gustara ser suave, y ambas cosas eran también experiencias novedosas para él. Antes de ser condenado, las mujeres lo acusaban de ser cualquier cosa, desde distante e inalcanzable hasta frío y cruel. Varias mujeres le habían dicho que parecía una máquina y una de ellas llevó la analogía a una definición: dijo que el sexo lo encendía y que luego se apagaba para todo, excepto su trabajo. Durante una de las frecuentes discusiones que mantenía con Rachel, ella le dijo que era capaz de encantar a una serpiente y que era tan frío como uno de esos ofidios.

—¿Zack?

El simple sonido de la voz de Julie tenía un efecto mágico sobre él; en boca de ella su nombre sonaba especial, diferente.

—¿Hmmm?

—¿Te das cuenta de lo poco que sé acerca de ti, a pesar de que hemos... este... hemos sido...? —Julie se interrumpió, sin saber si usar la palabra amantes sería pretender demasiado.

Zack percibió su tímida incertidumbre y sonrió porque pensó que posiblemente estuviera buscando alguna palabra formal y decorosa —y por lo tanto completamente inapropiada— para describir la pasión que compartían, o bien una palabra que defi­niera lo que eran el uno para el otro.

—¿Qué preferirías —preguntó sonriendo—, una palabra o una frase completa?

—No seas tan pagado de tí mismo. Da la casualidad de que estoy calificada para enseñar educación sexual en todos los niveles educativos.

—¿Entonces dónde está el problema? —preguntó Zack, riendo.

La respuesta de Julie hizo desaparecer su risa, lo dejó sin aliento y lo derritió por completo.

—De alguna manera —dijo ella, estudiando las manos que tenía entrelazadas sobre la falda—, un término clínico como intercambio sexual me parece equivocado para describir algo que es tan... tan dulce cuando lo hacemos nosotros. Y tan profundo.

Zack apoyó la cabeza contra el respaldo del sofá y cerró los ojos, en un esfuerzo por tranquilizarse, mientras pensaba por qué sería que ella ejercía un efecto tan tremendo sobre él. Instantes después logró hablar en voz casi normal.

—¿Y qué te parece la palabra amantes?

—Amantes —aceptó ella, asintiendo repetidas veces—. Lo que estaba tratando de explicarte era que, aunque hemos sido amantes, no sé nada acerca dfti.

Perfecta -Judith McNaughtDonde viven las historias. Descúbrelo ahora