Capitulo 4

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1988

—¡Saquen de aquí esos malditos novillos! ¡Tienen un olor intolerable! —Sentado en una silla plegadiza de lona negra, con la palabra director escrita encima de su nombre, Zachary Benedict ladró la orden y miró con furia el ganado que se movía en un corral provisorio, construido cerca de la casa de un rancho. Luego continuó haciendo anotaciones en su guión. El rancho se encontraba a sesenta kilómetros de Dallas, y se lo habían alquilado a un billonario para filmar parte de una película llamada Destino que, en opinión de Variety, posiblemente le reportara a Zack un Oscar como Mejor Actor y otro en calidad de Mejor Director... suponiendo que alguna vez consiguiera terminar de rodar ese filme que todo el mundo consi­deraba signado por la mala suerte.

Hasta la noche anterior, Zack creía que era impo­sible que las cosas empeoraran. Con un presupuesto acordado de 45 millones de dólares para cuatro meses de filmación. Destino ya llevaba un mes de atraso en el rodaje y superaba en siete millones el presupuesto original, a causa de la enorme cantidad de problemas absurdos y de accidentes que persiguie­ron a la película prácticamente desde el día del comienzo de la filmación.

Y ahora, después de meses de demoras y desas­tres, sólo faltaba filmar dos escenas, pero la satisfac­ción que debía embargar a Zack había sido substitui­da por una furia desenfrenada que apenas lograba contener mientras hacía inútiles esfuerzos por con­centrarse en los cambios que quería introducir en la escena siguiente.

A través de las puertas abiertas de la caballeriza, Zack alcanzaba a ver a algunos utileros colocando fardos de paja, y a los asistentes de iluminación que se trepaban a los andamies para colocar luces, mien­tras los camarógrafos les daban indicaciones. En un extremo del parque, bajo un monte de robles, las casas rodantes reservadas para los principales actores formaban un semicírculo, con las persianas bajas y los equipos de aire acondicionado encendidos, para luchar contra el calor del mes de julio. A su lado, los camiones de la firma que proveía comidas y bebidas distribuían refrescos a los sudorosos integrantes del equipo técnico y a los acalorados actores.

Tanto el elenco como el equipo técnico estaban integrados por profesionales acostumbrados a espe­rar horas enteras para estar listos para unos pocos minutos de filmación. Por lo general reinaba una atmósfera amistosa, y el día de las tomas finales era directamente alegre. Normalmente, esa misma gente, que permanecía parada en incómodos grupos cerca de los camiones, habría estado dando vueltas alrededor de Zack, haciendo bromas acerca de los tormentos que habían sufrido juntos, o conversando con entu­siasmo sobre la fiesta con la que el día siguiente se celebraría el fin del rodaje. Sin embargo, después de lo sucedido la noche anterior, si podían evitarlo, nadie hablaba con Zack y nadie esperaba que se organizara una fiesta.

Ese día, los treinta y ocho integrantes del elenco y equipo técnico de Dallas temían lo que podía llegar a suceder en las horas siguientes. Por lo tanto, las órdenes que por lo general se impartían en tono razonable, ese día se gritaban con impaciencia, y las indicaciones que por lo general se cumplían con rapi­dez, ese día se realizaban con la torpeza de la gente que está nerviosa y deseando terminar con algo de una buena vez.

Zack prácticamente palpaba las emociones que emanaban de todos los que lo rodeaban; la compren­sión de los que le tenían simpatía, la burla satisfecha de los que no se la profesaban o eran amigos de su mujer, la ávida curiosidad de aquellos a quienes ambos les resultaban indiferentes.

Al comprender que nadie había oído su orden de que sacaran de allí a los novillos, Zack miró alrede­dor en busca del asistente de dirección y lo vio para­do en el césped, con los brazos en jarras y la cabeza echada hacia atrás, observando decolar al helicópte­ro que partía en un viaje de rutina al laboratorio de Dallas donde se procesaban los copiones del día.

Perfecta -Judith McNaughtDonde viven las historias. Descúbrelo ahora