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Esa vez las esperanzas de Julie, de que a Zack se le pasara el estado de ánimo sombrío, resultaron vanas. Durante casi toda la comida se mostró amable con ella, pero preocupado, y después de levantar la mesa, Julie decidió recurrir a la treta no muy leal pero eficaz de aflojarlo con vino.

Se inclinó hacia adelante, tomó la botella y le vol­vió a llenar el vaso por cuarta vez; luego se lo alcanzó, felicitándose por su sutileza.

Zack miró el vaso de vino y luego la miró a ella.

—Espero que no estés tratando de emborracharme —dijo con sequedad—. Porque si eso es lo que intentas, el vino no es un buen medio.

—¿Quieres que busque whisky? —preguntó ella, sofocando una risa nerviosa.

.Zack se detuvo con el vaso a mitad de camino de la boca y se dio cuenta tardíamente de que durante casi toda la comida Julie había estado tratando de llenarlo de vino, mientras lo miraba con una expre­sión extraña.

—¿Crees que lo necesitaré?

—No sé.

Con un vago presentimiento de que se avecinaba algo poco agradable, la vio cambiar de posición y apoyarse contra el brazo del sofá para poder mirarlo de frente.

La pregunta inicial de Julie le pareció inocua.

—Zack: ¿dirías que he sido una rehén modelo?

—Ejemplar —contestó él, sonriendo ante el humor contagioso de Julie y haciendo un esfuerzo por aplacar su mal humor.

—¿No dirías además que he sido obediente, siempre dispuesta a cooperar, agradable, ordenada y... y hasta que he hecho mi parte de las tareas culinarias?

—Sí, estoy de acuerdo con todo menos con lo de "obediente". Ella sonrió.

—¿Y en mi calidad de prisionera ejemplar, no estás de acuerdo en que tengo derecho a ciertos... bueno... privilegios?

—¿En qué estás pensando?

—En respuestas a algunas preguntas. Julie notó que Zack se ponía en guardia.

—Posiblemente. Depende de las preguntas. Un poco acobardada por su respuesta poco alen­tadora, Julie decidió, sin embargo, seguir adelante.

—Supongo que piensas tratar de averiguar quién fue el verdadero asesino de tu mujer, ¿no es así?

—Pregúntame alguna otra cosa.

—Está bien. ¿Tienes idea acerca de quién puede ser el asesino?

—Intenta un tema distinto.

Su innecesaria dureza le dolió, no sólo porque como lo amaba era sensible a sus actitudes, sino porque creía tener derecho a esas respuestas.

—¡Por favor, no me contestes así! —pidió, mante­niendo un tono tranquilo.

—Entonces, por favor, elige otro tema.

—¿Quieres dejar de ser petulante y escucharme? Trata de comprender... Cuando se realizó tu juicio, yo estaba en el extranjero en un programa de inter­cambio de estudiantes universitarios. Ni siquiera sé bien lo que sucedió, y me gustaría enterarme.

—Lo encontrarás todo en los diarios de la época, en la biblioteca de tu ciudad. Léelos cuando vuelvas a tu casa.

El sarcasmo siempre había enfurecido a Julie.

—¡No quiero conocer la versión de los medios periodísticos, maldito sea! Quiero escuchar tu versión. Necesito saber lo que sucedió... y que me lo cuentes tú.

Perfecta -Judith McNaughtDonde viven las historias. Descúbrelo ahora