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Al amanecer del día siguiente, cuando Julie se levantó, las llaves del Blazer estaban sobre la cómoda y en la casa reinaba un silencio casi espectral. El dolor de la noche anterior se había convertido en una especie de insensibilidad, y se vistió casi sin darse cuenta de lo que hacía. Lo único que quería era irse de allí y no volver a mirar atrás, nunca mirar hacia atrás. Olvidarlo todo. Toda su atención estaba centrada en eso, en olvidar que había conocido a Zack y que fue lo suficientemente tonta como para enamorarse de él. Si el amor significaba convertirse en un ser tan vulnerable, no quería volver a enamo­rarse nunca. Sacó su bolso del placard, metió en él sus cosas y lo cerró.

Al llegar a la puerta del dormitorio se detuvo y miró alrededor, para asegurarse de no haber olvidado nada. Luego apagó la luz. Abrió la puerta en silencio y salió al living oscuro. Entonces se detuvo en seco, paralizada de impresión y de miedo. En la acuosa luz gris del amanecer alcanzó a ver la silueta de Zack contra el ventanal, de espaldas a ella, con la mano izquierda dentro del bolsillo del pantalón. Julie apañó la mirada y observó en silencio la puerta de salida, pero antes de que pudiera dar otro paso, Zack habló sin volverse.

—La lista de todos los que estaban en el set el día del asesinato está sobre la mesa ratona.

Julie ignoró el repentino nudo que se le había formado en el pecho al darse cuenta de que después de todo Zack había cedido, y se obligó a seguir cami­nando hacia la puerta.

—¡No te vayas! —suplicó él con voz ronca—. ¡Por favor!

Ante el tono desesperado de Zack, a Julie se le retorció el corazón, pero su orgullo herido le gritó que sólo una tonta, insensata y sin dignidad permiti­ría que él se le acercara después de lo que había hecho la noche anterior, y siguió caminando. Cuando estiró el brazo para tomar el picaporte de la puerta trasera, la voz de Zack le llegó desde muy cerca. Estaba ahogado de emoción.

—¡Julie! ¡No, por favor!

La mano de Julie se negó a hacer girar el picaporte, sus hombros empezaron a ser sacudidos por violentos sollozos y tuvo que apoyar la cabeza contra la puerta, con la cara bañada en lágrimas. El bolso se le deslizó de las manos. Lloraba de vergüenza por su falta de fuerza de voluntad, y por miedo a un amor que no lograba controlar. Y mientras lloraba por sí misma, permitió que él la abrazara y la apoyara contra su pecho.

—Lo siento —susurró Zack, mientras hacía desesperados esfuerzos por consolarla, acariciándole la espalda, sosteniéndola con fuerza—. ¡Te pido que me perdones! ¡Por favor, perdóname!

—¡Cómo pudiste hacerme eso anoche! —sollozó ella—. ¡Cómo pudiste!

Zack tragó con fuerza y levantó la cara de Julie hacia la suya, porque quería que lo mirara.

Consideraba que no merecía la protección del anoni­mato cuando admitiera su culpa.

—Lo hice porque me llamaste asesino y cobarde, y no lo pude soportar... me resultó insoportable, viniendo de ti. Y lo hice porque, tal como dijiste, soy un cretino insensible.

—¡Es cierto, lo eres! —exclamó ella, ahogándose con las palabras—. ¡Y lo horrible es que te amo a pesar de todo!

Zack la volvió a tomar en sus brazos y luchó por contener las palabras que ella quería oír, las palabras que expresaban lo que sentía. Pero en lugar de pro­nunciarlas la estrujó contra sí, le besó la frente y las mejillas, apoyó el mentón contra su pelo fragante y permitió que las palabras de Julie lo bañaran con su dulzura. A los treinta y cinco años acababa de descubrir lo que era ser amado por sí mismo y no por razones ajenas... lo que era ser amado cuando no podía corresponder ofreciendo fortuna ni fama, ni siquiera respetabilidad... lo que era ser amado de una manera incondicional, por una mujer de extraordinario coraje y lealtad. En ese momento lo sabía, con tanta seguridad como sabía que si le llegaba a decir lo que él sentía por ella, ésas serían las cualidades que la harían espe­rarlo durante años después de que desapareciera. Pero aun así, no podía permitir que su dulce confe­sión pasara sin un solo comentario, así que refregó la mejilla contra el pelo de Julie y, con infinita ternura, le dijo otra verdad.

—Yo no lo merezco, mi amor.

—Ya sé que no lo mereces —bromeó Julie, llorosa, negándose a dejarse deprimir porque él no hubiera dicho que también la amaba. Acababa de percibir en su voz una enorme emoción y el tormento que le cau­saba que ella se fuera. Había sentido cómo la apretaba entre sus brazos, y cómo le palpitaba el corazón dentro del pecho cuando ella le dijo que lo amaba. Y eso le bastaba. Tenía que bastarle. Cerró los ojos cuando Zack le acarició la nuca en un gesto sensual, pero cuando por fin habló, su voz tenía un tono de tremendo cansancio.

—¿Considerarías la posibilidad de volver a la cama conmigo durante algunas horas, y posponer nuestra conversación sobre el asesinato hasta que haya dormido un poco? Me pasé toda la noche en vela.

Julie asintió y se encaminó con él al dormitorio que nunca creyó volver a ver.

Zack se quedó dormido en sus brazos y con la mejilla apoyada contra su pecho.

Sin poder dormir, Julie permaneció mirándolo, mientras jugueteaba con el pelo suave de su sien. Notó que el sueño no le suavizaba las facciones, posiblemente porque ni dormido encontraba paz. Tenía cejas oscuras y gruesas, y de repente se dio cuenta de que también sus pestañas eran espesas y muy oscuras. Cuando Julie cambió de posición para que él estuviera más cómodo, Zack apretó instantá­neamente los brazos a su alrededor... sin duda para impedir que se fuera. El gesto posesivo inconsciente la hizo sonreír por lo innecesario. No tenía la menor intención de huir de allí.

Amaba a Zack con una feroz necesidad de prote­gerlo que la hacía sentir fuerte y sabia y maternal; lo amaba con una desesperación que la llevaba a sentirse indefensa y frágil y por completo sujeta a su control.

Y amaba todos esos sentimientos, por tensionantes que fuesen. El futuro era un sendero que no figuraba en los mapas, lleno de peligros y censuras. Julie se sentía en paz y en perfecta armonía con todo el universo.

Apoyó una mano contra la cara de Zack y lo meció con gesto protector. Después apoyó los labios contra el pelo oscuro de él.

—Te amo —susurró.

Perfecta -Judith McNaughtDonde viven las historias. Descúbrelo ahora