Capitulo 1

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—Soy la señora Borowski, del servicio público Me.hogares adoptivos LaSalle —anunció la mujer de mediana edad, mientras cruzaba la alfombra oriental rumbo a la recepcionista, con una bolsa de compras en el brazo. Señaló a la jovencita de once años que iba tras ella y aclaró con frialdad: —Y ésta es Julie Smith. Ha venido a ver a la doctora Theresa Wilmer. Volveré a buscarla cuando termine de hacer mis compras.

La recepcionista le sonrió a la pequeña. . —La. doctora Wilmer estará contigo en un ratito, Julie. Mientras tanto siéntate allí y llena esta tarjeta. Me olvidé de dártela la vez pasada, cuando viniste.

Muy consciente de sus jeans andrajosos y de la gastada chaqueta que llevaba puesta, Julie miró con expresión inquieta la elegante sala de espera donde frágiles figuritas de porcelana reposaban sobre una antigua mesa ratona y valiosas esculturas de bronce se apoyaban en pies de mármol. Apartándose todo lo posible de la mesa llena de esos objetos, Julie se encaminó a una silla junto a un enorme acuario donde exóticos peces de colores nadaban entre ramas verdes. A sus espaldas, la señora Borowski volvió a asomar la cabeza para prevenir a la recepcionista:

—Julie es capaz de robar cualquier cosa que no esté atornillada. Es escurridiza y rápida, así que será mejor que la vigile de cerca.

Sofocando su furia y su humillación, Julie se dejó caer en una silla, estiró las piernas hacia adelante en un esfuerzo consciente de adoptar la actitud de persona aburrida y nada afectada por los horrible comentarios de la señora Borowski, pero los color que teñían sus mejillas estropearon el efecto, aparte de que sus piernas no llegaban al piso.

Instantes después cambió de postura y miró aterrorizada la tarjeta que acababa de entregarle la recepcionista para que la llenara. Aunque sabía queno podría deletrear las palabras, no tenía más remedio 1 que intentarlo. Apretando los dientes, se concentró en las letras que aparecían en la tarjeta. La primera palabra empezaba con una letra N como la de No en los carteles de No Estacionar que se alineaban por la calle. Sabía lo que decían esos carteles porque sus amigos se lo habían dicho. La segunda letra era una a como la de gato, pero la palabra no era gato. Apretó los dedos alrededor del lápiz amarillo, mientras luchaba contra la familiar sensación de frustración y de furiosa desesperación que la agobiaba cada vez que se esperaba que leyera algo. Había aprendido la palabra gato en primer grado ¡pero nadie escribía jamás esa palabra en ninguna parte! Mientras obser­vaba las palabras incomprensibles de la tarjeta, se preguntó con furia por qué sería que las maestras les enseñaban a leer palabras tontas como gato cuando nadie escribía jamás la palabra gato fuera de los estúpidos libros de primer grado.

Pero los libros no son tontos, se recordó Julie, y las maestras tampoco. Otros chicos de su edad hubieran leído esa tonta tarjeta en un abrir y cerrar de ojos. Ella era la que no podía leerla, la tonta era ella.

Pero, por otra parte, se dijo que sabía una cantidad de cosas que los otros chicos ignoraban por completo, porque ella se obligaba a prestar atención a las cosas. Y había notado que cuando le entregaban a uno algo que debía llenar, casi siempre se suponía que había que empezar por escribir su propio nombre...

Con cuidadosa prolijidad, escribió J-u-1-i-e-S-m-i-t-h a lo largo de la parte superior de la tarjeta; después se detuvo incapaz de escribir nada más. Sintió que empezaba a enojarse de nuevo, y antes de permitir que ese tonto pedazo de papel le estropeara el día, decidió pensar en algo agradable, como la sensación del viento sobre la cara, en primavera. Conjuraba la visión de sí misma bajo un gran árbol lleno de hojas, observando a las ardillas que correteaban por las ramas cuando la voz de la recepcionista la sacó de su ensoñación, llenándola de alarma y de culpa.

Perfecta -Judith McNaughtDonde viven las historias. Descúbrelo ahora