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Julie permaneció a un lado del enorme espejo del baño, bajo las lámparas de bronce que lo enmarcaban, secándose el pelo, mientras Zack se afeitaba en su lado del espejo. En lugar de usar el cuarto de baño más pequeño que daba a su dormitorio, que fue lo que Julie pensó que él haría, Zack también utilizó ese. Julie decidió que eso de compartir un baño con un hombre encerraba una extraña intimidad. Y además, estaban los sonidos: el sonido del agua de la ducha de Zack que empezó a correr mientras ella estaba en la suya, y ahora el sonido del agua que corría en el lavatorio mientras él se afeitaba.

Cuando, envuelta en una toalla verde, Julie se dirigía a su dormitorio a vestirse, Zack le dijo:

—Ponte algo del placard de este cuarto.

Sobresaltada porque era la primera vez que hablaban desde que compartieron juntos el baño, Julie se volvió y lo vio parado junto al lavatorio, con las caderas angostas envueltas en una toalla igual a la suya, y la cara cubierta de crema de afeitar..

—No —contestó ella—. Lo hice anoche y no me sentí bien.

—Me imaginé que eso nos provocaría una discusión —contestó él.

—Es agradable ganarte una discusión de vez en cuando —contestó Julie, sonriendo.

Se encaminó al dormitorio, rumbo a la silla donde la noche anterior había depositado su ropa. Ya no estaba allí. Durante algunos instantes se quedó mirando la silla, como si la ropa pudiera volver a materializarse; después giró sobre sus talones y se encaminó al baño, con expresión beligerante.

—¡Te advierto que no estoy dispuesta a ponerme nada que cuelgue en ese placard!

Zack le dirigió una mirada divertida mientras seguía afeitándose.

—Bueno, ahí tienes un pensamiento capaz de excitar a un macho insaciable como yo... tenerte todo el día dando vueltas desnuda a mi alrededor.

Ella contestó con su tono de maestra más severo.

—Zack, estoy haciendo grandes esfuerzos por no ponerme de mal humor...

Zack sofocó una carcajada al verla tan adorable, y se negó a contestar.

—¡Zack! —exclamó ella con aire sombrío, avan­zando amenazante y autoritaria—. ¡Quiero que me devuelvas mi ropa en este mismo instante!

Estremeciéndose de risa, Zack se lavó la cara con agua fría y luego se la secó.

—¿Y si no lo hago, señorita Mathison? —preguntó—. ¿Qué me sucederá? ¿Me pondrás una mala nota?

Julie había tenido que enfrentar tantas rebeliones adolescentes que sabía que perdería terreno si mostraba su frustración. Lo miró con expresión firme y enfática.

—En ese aspecto, no soy negociable. Zack dejó caer la toalla y se volvió, con una maravillosa sonrisa.

—Tienes un espléndido vocabulario —dijo con sincera admiración. Julie apenas lo oyó. Miraba con sorpresa la imagen viviente de ese hombre apuesto, atractivo y carismático que había visto durante años en gigantescas pantallas de cine y televisión. Hasta ese momento, Zachary Benedict, el hombre, para ella nunca se había parecido demasiado a Zachary Benedict el actor, de manera que le resultaba fácil ignorar qué y quién había sido. Cinco años de cárcel habían endurecido su rostro y trazado líneas de tensión en sus ojos y en su boca, dándole un aspecto más duro y mayor, pero todo eso había cambiado en una noche. Ahora que estaba bien descansado, sexualmente satisfecho y recién afeitado, el parecido era tan grande que ella retrocedió, nerviosa y sorprendida, como si acabara de toparse con un extraño.

Perfecta -Judith McNaughtDonde viven las historias. Descúbrelo ahora