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—¡Bienvenido, señor Benedict! —El gerente del hotel Beverly Hills se adelantó presuroso al ver que Zack se registraba, el día de su liberación. —Lo he ubicado en la mejor cabana y todo el personal del hotel está a su disposición. Señor Farrell —dijo con amabilidad al ver a Matt—, su secretaria me advirtió que sólo estará con nosotros esta noche. Por favor, le ruego que me avise si yo o mi personal podemos serle de utilidad.


A espaldas de ellos, una multitud se volvía a mirarlos y Zack oyó que susurraban su nombre.


—Mande una botella de champaña a mi cabana —le ordenó al obsequioso empleado de recepción—. A las ocho, quiero que nos mande comida para dos. Si recibo algún llamado, informe que no me he regis­trado en este hotel.


—Sí, señor Benedict.


Con una seca inclinación de cabeza, Zack se volvió y estuvo a punto de chocar con una hermosa rubia y una morocha despampanante que le tendían sendas servilletas y lapiceras.


—Señor Benedict —dijo la rubia, con una resplandeciente sonrisa—, ¿nos daría su autógrafo?


Con una breve sonrisa que no se reflejó en sus ojos, Zack asintió, pero cuando la morocha le entregó la servilleta para que la firmara, Zack vio un número de habitación escrito en un rincón y sintió la incon­fundible presión de una llave en la mano. Firmó la servilleta y la devolvió.


Por el rabillo del ojo, Matt vio la escena familiar que se repetía, idéntica a tantas otras del pasado.


—Supongo —dijo con sequedad mientras seguían al gerente hacia las cabanas que rodeaban el hotel— que esta noche comeré solo.


Por toda respuesta, Zack miró la llave que tenía en la mano, la arrojó a unos arbustos y luego consultó su reloj.


—Son las cuatro. Dame dos horas para hacer algunos llamados, y luego seguiremos festejando juntos mi libertad.


—Supongo —dijo Matt, a las siete, cuando Zack por fin cortó luego de una larga conversación con sus iñquilinos, durante la que consiguió convencerlos de que aceptaran una importante suma de dinero a cambio de entregarle su casa de Pacific Palisades— que es completamente inútil que te pida que te internes unos días en un hospital para que te hagan un examen físico completo, ¿no? Mi mujer está comple­tamente convencida de que eso es lo que deberías hacer.


—Tienes razón —contestó Zack con sequedad mientras se dirigía al bar para preparar unas copas—, no tienes ninguna posibilidad de convencerme de eso. —Sonrió al ver las numerosas botellas que contenía el bar. —¿Champaña o algo más fuerte? —preguntó.


—Algo más fuerte.


Zack asintió, sirvió whisky en dos vasos, les agregó hielo y un chorro de agua y le entregó uno a Matt. Por primera vez desde el momento de salir de la cárcel, Zack sintió que empezaba a relajarse. Estudió a su amigo en silencio, solazándose en su libertad y en la inexpresable gratitud que sentía hacia Matt.

Perfecta -Judith McNaughtDonde viven las historias. Descúbrelo ahora