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La despertó un aroma delicioso de carne asada. Apenas consciente de que la enorme cama sobre la que dormía era demasiado grande para ser la de ella, Julie rodó sobre sí misma para quedar acostada de espaldas, completamente desorientada. Parpadeó en la casi total oscuridad de una habitación que no le resultaba familiar y volvió la cara hacia el lado contrario, buscando la pálida fuente de luz, que resultó ser una pequeña separación entre los gruesos cortinados que cubrían la ventana. Luz de luna. Durante algunos felices instantes creyó estar en un hotel de lujo, en algún lugar de vacaciones.

Miró el reloj digital de la mesa de luz. Allí, donde fuera que estuviese, eran las ocho y veinte de la noche. Hacía frío en la habitación... un frío profundo que la hizo descartar la posibilidad de estar en California o en Florida. Entonces se le ocurrió pensar que en los cuartos de hotel nunca había olor a comida. Estaba en alguna casa, no en un hotel, y se oían pasos en el cuarto contiguo.

Pesados pasos de hombre...

La realidad la golpeó como un puñetazo en la boca del estómago y se sentó en la cama, se destapó, se puso de pie, con una descarga de adrenalina. Dio un paso hacia la ventana, porque su mecanismo instintivo de huida reaccionó antes que su mente. Se le erizaron las piernas y miró con incredulidad lo que tenía puesto: una remera de hombre que sacó de la cómoda después de ducharse. Recordó las palabras de su secuestrador: "Tengo las llaves del auto y en esta montaña no hay otras casas... Si tratas de huir a pie, morirás congelada... Los cerrojos de las puertas se pueden abrir con facilidad... Puedes moverte con libertad por la casa..."

—Simplemente relájate —se dijo Julie en voz alta, pero en ese momento estaba descansada y completa­mente alerta, y por su mente se precipitaban posibles vías de escape, ninguna de las cuales era ni remota­mente factible. Además estaba muerta de hambre. Ante todo la comida, decidió; después trataré de encontrar la manera de salir de aquí.

Sacó de la valija los jeans que había usado en el viaje a Amarillo. Después de ducharse había lavado su ropa interior, que todavía estaba empapada. Con los jeans en la mano, investigó el amplio placard lleno de suéteres de hombre prolijamente doblados en los estantes, deseando poder ponerse ropa limpia. Eligió un grueso suéter de pescador color crema y lo colocó frente a sí. Le llegaba hasta las rodillas. Se encogió de hombros, decidiendo que su aspecto no le importaba, y que el grueso suéter disimularía el hecho de que no usara corpiño. Se lo puso. Antes de acostarse se había lavado y secado el pelo, de modo que sólo tenía que cepillárselo. Tomó la cartera para ponerse un poco de rouge, pero cam­bió de idea. Arreglarse para el encuentro con un convicto,^ no sólo era innecesario sino posiblemente un enorme error, considerando ese beso sobre la nieve en el que ella había participado esa mañana al amanecer.

Ese beso...

Tenía la sensación de que no habían transcurrido unas pocas horas, sino semanas desde que Zack la besó, y ahora que estaba descansada y alerta se sentía segura de que el único interés que él tenía en ella se relacionaba con su propia seguridad. No se trataba de nada sexual.

Decididamente no era algo sexual.

¡Por favor, Dios! ¡Que no tenga nada que ver con lo sexual!

Al contemplarse reflejada en los espejos de las paredes del baño, se tranquilizó. Siempre había estado demasiado ocupada y preocupada para pensar dema­siado en su apariencia. Las pocas veces que se tomó el trabajo de estudiarla, tuvo la sensación de que su rostro era algo extraño, con facciones bastante sor­prendentes y demasiado prominentes, como los ojos y los pómulos y esa absurda hendidura en el mentón que se hizo más profunda y visible desde que cum­plió los trece años. Sin embargo, en ese momento, su aspecto le fascinó. Vistiendo jeans y un suéter dema­siado grande, con el pelo cepillado y la cara lavada, no podía resultar sexualmente atractiva para ningún hombre, sobre todo tratándose de uno que se había acostado con centenares de magníficas y fascinantes mujeres famosas. El interés de Zack por ella no sería sexual, decidió Julie con total seguridad.

Perfecta -Judith McNaughtDonde viven las historias. Descúbrelo ahora