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—Es una fiesta espléndida, Zack —le susurró al oído una voz inconfundible—, ¿pero dónde encontraste tantos monos dispuestos a disfrazarse? —Sonriente, Zack se alejó del grupo con quien conversaba cerca de la pileta y le pasó un brazo sobre los hombros, acercándola a sí.

—Tenía la esperanza de que vinieras.

—¿Para qué? ¿Para aliviar tu monotonía? —pre­guntó ella, estudiando la fiesta, que estaba en todo su apogeo a la una de la tarde.

Cuando ella empezó a alejarse, él la retuvo.

—¡No me abandones! —pidió en broma—. Se nos acerca Irwin Levine y empezará a hablarme sobre la película que Empire quiere que filme. Quédate a mi lado durante el resto del día.

—¡Cobarde! Yo te enseñaré a manejar estas cosas. —Ignorando el apretón de advertencia de las manos de Zack, ella tendió sus largos dedos de uñas laqueadas. —¡Irwin querido! —ronroneó, besándolo en la mejilla—. Zack quiere que te alejes y lo dejes gozar de su fiesta en paz.

—¡Maldita como siempre! ¿No, Barbra? —con­testó él, furioso.

—¡Buen trabajo! —comentó Zack con sequedad, observando al otro que se alejaba ofendido—. En la actualidad, mi representante tiene ese mismo efecto sobre la gente, cuando empieza a hablar de dinero.

—No me interesa tu agente. ¿Por qué no contes­taste mis cartas, pedazo de tonto? Supongo que sabrás que no suelo mandar paquetes a la cárcel por cualquiera, ¿no?

—Porque estaba avergonzado y no quería caridad. Y ahora cállate la boca y tararea algo bonito mientras circulamos.

Riendo, Barbra rodeó con un brazo la cintura de Zack y empezó a cantar en voz baja:

—Gente... gente que necesita a la gente es la gente más afortunada...

Perfecta -Judith McNaughtDonde viven las historias. Descúbrelo ahora