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Dos horas después de abandonar la casa de la montaña, Julie detuvo el auto en la banquina de la ruta desierta y tomó el termo de café. Le dolían la garganta y los ojos a causa de las lágrimas que se negaba a derramar, y estaba aturdida por el esfuerzo inútil de borrar de su mente el recuerdo de las palabras de despedida de Zack:

"Tú no me amas, Julie. Eres candida e inexperta y no conoces la diferencia entre el sexo y el verdadero amor. Ahora sé buena, vuelve a tu casa, que es donde te corresponde estar, y olvídate de mí. Eso es exactamente lo que quiero que hagas."

Su angustia era tan grande que le temblaba la mano cuando vertió café en la tapa del termo. Qué crueldad inútil la de Zack al haberla ridiculizado de esa manera, sobre todo cuando sabía que en cuanto llegara a su pueblo tendría que enfrentar a la policía y al periodismo. ¿Por qué no ignoró lo que ella acababa de decir, o le mintió y le dijo que él también la quería, simplemente para darle algo de que aferrarse durante la dura prueba que le esperaba? Una prueba que le hubiese sido mucho más fácil afrontar si Zack tan sólo le hubiera dicho que la amaba.

"Tú no me amas, Julie... Ahora sé buena, vuelve a tu casa que es donde te corresponde estar, y olvídate de mí..."

Julie trató de tragar el café, pero era como si tuviera la garganta completamente cerrada. En ese momento la golpeó otra realidad, que la dejó más desolada que antes: aparte de haberse burlado de sus sentimientos, Zack debía de saber de memoria que ella lo amaba. En realidad, estaba tan seguro que supo que la podía tratar así, dejarla volver a su casa, con la convicción de que no lo traicionaría ante la policía. Y tenía razón. Por muy herida que estuviera por su dureza, jamás le devolvería el golpe. Lo quería demasiado para herirlo y su convicción de que era inocente y sus ganas de protegerlo eran tan grandes en ese momento como el día anterior.

Una pickup pasó rugiendo a su lado y le cubrió de barro un costado del auto. Entonces Julie recordó la advertencia de Zack: debía alejarse todo lo posible sin atraer la atención. Se enderezó con cansancio y reanudó la marcha, pero en ningún momento superó los cien kilómetros por hora. Porque él le había recomendado que no corriera. Y porque el hecho de que la detuvieran por exceso de velocidad cabía dentro de la definición de atraer la atención.

Julie llegó a la frontera entre Colorado y Oklahoma en mucho menos tiempo que el que demoró en medio de la tormenta de nieve. Siguiendo las instrucciones de Zack, detuvo el auto en la primera salida de la ruta que encontró e hizo el llamado tele­fónico.

Su padre atendió al primer llamado.

—Soy Julie, papá —dijo ella—. Estoy libre. Voy para casa.

—¡Gracias a Dios! —explotó él—. ¡Oh, gracias a Dios!

En todos esos años nunca había oído tanta angustia en la voz de su padre, y Julie se sintió enferma de remordimientos por -lo que lo había hecho sufrir. Antes de que ninguno de los dos pudiera hablar, los interrumpió una voz desconocida.

—Soy el agente Ingram, del fbi, señorita Mathison. ¿Dónde se encuentra?

—Estoy en Oklahoma, en una parada para auto­movilistas. Estoy libre. Él... me dejó en el auto, con las llaves puestas y los ojos vendados. Pero se ha ido. Estoy segura de que se ha ido. No sé adonde.

—Escuche cuidadosamente —dijo la voz—. Vuelva al auto, cierre las puertas con llave y salga de allí enseguida. No se quede cerca de donde lo vio por última vez. Diríjase a la primera zona poblada que encuentre y llámenos desde allí. Nosotros notifi­caremos a las autoridades locales e irán a buscarla. ¡Ahora salga de allí enseguida, señorita Mathison!

Perfecta -Judith McNaughtDonde viven las historias. Descúbrelo ahora